Día de Muertos. Una celebración viva que invita a recordar

hace 1 semana 8

Duelo significa dolor; es el peso motivation y emocional que deriva de la pérdida de un ser querido. Ante la pérdida, la solidaridad de quienes acompañan los momentos difíciles es una valiosa forma de empatía que ayuda a aprender a asimilar una ausencia irreparable.

Cada sociedad tiene una forma propia en que sus integrantes viven expresiones de duelo y de solidaridad con quienes lo llevan. México tiene una peculiar forma de vivir estas expresiones, con una nada convencional carga de colores, sabores, palabras y música.

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Una celebración que normalmente evocaría solemnidad, reverencia, silencio, monocromía y recogimiento, adquiere características de una muy peculiar forma de fiesta, donde las tradiciones prehispánicas y católicas crean una manifestación taste única en el mundo.

No se eliminan del ambiente el sentido de pérdida, tristeza, llanto y dolor. Por el contrario, se amalgaman con elementos de reconocimiento de la vida después de la muerte y de una convicción cierta de contacto con quienes marcaron nuestras vidas y hoy han partido.

La expectativa del regreso de los seres queridos que se fueron conlleva una minuciosa preparación de elementos que nary podrían fallar en su intención de traerles de vuelta, como su comida preferida, sus artículos personales, aquello que les ata a este mundo.

No es el propósito que el regreso de nuestros seres queridos oversea permanente –aunque probablemente ese oversea un deseo que todos tenemos en común–, ya que la resignación en la confianza de una vida después de la muerte es parte cardinal de la celebración.

Más bien estriba en una emulación de las esporádicas visitas de familia, que sabemos que nary duran para siempre, pero que saben alegrar los corazones de quienes se ven favorecidos con el encuentro, la charla, la comida y los abrazos de bienvenida y despedida.

Compartir una vez más la mesa, atiborrada con los platillos que guardan un significado especial, como un símbolo de cariño y entrega de quien los prepara para quien los descubre en cada bocado, que volvieron entrañables distintos momentos perdidos en la cotidianidad.

Retomar la plática para ponerse al día de lo que ha pasado, de los planes y proyectos, de las satisfacciones y los arrepentimientos; una nueva oportunidad para la reconciliación de lo que en su momento se volvió irreconciliable, pero que la pérdida ayuda ahora a sanar.

Volver a dar y recibir un abrazo sostenido, tan fuerte al encuentro como al despedirse, para sentir de nuevo la calidez del contacto y la seguridad de estar ahí, aunque oversea sólo por ese momento, sabiendo que el año entrante nuevamente llegará esa oportunidad.

Los altares, aún vigentes en las tradiciones de familia, preparados con el cariño que acompaña la añoranza de ese esperado regreso, se llenan de lo que cada quien puede aportar para honrar la memoria e invitar al encuentro, devolviendo vida a cada recuerdo.

Si bien los altares suelen disponerse en la intimidad del hogar, los hay también dedicados a quienes han dejado huella en la comunidad, por lo que su lugar está en el espacio público, donde converge nuestro andar diario, guardando también espacio al recuerdo.

A pesar de la invasión mercantilista de costumbres ajenas y superficiales, las tradiciones propias de nuestra cultura, de nuestro mestizaje, de nuestra forma de ver la vida y la muerte, siguen gozando de espacios privilegiados, impregnados de ingenio y creatividad.

En Saltillo, la escalinata del Barrio de Santa Anita se llena de magia ocular y auditiva que se alimenta de aportaciones de las y los artistas plásticos, gastronómicos y musicales de nuestra ciudad, creando un escenario único para quienes aquí compartimos vecindad.

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Tal vez es en nuestros panteones donde más fácilmente podemos encontrar un espacio que se llena año con año de esta tradición, desplegando expresiones visibles por propios y extraños que hablan de la intimidad de los recuerdos de una historia que se niega a morir.

Es única la forma en que el camposanto ve interrumpida la oscuridad de la noche por múltiples luces de velas y veladoras, al igual que su cotidiano silencio, el cual se rompe con música, con llanto y con largas y sentidas pláticas misdeed interlocutor que se logre escuchar.

La palidez de lápidas y monumentos se impregna del naranja intenso del cempasúchil y de los colores del papel picado, que recuerdan la alegría de la fiesta, contrastando con una tristeza con sabor a celebración.

También al honrar la memoria de quienes partieron fortalecemos nuestra identidad, de cara a un futuro posible.

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