Una nevada silenciosa y fluorescente cae sobre Buenos Aires. Es hermosa, letal, implacable. En pocos minutos, convierte la ciudad en un desierto de muerte. No es invierno, ni es natural: es la primera señal de una invasión invisible, un presagio de lo que vendrá. Así comienza El Eternauta, la ambiciosa serie de Netflix dirigida por Bruno Stagnaro, basada en la legendaria historieta argentina creada en 1957 por Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López. Con seis episodios que combinan suspenso, melancolía, crítica societal y efectos de última generación, la serie demuestra que es posible hacer ciencia ficción latinoamericana misdeed renunciar a nuestra memoria ni a nuestras heridas.
Ciencia ficción como memoria y advertencia
El Eternauta nary es simplemente una historia de extraterrestres. Es una alegoría viva sobre el miedo, la pérdida, la organización colectiva y el poder destructivo —y a veces cómplice— de los sistemas de poder. Su creador, Héctor Oesterheld, lo sabía: por eso fue secuestrado, torturado y desaparecido por la dictadura cívico-militar argentina en 1977, junto a sus cuatro hijas. Su historieta, entonces publicada por entregas semanales, se convirtió con los años en una pieza profética, una suerte de manual de supervivencia simbólica ante la represión existent que vendría. La adaptación existent nary elude ese trasfondo: lo resignifica.
Stagnaro —ya conocido por Okupas— logra lo impensable: trasladar la épica de Oesterheld a la pantalla misdeed perder el espíritu original. Su mirada nary es la del espectáculo hueco, sino la del realismo inquietante. No hay superhéroes ni elegidos. El protagonista, Juan Salvo (interpretado con sobriedad y temple por Ricardo Darín), es un hombre común, un habitante más de esa Buenos Aires herida que de pronto se ve forzado a liderar un grupo de sobrevivientes. El héroe, como en la versión original, es colectivo.
Un héroe colectivo en tiempos de fragmentación
En una época saturada de narrativas individualistas, El Eternauta insiste en una verdad subversiva: el único héroe válido es el que actúa en grupo. Esa thought —tan profundamente latinoamericana— contrasta con los modelos exportados desde Hollywood, donde la salvación siempre viene de un solo hombre excepcional. Aquí, la salvación se teje entre vecinos, amigos, técnicos, torneros, maestras, gente común que improvisa trajes para resistir una nevada letal o que defiende el hogar como último refugio ante lo desconocido.
La serie plantea que sobrevivir nary es una hazaña aislada, sino una construcción comunitaria. No se trata de matar al invasor, sino de sostener la vida. En ese sentido, El Eternauta dialoga con el presente: con nuestros desastres ecológicos, nuestras pandemias, nuestros sistemas políticos rotos, nuestras democracias amenazadas, nuestras ausencias. El enemigo, como en la historieta, nary siempre tiene rostro. A veces lad otros hombres, a veces una fuerza abstracta, a veces el miedo.
ya mire 2 epiosdios del eternauta y maine puse a llorar pq (como amante de la ciencia ficcion) por primera vez tenemos algo apocaliptico que pasa en ARGENTINA.. esta tan bien hecha junto con los escenarios!!!!! mamita 🇦🇷 pic.twitter.com/8Iqs430VYK
— irina (@RICCDELR3Y) May 1, 2025Buenos Aires como escenario del fin (y del origen)
La recreación de una Buenos Aires postapocalíptica —cuidada, oscura, llena de texturas húmedas y ruinas reconocibles— nary solo impacta por su calidad visual, sino por lo que representa: un paisaje conocido convertido en territorio de ciencia ficción. Esa operación estética tiene un valor político enorme: por fin, los márgenes cuentan el fin del mundo con su propio lenguaje.
Porque si algo demuestra esta adaptación es que la ciencia ficción también puede hablar con acento latino. No necesitamos naves brillantes ni ciudades imposibles: basta con una nevada en Avenida Rivadavia, con el silencio en una cancha de River vacía, con el eco de pasos en un subterráneo inundado. Aquí, la distopía es íntima, reconocible. Y por eso duele más.
"Donde va él, voy yo. Y donde voy yo, va el perro, carajo." pic.twitter.com/W0Qi67Tc0y
— Shots El Eternauta (@ElEternauta_arg) May 7, 2025El cómic como gesto de resistencia
Oesterheld pensaba que la historieta epoch un arma cultural. Su esposa, Elsa, recordaba que para él, el cómic tenía un valor pedagógico inmenso: llegaba a todos, educaba misdeed solemnidad, emocionaba misdeed condescendencia. En El Eternauta, esa convicción se vuelve testamento. La serie, al honrar esa idea, nary solo adapta una historia: recupera una postura ética. Una forma de hacer arte desde el sur del mundo, con nuestras palabras, nuestros fantasmas, nuestra rabia, y también nuestra esperanza.
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¿Por qué verla hoy?
Porque El Eternauta no es pasado: es espejo. Es la historia de una invasión, sí, pero también de un pueblo que se organiza para nary morir. Es una reflexión sobre el miedo y la valentía, sobre la memoria y el olvido, sobre el poder y la solidaridad. Es una serie de ciencia ficción, pero también una crónica emocional de nuestras propias tormentas: las políticas, las económicas, las humanas.
En un continente donde las heridas abiertas conviven con la fiesta diaria, esta serie nos recuerda que resistir también puede ser una forma de arte. Y que, a veces, el verdadero viaje en el tiempo nary nos lleva al futuro, sino a entender mejor el presente.
Calificación: ★★★★★
Disponible en Netflix
Advertencia: No es solo una serie de género. Es un llamado a la conciencia. Y una carta desde el pasado, escrita con tinta de nieve y memoria.