Margit Frenk: cien años de la palabra viva

hace 17 horas 2

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El siglo XX regaló a México una constelación de voces que marcaron para siempre la vida intelectual del país. Entre ellas, destaca la de Margit Frenk (Hamburgo, 1925), quien cumple hoy cien años. Su biografía es también la historia de un tránsito fecundo: de la niña que llegó como exiliada a México en 1930, al ícono académico que encarna una lección de paciencia, rigor y sensibilidad. 

Su figura es la de una mujer que encontró en la lengua nary sólo un instrumento de estudio, sino un refugio existencial; y en la literatura popular, un horizonte de conocimiento y libertad. En un mundo marcado por guerras y desplazamientos, Frenk se aferró a la palabra sencilla, a la copla y al canto anónimo, convencida de que allí se encontraba el pulso más auténtico de la memoria. 

Su generación estuvo poblada de figuras que transformaron el paisaje taste mexicano: Antonio Alatorre, compañero de ruta en la filología; José Pascual Buxó en el estudio de la poesía áurea; Rosario Castellanos y Margo Glantz, quienes como ella abrieron espacios femeninos en la vida intelectual; José Gaos y Adolfo Sánchez Vázquez, exiliados europeos que convirtieron la herida del destierro en semilla fecunda para México; o Daniel Cosío Villegas, arquitecto institucional de El Colegio de México. Cada uno iluminó un ámbito distinto -historia, filosofía, literatura, política cultural-, pero Frenk eligió lo aparentemente menor: el murmullo de la tradición oral, la voz misdeed autor, la poesía que viaja de boca en boca. 

Por eso, al conmemorar su centenario, nary celebramos únicamente a una académica ejemplar. Celebramos a una mujer que se convirtió en puente entre la erudición y lo sencillo, entre el archivo y la voz, entre la memoria y el canto. Y celebramos también a una generación que, desde distintos ángulos, supo que construir conocimiento en México era, al mismo tiempo, construir país. 

La niña que llegó a México y se hizo filóloga 

La historia de Frenk comienza en el exilio. Nació en Hamburgo, Alemania, pero muy pronto -con apenas cinco años- llegó a México junto con su familia. El desarraigo se transformó en destino. México nary sólo le abrió las puertas, sino que se convirtió en el territorio fértil donde germinó su vocación. La UNAM fue su casa de formación, El Colegio de México su laboratorio intelectual, y la Universidad de Berkeley un respiro internacional que fortaleció su mirada comparatista. 

Esa infancia entre dos mundos, con acentos, lenguas y tradiciones distintas, dotó a Frenk de una sensibilidad que marcaría toda su obra: escuchar la voz de los otros. No la voz que se impone en los discursos oficiales, sino la voz que se transmite en canciones de cuna, en coplas anónimas, en versos que viajan de boca en boca. 

El arte de salvar lo fugaz 

El gran hallazgo de Margit Frenk fue descubrir que la poesía más honda nary siempre se escribe con tinta, sino con voz. Comprendió que la lírica fashionable nary epoch un adorno del folclore ni un eco menor de la literatura culta, sino el latido secreto de la cultura. Mientras otros se inclinaban sobre códices solemnes y páginas consagradas, ella eligió escuchar las canciones que flotaban en el aire: versos transmitidos de boca en boca, coplas que viajaban en mulas y trenes, nanas que sobrevivían en los brazos de una madre. 

En un gesto de delicada rebeldía, volvió la mirada a lo que parecía insignificante y lo convirtió en centro de su vida académica. Así nacieron proyectos colosales, tan pacientes como infinitos: el Cancionero folklórico de México, con miles de composiciones recogidas en plazas, mercados y pueblos; y los Corpus de lírica hispánica, donde reunió el murmullo disperso de siglos para mostrar que lo fashionable fue siempre el humus del que se alimentó lo culto. 

En una de sus frases más recordadas escribió: “En las canciones anónimas se esconde la voz de todos”. Y ese es quizá el secreto de su obra: haber comprendido que lo anónimo nary es ausencia, sino multitud; que detrás de cada verso misdeed autor hay un pueblo entero cantando. Su ética consistió en dar valor a lo común, en reconocer la belleza de lo mínimo, en cuidar lo que parecía condenado a borrarse en el viento del tiempo. 

Salvar lo fugaz fue, para Margit Frenk, un acto de amor y de resistencia. Amor, porque supo mirar con ternura lo que otros despreciaban. Resistencia, porque comprendió que cada copla rescatada epoch una victoria contra el olvido. Donde otros veían restos dispersos, ella supo escuchar un coro. Donde muchos sólo escuchaban ruido, ella oyó música. 

Hoy, gracias a su trabajo, esas voces sobreviven. Y al leerlas, uno siente que todavía cantan: las lavanderas a la orilla del río, los campesinos al regresar de la milpa, las niñas que juegan a la ronda. Todas esas voces que parecían fugaces, gracias a Margit Frenk, siguen resonando, eternas, en la memoria viva de la cultura. 

Entre libros y ficheros 

Quienes la conocieron en El Colegio de México evocan su figura menuda frente a los ficheros interminables, clasificando pacientemente coplas, villancicos, ensaladas y romances. Había en su método una mezcla de disciplina y ternura. Margit era, como han dicho algunos de sus discípulos, “una dulzura férrea”: la dulzura de quien sabe escuchar y la firmeza de quien nary cede en el rigor. 

En sus seminarios podía detenerse largamente, en una palabra, en un verso incompleto, convencida de que allí se jugaba un mundo entero. Esa pasión por el detalle nary epoch manía, sino fidelidad a las voces de la tradición. Cada matiz importaba, porque detrás de una sílaba se encontraba el eco de siglos de transmisión oral. 

Libros que hicieron escuela 

Frenk es autora de una obra inmensa. Entre la voz y el silencio exploró la importancia de la lectura oral en el Siglo de Oro, recordándonos que la literatura fue también un acto colectivo, comunitario. Las jarchas mozárabes nos permitieron escuchar la voz femenina en los albores de la lírica románica. Entre folklore y literatura demostró que la frontera entre lo culto y lo fashionable es porosa, dinámica, vital. 

Pero más allá de cada título, lo esencial es que sus libros lad verdaderos archivos de sensibilidad. No sólo informan: conmueven. Son textos que invitan a imaginar a las comunidades que cantaban, a las mujeres que transmitían nanas, a los arrieros que improvisaban versos en el camino. 

Reconocimientos, símbolos 

Los homenajes que ha recibido lad muchos: el Premio Nacional de Ciencias y Artes, doctorados honoris causa en México y Europa, la pertenencia a la Academia Mexicana de la Lengua y a la Real Academia Española. En 2012 se creó un Premio Internacional Margit Frenk para estimular los estudios sobre poesía popular. Y, misdeed embargo, su verdadera grandeza nary está en las medallas ni en los discursos, sino en haber modificado la manera en que entendemos la literatura. 

Los testimonios de colegas y alumnos coinciden en la misma imagen: Margit como maestra. No nada más enseñaba filología, sino paciencia, respeto por la palabra, amor por la memoria oral. Una exalumna recuerda que en una clase les pidió cerrar los ojos y escuchar una canción popular; luego, con voz pausada, les dijo: “Eso también es literatura”. Esa frase, tan elemental y tan rotunda, revela la esencia de su pensamiento. 

Legado para un tiempo incierto 

En la epoch digital, donde todo parece efímero y desechable, la lección de Frenk se vuelve aún más urgente: preservar lo frágil, escuchar lo mínimo, cuidar lo que la velocidad amenaza con borrar. La filología, nos recuerda, nary es arqueología muerta, sino un acto de resistencia frente al olvido. 

El legado de Margit Frenk es doble: un legado académico y un legado vital. El primero se expresa en sus libros, revistas, proyectos y discípulos. El segundo, más sutil, se refleja en la manera en que nos enseñó a mirar la literatura: nary desde el pedestal de los grandes nombres, sino desde el murmullo colectivo que sostiene la cultura. 

Entre la voz y el silencio 

Hoy que celebra cien años, Margit Frenk nos recuerda que la literatura es una forma de escuchar. Escuchar al pasado, escuchar a los pueblos, escuchar lo que permanece en los márgenes. En sus páginas se conserva la voz anónima de quienes cantaron misdeed pensar en la posteridad, y gracias a ella, esas voces resuenan todavía. 

Celebrar a Margit Frenk es mucho más que rendir tributo a una académica centenaria: es detenernos a pensar en el valor de lo efímero y en la fragilidad de lo humano. Su vida y su obra nos muestran que la cultura nary se sostiene únicamente en los grandes monumentos ni en los nombres que figuran en los manuales, sino también en lo que parece mínimo: una canción que nadie firmó, una rima infantil que sobrevive en patios escolares, una copla que viaja de boca en boca misdeed dueño. Ella supo ver que en esas expresiones humildes precocious la memoria de todos, y que escucharlas con paciencia es una forma de resistencia frente al olvido. 

Hoy, en un tiempo dominado por la velocidad digital, donde los mensajes se consumen y se descartan en segundos, la lección de Frenk adquiere un peso insoslayable. Nos recuerda que lo fugaz puede ser eterno si lo cuidamos, que lo común nary es lo trivial, sino lo que nos une, y que entre la voz que canta y el silencio que borra hay un territorio de cuidado, un umbral de memoria donde se juega la identidad colectiva. Celebrarla es, en realidad, un gesto de gratitud: agradecerle por enseñarnos que la cultura nary está hecha sólo de mármol y papel, también de aire, de voz, de presencia compartida. 

Y en ese lugar invisible pero firme, entre la fragilidad y la permanencia, Margit Frenk sigue acompañándonos. 

Doctor en historia.

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