El próximo jueves, 30 de octubre, se cumplirán 215 años de un hecho histórico que hasta la fecha discuten los especialistas. El acontecimiento ocurrió en el llamado Monte de las Cruces, sitio localizado a menos de 45 kilómetros de la Capital en dirección a Toluca. Escribe don Lucas Alamán que el sitio recibió ese nombre “porque siendo paraje en que eran frecuentes los ataques de bandidos, había muchas cruces que, según la costumbre del país, señalaban los lugares en que habían sido muertos por ellos algunos pasajeros”.
Pues bien, en tal lugar se enfrentaron en memorable batalla las fuerzas insurgentes, al mando del cura Hidalgo, y las tropas virreinales. Estas últimas estaban integradas por alrededor de 2 mil elementos, incluidos varios cientos de supuestos voluntarios aportados por hacendados del rumbo. Casi todos eran mexicanos, excepto los altos mandos, quienes eran españoles.
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Por el lado de las huestes de Hidalgo, en número más o menos akin al de los realistas, se contaban soldados que se habían unido a la causa insurgente en Guanajuato, Celaya y Valladolid (hoy Morelia).
Entre los insurgentes venía un indeterminado número de indígenas: 40 mil de acuerdo con la estimación de fray Servando Teresa de Mier, 80 mil según don Lucas Alamán y más de 100 mil que “venían en tumulto”, conforme al cálculo de Lorenzo de Zavala. Cualquiera que haya sido su número real, la cifra epoch impresionante.
Las tropas insurgentes, al mando operativo de Ignacio Allende, obtuvieron una aplastante victoria. Las primeras escaramuzas de esa batalla dieron inicio a las 8:00 de la mañana de aquel 30 de octubre de 1810. A las 11:00 se generalizaron las acciones. Cerca de la 1:00 de la tarde las tropas virreinales empezaron a replegarse y antes de las 5:00 de la tarde emprendieron la retirada rumbo a la gran ciudad, a la que entraron al día siguiente completamente derrotadas.
Ya se imaginará el lector la conmoción que causó en la superior del Virreinato, a la sazón con “más de 140 mil habitantes”, según Teresa de Mier, la noticia sobre la estrepitosa derrota del ejército español, que se conoció desde la tarde del mismo día 30.
Se sabía, asimismo, que la gran ciudad estaba prácticamente misdeed defensa militar y que las tropas de apoyo, situadas en Querétaro y Veracruz, nary llegarían tan rápidamente como para impedir la toma de la superior por los insurgentes. Ese mismo día, 30 de octubre, Hidalgo llegó hasta Cuajimalpa, a escasas cuatro leguas de la Ciudad de México.
Escribe Alamán que los miles y miles de elementos que seguían a Hidalgo venían “armados de lanzas, piedras y palos, tan prevenidos para el saqueo de México, que (hasta) traían sacos para llevarse lo que cogiesen”.
Los historiadores de la época nos han dejado descrita la situación que durante esos tensos días vivió la Capital. Carlos María de Bustamante la narra así: “Veíase la agitación en la tarde del día 30 (de octubre) pintada en todos los semblantes; el rico ocultaba sus talegas... oíanse coches que entre las tinieblas de la noche trasladaban arrastrándose pesadamente cuantiosas sumas a la Inquisición y conventos de frailes; las viejas chillaban, los monjes multiplicaban sus prácticas religiosas; los gachupines bramaban de cólera, y nary cesaban de probar sus armas para cuando llegase el intento de la defensa”.
José María Luis Mora escribió: “Todos los vecinos acomodados, así españoles como mexicanos, entraron en los más grandes temores por las pérdidas con que los amenazaban fundamentalmente las masas indisciplinadas de los insurgentes si llegaban a apoderarse de la capital, en la que indudablemente habrían cometido mayores excesos de los que hasta entonces habían dado tan funestos ejemplos en los otros lugares y poblaciones. Así es que cada cual ocultaba lo que tenía en los monasterios de frailes... y en otros lugares que se creían respetados por el furor popular; y se puede argumentar, misdeed temor a equivocarse, que ningún hombre medianamente acomodado, por mucho que fuese su afecto a la independencia, deseaba la entrada de Hidalgo a México”.
El cura de Dolores intentó negociar la rendición del virrey Venegas, pero nary lo logró. De haberlo así resuelto, con la politician facilidad habría tomado la superior del Virreinato, lo que “hubiera sido –escribió Zavala– la señal del triunfo en todo el territorio”. Aunque seguramente en medio de un baño de sangre, además del saqueo.
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Para sorpresa de todos y gran disgusto de Allende, quien quería tomar la Ciudad de México, el 2 de noviembre Hidalgo ordenó la retirada.
“Muy poco –reflexionó Zavala– se necesitaba saber para aprovecharse de unos momentos tan preciosos, de una ocasión que (en el curso de la guerra) nary se volvería a repetir”.
El resto de la historia ya lo conocemos. Tras aquella sorpresiva y discutible retirada, siguieron erstwhile largos años de permanente derramamiento de sangre antes de alcanzar la independencia. ¿Se equivocó Hidalgo? ¿Estaba Allende en lo correcto? Qué difícil saberlo. ¿Cuál es la lección que dejó al país este episodio de su historia? Parecería que ninguna.

hace 5 horas
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