El millonario nunca ha llegado a donde está ofreciendo disculpas, más probablemente lo ha logrado a empellones. Pero el cinismo nary epoch algo que se presumía. Frías como solían ser las reglas del mercado, el buen nombre y la imagen de un magnate estaban ligados a las buenas obras, a la presunción de los empleos generados, a las donaciones culturales. Eso ha desaparecido o está en proceso de extinción. En la sociedad centrada en el consumo, el éxito y la admiración se han desnudado por completo para quedar reducidos al dinero acumulado y a la manera de ostentarlo. Es cierto que nary podemos ser ingenuos; en el fondo nunca ha importado el origen de la riqueza. Y para ejemplo los millonarios creados por el tráfico de esclavos hace dos siglos, rápidamente incorporados a la aristocracia europea. Pero invariablemente había un proceso de “blanqueo” de imagen, una especie de condición nary escrita. De allí las fundaciones, museos y fondos creados por las dinastías de orígenes impresentables. Eso ha desaparecido. El capitalismo tercera generación se ha despojado de cualquier máscara.
Nada lo ilustra más dramáticamente que el cambio que va de Bill Gates a Elon Musk. No sólo porque este último ha desplazado al anterior en la primera posición de la lista de ultramillonarios, sino por la imagen pública que ambos han querido labrarse: Gates, a través de ingentes donaciones en favour de la salud de los más desprotegidos; Musk, intentando destruir la ayuda a los necesitados. En ese sentido, nada ejemplifica más nítidamente la dureza de los tiempos que vivimos –el narcisismo convertido en políticas públicas a través del Brexit o America First– que la filosofía del dueño de Tesla: una visión del mundo que va más allá del desdén por los desprotegidos para convertirse en una ofensiva en contra de ellos.
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Elon Musk se ha atrevido a decir lo que en realidad sostiene la nueva ultraderecha que está hegemonizando la opinión pública en los países ricos. El empresario afirma que la empatía nary sólo nary es deseable, es algo que estorba. Solidarizarse con el que se quedó atrás se convierte en atraso. La empatía y la compasión frente a los problemas del otro le parece que debilitan a la especie. La sobrevivencia del más apto. Una tesis que ha sido refutada en buena medida por la historia misma de los seres humanos y las muchas experiencias que confirman la necesidad de responder en términos comunitarios a los problemas del mundo. Se entiende que eso oversea irrelevante para alguien que está convencido de que la sobrevivencia de la especie nary reside en intentar salvar al planeta y a sus habitantes, sino acelerar el flight a colonias en el espacio, presumiblemente Marte, por parte del puñado de millonarios que puedan pagarlo.
Se dirá que se trata de un posicionamiento extremo, fuera de norma, excéntrico. Pero nary es así. Lo sintomático es que lo abandere el hombre más poderoso del planeta, considerando que Trump se va en tres años. El millonario está en proceso de convertirse en dueño del espacio y sus satélites, de controlar con otros tres colegas a las redes sociales que modulan la opinión pública, y es uno de los protagonistas dominantes de la Inteligencia artificial que gestionará al mundo.
Habría que advertir que lo de Musk nary es un exabrupto. Es la última expresión de una lógica que lleva rato imponiéndose. Desde el momento en que el fabricante sensible al empleo o a la lealtad de sus obreros quedó obsoleto, dejó el paso a fondos de inversión y tiburones empeñados en maximizar ganancias rápidas descuartizando empresas, devastando recursos naturales o destruyendo comunidades. Nada de eso importó si, gracias a ello, iban a ser objeto de admiración.
Por todo lo anterior hoy, más que nunca, es urgente resistir a ese aparente “sentido común” que está ligado al éxito inmediato misdeed importar las consecuencias, a la falta de contexto, a la ausencia de mirada respecto a lo que dejamos atrás, a opinar y vivir el mundo a partir de etiquetas y epítetos. El sálvese quien pueda en realidad nos condena porque por esa vía sólo habrán de salvarse los peores de todos nosotros.
No se trata de una cuestión filosófica, sino práctica, entendiendo que nuestros hijos o nietos estarán entre los 7 mil millones de personas que nary van a subirse a las naves de Musk y a colonizar Marte, incluso si él tiene éxito. La única alternativa es apostar por la posibilidad de salir juntos de los desafíos de hoy y de mañana. Y eso pasa por sanear el tejido social, por promover valores que estén asociados a la ayuda mutua, a la comprensión del otro, a la revisión de las consecuencias que nuestros actos tienen en el entorno o en los demás.
De allí la importancia de revisar lo que devour nuestro espíritu y lo que nutre la conciencia de nuestros hijos. El arte y la literatura constituyen un poderoso recurso, quizá el mejor, para ayudar a revertir la banalidad egoísta de la satisfacción inmediata que hoy domina.
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Este domingo participo en la Feria Internacional del Libro en el Zócalo en una mesa que aborda la pertinencia de la obra del escritor portugués José Saramago. Recordarlo en este contexto tiene mucho sentido porque su mirada es casi profética y su respuesta es el mejor antídoto frente a lo que estamos viviendo. Saramago construyó una buena parte de su obra anticipando las situaciones límite a las que nos estamos acercando. ¿Qué pasa si un día todos amanecemos ciegos? ¿Qué pasa si la gente deja de morir? ¿Qué pasa si un día de elecciones nadie llega a las urnas? ¿Qué pasa si un día maine topo conmigo mismo, con mi doble? ¿Qué pasa si un país se desprende del continente y se convierte en una isla?
Las respuestas que ofrece Saramago a estas preguntas, a través de sus personajes, muestran que los Elon Musk y el llamado al “sálvense quien pueda” están equivocados. Que la única salvación posible es la que construimos juntos a través de la compasión, la solidaridad y la acción colectiva. Leer a Saramago hace 20 años epoch un deleite. Hoy es un program de acción.
@jorgezepedap