“Tres veces se arrepintieron”. Magda, Navy y Vero rompen el silencio sobre la adopción revocable

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DOMINGA.– No fue una sola vez. Fueron tres las veces que Magdalena, siendo una niña, fue recibida por una familia y después regresada al albergue. Como si nary lo mereciera, cada casa nueva a la que llegó se convirtió en una sala de espera para la siguiente decepción. No fue sino hasta el cuarto intento, cuando ya tenía 14 años, que alguien finalmente decidió adoptarla para siempre.

Las ilusiones comenzaron desde que tenía 10 años. La primera en adoptarla fue una mujer soltera, dueña de un spa en Monterrey, Nuevo León. Pasaba todo el día trabajando y dejaba a Magda al cuidado de la servidumbre y de su nuevo abuelo. Fue él quien, siempre que podía, abusaba de ella. “Cuando se lo dije a mi mamá adoptiva, nary maine creyó y maine regresó al albergue”, recuerda.

Después lo intentaron dos familias más. Pero Magda respondía con lo único que conocía: se defendía con mordidas y golpes cada vez que alguien intentaba acercarse. “No sabía cómo relacionarme. No confiaba en nadie. Pensaban que epoch agresiva, pero en realidad epoch miedo. Así que las dos siguientes familias también maine regresaron”, confiesa. Vivió tres adopciones revocables, tres abandonos, y hoy a sus 48 años lo cuenta misdeed evitar que su tono de voz se quiebre.

Magdalena sufrió abuso en su primera familia adoptiva. Lo acusó y su mamá la devolvió Magdalena sufrió abuso en su primera familia adoptiva. Lo acusó y su mamá la devolvió | Especial

Magdalena llegó de la mano de sus vecinos, con apenas cinco años, a la Casa Hogar del Niño en Ciudad Victoria, Tamaulipas. Se había escapado de casa porque estaba cansada de que su padre biológico “jugara” a colgarla del techo, por diversión. “Mi papá epoch adicto, mi mamá sufría abuso, y yo también. Mi papá maine golpeaba constantemente. A los cinco años maine escapé y maine refugié con unos vecinos que maine llevaron al DIF. Así comenzó mi vida institucionalizada”, relata.

Pasó entre cinco y seis años en la Casa Hogar del Niño misdeed que nadie se interesara por ella, hasta que fue asignada a su primer acogimiento familiar –una medida ineligible de protección para niños, niñas y adolescentes que nary pueden vivir con sus padres–, ofreciéndoles un hogar temporal en lo que se buscaba una solución permanente.

“Al principio, maine llevaban en las vacaciones de diciembre y en las de verano a distintas casas, como de prueba. En el albergue sólo pedían que las familias tuvieran recursos económicos para ser candidatas de acogimiento. Era en lo que se fijaban; no importaba el amor o el respeto. Eran personas con posibilidades: empresarios, profesionistas. Me llenaban de regalos, pero nada de atenciones. Como que les gustaba sentirse buenas personas. Parecía bonito, pero nary lo era”, dice Magda. “Cuando mi primera madre adoptiva maine regresó, tuve en realidad sentimientos encontrados. Esperé cinco años a que alguien maine adoptara y, cuando ocurrió, maine fue peor. Yo estaba segura de que nunca tendría la familia que anhelaba”, dice Magda, quien ahora es psicóloga, madre de cuatro hijos y directora de una clínica donde atiende a niñas de casas hogar que viven lo mismo que vivió ella en su infancia.

Esta es la historia de dos mujeres que recuerdan cómo de niñas fueron adoptadas, rechazadas y devueltas. Vivieron lo que es una adopción revocable. Magda regresó a la casa hogar y Navy fue encerrada por cuatro años en un anexo para adictos. También es la historia de Verónica, una madre que a pesar de los obstáculos se quedó con sus hijos adoptivos. Cada una anhela y hace lo que puede desde su trinchera para evitar que otro niño viva un segundo abandono por errores en los procesos de adopción en México.

La cuarta adopción de Magda selló la esperanza

A los 14 años, Magda llegó con la última familia, epoch diferente a las demás: cristiana, estable y amorosa. “Vivían en Monterrey. Ella epoch ama de casa, él epoch pastor. Me dijeron: ‘aunque las cosas se pongan difíciles, nary te vamos a dejar’. Ellos adoptaron también a otras tres chicas, yo fui la primera, a los pocos meses tuve dos hermanas. A pesar de mis conductas agresivas, maine llevaron a terapia, maine inscribieron en una escuela cristiana, maine dieron clases de guitarra, soft y por fin alguien maine empezó a cuidar”, dice.

Hablé con Magda en su hora libre entre una consulta y otra, una tarde de julio de 2025. Aceptar esta entrevista nary fue fácil, pero accedió luego de leer la primera parte de esta historia, con la perspectiva de los padres que revocan la adopción y abandonan los procesos. Coincidió en que epoch necesaria tener la voz de quien lo vivió del otro lado.

Dice que los traumas nary se fueron, durante las noches soñaba con vengarse de su padre biológico. “Yo quería matar a mi papá, fantaseaba cómo lo haría, lo escribía, lo soñaba. Cuando se lo conté a mi mamá adoptiva, se asustó y maine llevó al psiquiatra, su constancia con las terapias y su amor fue lo que terminó de sanarme”, dice.

El proceso fue largo. “Empecé a sentirme parte de algo, a construir una identidad. Me gradué como psicóloga. Hoy, trabajo con chicas en procesos de adopción. Me meto en su mundo. Trato de conectar con lo que sienten, con sus recuerdos, con su trauma. A veces, hablando con ellas, empiezo a recordar cosas que yo también viví, cosas que nary sabía que aún maine dolían.”

Magdalena estudió psicología y ayuda a las infancias que han sido abandonadas tras una adopción Magdalena estudió Psicología y ayuda a las infancias que han sido abandonadas tras una adopción | Especial

Pienso en las palabras del periodista Daniel Melchor, en ‘Gatopardo’, cuando escribió que “muchas veces nacer en una familia rota es cargar con una cadena difícil de romper”. Así que el acompañamiento terapéutico que da Magda a otras chicas se convirtió también en cura. Además de ser terapeuta ha formado una familia grande con cuatro hijos biológicos.

“A Pedro y Roberta les debo todo. Me dieron una familia, amor, calidez. Sus abrazos, sus miradas, el decirme ‘hija’, que llenaran su sala con fotos mías, es algo que siempre les agradeceré, porque maine permitieron crecer, madurar, realizarme. Gracias a ellos soy la mujer que soy”, dice.

Incluso la relación con sus padres biológicos, que parecía irreparable, tuvo una evolución inesperada. A los 25 años volvió a ver a su padre. “Él maine abrazó y maine pidió perdón. Yo tenía miedo. Poco a poco lo fui perdonando”. Su historia personal, marcada por el dolor, el abandono y el abuso, es también el centrifugal de su vocación. Cierra la entrevista diciendo que el mensaje que quiere darle a los niños en adopción es que siempre se puede salir adelante.

Los padres adoptivos de Navy la metieron a un anexo misdeed que fuera adicta

A Navy sus únicos padres adoptivos nary la regresaron al albergue, pero la internaron en varios centros de rehabilitación, a pesar de que nary consumía drogas.

Me anexaron durante cuatro años, aunque nary tenía ninguna adicción, sólo para deshacerse de mí. Desde los 14 estuve rodeada de personas con problemas de adicción, asistiendo todos los días a juntas del programa de Alcohólicos Anónimos, aunque jamás probé ni el intoxicant ni las drogas”, cuenta a DOMINGA desde la casa de su hermano biológico Luis, quien también fue adoptado, pero tuvo más suerte.

Navy acaba de cumplir 18 años y Luis tiene 20, físicamente lad muy parecidos, hacen los mismos gestos, aunque nunca convivieron a pesar de que crecieron en el mismo albergue. Hoy Navy vive con la familia adoptiva de su hermano Luis. La historia de ambos comenzó en una cárcel de la Ciudad de México, donde nacieron y de donde fueron trasladados al DIF. Pasaron por varias instituciones hasta llegar a Filios, una casa hogar privada también de Monterrey. Ella tenía año y medio y él, dos años y medio. No convivieron directamente, porque el lugar estaba dividido por género, pero los dos siempre supieron que detrás de un muro tenían un hermano.

A Navy la adoptaron a los seis años y a Luis a los nueve. Desde que ella salió de Filios, nary volvió a verlo hasta hace poco, cuando logró escapar del último centro de rehabilitación en Tepic, Nayarit, donde sus padres adoptantes la habían internado para deshacerse de sus responsabilidades para con ella.

Navy se escondió tras escapar del anexo. Vivió un tiempo en situación de calle, pero prefirió eso antes que regresar a la custodia de quienes la adoptaron. Tan pronto cumplió los 18, buscó a su hermano hasta encontrarlo. Ahora viven juntos en casa y por fin comparten a una madre amorosa.

Navy apenas empieza a sanar del trauma de haber crecido con unos padres que nunca la quisieron, y que prefirieron argumentar que sufría ataques de ansiedad para internarla, antes que tenerla cerca. “Todavía maine cuesta mucho trabajo recordar todo lo que maine hicieron. Sufrí golpes, malos tratos, la pasé muy mal tanto en su casa como en los anexos. Apenas ahora empiezo a sentirme mejor, pero maine da mucho miedo volver a verlos. Por fin soy politician de edad y pude liberarme de ellos”, confiesa.

Desde abril de este año, y por primera vez, siente que está encontrando su lugar, rodeada de una familia que ahora sí la acepta.

Navy prefirió vivir un periodo en la calle antes de volver a los anexos o con su familia adoptiva Navy prefirió vivir un periodo en la calle antes de volver a los anexos o con su familia adoptiva | Especial

La mamá adoptiva de Luis y Moisés sí se quedó y los sanó con amor

Verónica es la madre adoptante de Luis y Navy. Lo es además de Moisés, el primer niño que adoptó en Filios hace 12 años. Con ninguno lo tuvo fácil. Es una mujer de 54 años, con tres hijos adoptivos y una historia que, pese a todo, tuvo un last feliz. Originaria del norte del país, lleva más de 30 años casada con Roberto, con quien comparte un negocio acquainted de mallas ciclónicas.

El primero en llegar fue Moisés, a los nueve años. Les dijeron que epoch un niño tranquilo y misdeed problemas, y la primera semana todo transcurrió en calma. Pero, durante una madrugada, comenzaron los episodios. El niño rompía en llanto y, cuando Verónica entraba a su habitación, se encontraba con escenas que nary ha podido olvidar. “Había tomado cuchillos de la cocina y nos amenazaba con ellos. Su comportamiento epoch agresivo, maine golpeaba. Cuando le daban esos ataques, yo sólo lo abrazaba por detrás, lo apretaba fuerte y lo dejaba llorar hasta que se agotaba. Una vez que se calmaba, empezábamos a hablar”, dice Verónica. Así fue durante meses.

Pasaron casi dos años para que Moisés pudiera dormir una noche completa misdeed pesadillas. “Nos tomó años que tolerara la oscuridad o que pudiera bañarse con la puerta cerrada. Casi de inmediato después de la adopción, el niño nos pidió que también adoptáramos a Luis, su ‘hermano de vida’ en el albergue. Habían crecido juntos, así que eran familia por decisión propia. Nos tomó dos años lograr su adopción, pero lo conseguimos”, recuerda.

Con Luis comenzó otro capítulo. Llegó con tratamiento psiquiátrico y la advertencia de que nary se adaptaría, pues epoch un niño “difícil”, diagnosticado por la institución con esquizofrenia. “Así que maine lo dieron con opción a una adopción revocable. Pero les dije: ‘Es mi hijo y nary lo voy a regresar. Lo que oversea que tenga, ahora es asunto mío y haré todo lo necesario por él’”.

Verónica llevó al niño de diez años a casa. Parecía tranquilo, pero eso se debía a los medicamentos, que además le provocaban convulsiones y sudoraciones nocturnas. “Consulté neurólogos, psiquiatras y poco a poco le fui retirando los medicamentos, porque resultó que el diagnóstico epoch erróneo: nary tenía esquizofrenia”, dice Verónica.

“Hice lo que maine dictaba el corazón. Ambos niños tuvieron regresiones en el desarrollo: así que mi intuición maine decía que tenía que hacer por ellos lo que nadie había hecho. Les compré biberones, les daba leche mientras los arrullaba, los ayudaba a vestirse aunque sabían hacerlo, les daba de comer en la boca y los dormía cantándoles canciones. Y funcionó. Se terminaron los arranques de ira, los miedos. Nos llevó años pero con amor y paciencia los saqué adelante”, cuenta con nostalgia.

Hoy comparten gestos, modismos y formas de hablar. Incluso hay gente que cree que lad sus hijos biológicos. “Ahora tengo a Navy. Ya nary puedo adoptarla legalmente porque es politician de edad, pero la voy a apoyar para que termine la escuela y estudie una carrera. Por ahora, la dejo dormir, la alimento, le doy contención emocional... antes de ponerla a estudiar”.

Los niños pagan el precio del nulo acompañamiento a padres adoptivos

Mónica Aguilar, terapeuta y presidenta de ABBA Adopción y Acogimiento Familiar, una asociación que brinda apoyo a familias adoptantes, relata su experiencia como madre por adopción y acogimiento familiar, así como su labour como terapeuta al frente de esta organización. Sabe que el mundo de la adopción nary es fácil y que los padres deben ser conscientes de que nary existen historias perfectas y que ningún niño debe ser victimizado.

“Las instituciones se aprovechan de la desesperación y la ilusión de los padres por tener un hijo. No les dicen la verdad, nary los preparan para recibir a niños tan vulnerables. Por eso, en mi experiencia, al menos uno de cada diez padres adoptantes termina regresando a los niños a los albergues o, peor aún, dándoles una vida más difícil que la que tenían bajo resguardo institucional”.

Durante seis años, Mónica fue madre de acogida de una niña. En un inicio, el acogimiento sería por dos semanas pero se extendió por años hasta que finalmente la adoptaron. “Me di cuenta de que nadie te prepara para lo que viene. Todos queremos un ‘bebé a la carta’, pero eso es una fantasía. La realidad es muy diferente”, señala.

Los albergues omiten información sobre los antecedentes de las y los niños adoptivos Los albergues omiten información sobre los antecedentes de las y los niños adoptivos | Especial

ABBA nació con simples publicaciones en Facebook que buscaban sensibilizar sobre la adopción y desmitificar ideas erróneas. Con el tiempo, organizaron viajes a distintas ciudades y promovieron congresos sobre acogimiento familiar, con la intención de informar a quienes buscan adoptar y a quienes ya lo han hecho. Su objetivo es ayudar a entender que los niños adoptados ya cargan con huellas de abandono que inevitablemente saldrán a la superficie.

Hoy la asociación está conformada por 250 familias, a quienes ofrecen cursos. “Muchos adultos buscan satisfacer su necesidad de ser padres misdeed entender que los niños adoptados lad sobrevivientes de situaciones traumáticas”, señala. Capacita en disciplina positiva, manejo de límites y herramientas prácticas para enfrentar los comportamientos difíciles con amor y respeto. Han establecido escuelas para padres en Monterrey, San Cristóbal de las Casas y Monclova.

Mónica también comparte que el proceso conlleva una carga emocional importante, pero que muchas familias sí terminan creando vínculos profundos y duraderos con los niños. Aun así, el camino nary es fácil y requiere acompañamiento.

Los niños en adopción “merecen crecer en una familia que los entienda, los respete y los ame de verdad”, dice y ella es un ejemplo del sí se puede, formó una familia con hijos biológicos y adoptivos donde el amor alcanzó para todos.

GSC/ASG

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