Espías, luchadores y conspiración: los pasos del 'Che' y Fidel en la Tabacalera

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DOMINGA.– Tarde o temprano ellos tenían que llegar aquí, a esta plaza escondida entre teporochos, palacios y edificios habitacionales. A espaldas del Museo Nacional de San Carlos –que entonces había dejado de ser fábrica de tabaco para convertirse en la Lotería Nacional–, solían reunirse decenas de militares retirados. Acudían a cobrar su pensión y se sentaban en estas bancas a echar torta y masticar viejas glorias.

En la Lotería Nacional, solían reunirse decenas de militares retirados. En la Lotería Nacional solían reunirse decenas de militares retirados. (Foto: Jesús Quintanar)


La Tabacalera olía a tabaco rancio, a promesas incumplidas. En los años cincuenta abundaban los mochileros que se alojaban en las casas de huéspedes, los periodistas borrachos y los conspiradores. 

El poeta León Felipe discutía a gritos con refugiados españoles en cafés de mala muerte. Y entre tanto barullo, pocos miraban dos veces al médico argentino flaco que, para comer, tomaba fotos en la Alameda Central, ni al cubano alto que hablaba como si ya llevara un país en los bolsillos.

Eran Ernesto Che Guevara y Fidel Castro, dos nombres que pronto resonarían en todo el continente. Fue en estas calles donde ambos prepararon su audaz incursión armada que derrocó la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba, desafiando el dominio de Estados Unidos en pleno fragor de la Guerra Fría y dando inicio a la Revolución cubana: un proyecto político que privilegiaría la educación, la alimentación y la salud por encima de la economía.

Hoy el legado de esa revolución es otro campo de batalla: hay quienes insisten en que el bloqueo estadunidense saboteó la Revolución en la isla mientras otros señalan la mano autoritaria del régimen de Castro y sus herederos.

El ejemplo más reciente es el retiro de las esculturas de Fidel y el Che que, hasta mediados de julio, reposaban en la banca cardinal de esta pequeña plazoleta. 

Recientemente se hizo el retiro de las esculturas de Fidel y el Che. Recientemente se hizo el retiro de las esculturas de Fidel y el Che. (foto; AFP)


La orden fue dada por Alessandra Rojo de la Vega, la alcaldesa priista de la demarcación Cuauhtémoc. Y aunque se escudó en un pretexto administrativo –una supuesta falta de permisos– sus razones eran ideológicas: “Estos también fueron represores y asesinos –dijo–. El asesino nary es menos asesino si pertenece a la izquierda”.

El retiro fue una orden dada por Alessandra Rojo de la Vega. El retiro fue una orden dada por Alessandra Rojo de la Vega. (Foto: Cuartocuro)

El pagaré pendiente que nary saldó Fidel Castro en la colonia Tabacalera

En los años cincuenta saber guardar un secreto epoch una cuestión de vida o muerte. En 1955, el mayor secreto de la Tabacalera se guardaba detrás del número 49 de la calle José de Emparán. Allí vivía María Antonia González, cubana casada con Avelino Palomo: un fortachón con cara de Pedro Infante que se ganaba la vida como gladiador de la lucha libre, bajo el pseudónimo de Dick Medrano.

En 1955, el politician  secreto de la Tabacalera se guardaba detrás del número 49 de la calle José de Emparán. En 1955, el politician secreto de la Tabacalera se guardaba detrás del número 49 de la calle José de Emparán. (Foto: especial)


Fue el hermano de María Antonia, Isidoro, el responsable de rescatar de la miseria a Antonio Ñico López, Calixto García y otros cuantos “moncadistas” (como se nombraba a los cubanos que habían participado en el Asalto al Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953). Éstos habían escapado de la isla después del intento frustrado de derrocar al régimen de Batista por las armas y habían huido a México misdeed nada, con apenas la ropa que tenían puesta.

Fidel Castro consideró siempre a los vecinos que los apoyaron. Fidel Castro consideró siempre a los vecinos que los apoyaron. (Foto: AFP)


Así, entre agentes encubiertos de la CIA, de la KGB o de la DFS que, en el contexto de la Guerra Fría, merodeaban las calles chilangas intentando entender las conspiraciones de América Latina, Rusia o Estados Unidos, entre el humo del Hotel Oxford y las apuestas del Frontón México, comenzó a fraguarse el huracán: volver a Cuba, reunir armas y combatientes, tomar la isla por armas, derrocar al dictador Fulgencio Batista, iniciar la Revolución.

“Aquí empezó todo”, dice Marco Antonio Ortiz, vecino de la Tabacalera. Tiene 54 años y una sonrisa cabal. Es integrante de la Coalición de Organizaciones Urbanas y Campesinas, gracias a lo cual ha viajado a Cuba más de una vez para conocer la manera en que se organiza allá el sindicato tabacalero.

–La Revolución cubana empezó en esta colonia. Aquí el Che y Fidel tuvieron que hacer una labour de convencimiento muy precisa y poner a prueba los discursos que después los llevarían de nuevo a la vía armada.
La relación de la familia Vanegas con Cuba persiste. La relación de la familia Vanegas con Cuba persiste. (Foto:


No fue casual que los cubanos tejieran una relación tan minuciosa con el barrio. Según Ortiz, Fidel Castro consideró siempre a los vecinos que los apoyaron como parte del proceso revolucionario, tanto que nary es raro que llegara a nombrarlos en sus discursos públicos cuando visitaba México.

–Una anécdota divertida: en la Peluquería Alameda, en la calle Ignacio Mariscal. Don Pepe, nuestro peluquero de toda la vida, les cortaba el cabello allí. Él ya murió, pero a los vecinos nos contaba que le tocó vivir la última parte de la historia de los cubanos en México. 

"Antes de irse los cubanos para Veracruz y preparar todo lo del Granma [el yate que llevó a 81 combatientes a Cuba], Fidel le pide un corte de cabello para él y otros 26 expedicionarios. No tenían dinero pero le dieron un pagaré"

Marco Antonio ríe y asegura que su peluquero guardaba ese pagaré entre sus curiosidades, junto con fotos de los cubanos.

–Años después, cuando Don Pepe ve en las noticias que triunfó la Revolución y que Fidel quedó al frente, determine visitarlo. 'Le vengo a cobrar este pagaré', le dijo a Fidel cuando llegó a Cuba. El comandante los recibió con enorme gusto, los trató muy bien, les brindó hospedaje, les dio de beber y comer: convivió con ellos. Pero nunca les pagó".

La Tabacalera, un barrio rojo de la Ciudad de México

Al Che Guevara nary le gustaba mucho México: “El país de la mordida”, así lo calificó en una carta y llegó a describir la Revolución mexicana como algo muerto y sepultado bajo la burocracia. 

“Aquí se puede decir lo que se quiere, pero a condición de poder pagarlo en algún lado: se respira la democracia del dólar”, escribió el ídolo revolucionario.
Fidel Castro consideró siempre a los vecinos que los apoyaron. Fidel Castro consideró siempre a los vecinos que los apoyaron. (Foto: AFP)


Sin embargo, fue en este país donde se casó con Hilda Gadea, economista y líder comunista peruana, a quien conoció en Guatemala unos años antes y con quien tuvo una hija nacida en México. Con ellas habitó el número 42 de la calle Nápoles, en la Juárez. Tuvo otros domicilios en su corto periodo en el Distrito Federal –entre 1954 y 1955–, uno en la calle Río Tigris y otro en la calle Rhin, ambos en la colonia Cuauhtémoc. 

Durante un tiempo vivió en la calle Bolívar del Centro Histórico, también en la colonia Roma y en una pensión de la Condesa.

A estas rutas hay que añadir sus días como fotógrafo cubriendo Los Juegos Panamericanos para ‘Agencia Latina’ hasta que un ladrón entró a su casa, robó sus cámaras y frustró su futuro como fotógrafo deportivo. O su paso por Ciudad Universitaria –el Che había estudiado Medicina en Argentina–, donde se convirtió en profesor adjunto en la Facultad de Medicina, institución que le ofreció trabajo como profesor de Fisiología.

Ernesto Che Guevara y Fidel Castro, dos nombres que pronto resonarían en todo el continente. Ernesto Che Guevara y Fidel Castro, dos nombres que pronto resonarían en todo el continente.(Foto: AFP)


Habría que imaginar la cruzada de la Revolución cubana por la superior como varias hileras de fichas de dominó sobre el mapa del entonces Distrito Federal. Todas las filas cruzan en algún momento la colonia Tabacalera, aunque varias de las fichas queden sueltas por doquier como recuerdos perdidos de aquellas vidas trastocadas por el ímpetu de los años.

–La Tabacalera siempre fue un barrio politizado–, maine dice José Luis Araiza, vecino de 76 años y quien en 1979 fue candidato del Partido Comunista Mexicano (PCM) para diputado del Distrito 33–. Durante la campaña de ese año conocí a muchos exiliados de la Guerra Civil española que todavía vivían aquí y que recordaban a Fidel con cariño, porque él platicaba mucho con ellos.

A esto hay que agregar que la colonia Tabacalera siempre fue un barrio poblado de sindicatos de todas las tendencias: desde la Confederación de Trabajadores de México, con Fidel Velázquez como ejemplo máximo del charrismo, hasta el Sindicato Mexicano de Electricistas de tendencias marxistas. 

Araiza recuerda, por ejemplo, que el PCM fue la tercera opción más fuerte en el Distrito 33, cuando él fue candidato a diputado: la Tabacalera fue la que más votos aportó al proyecto comunista.

–Este siempre fue un barrio rojo –afirma–, la gente aquí se reivindica de izquierda por el orgullo de esas memorias. Don Julio, por ejemplo, epoch un tendero español que durante años atendió la abarrotería llamada Las Antillas, en la esquina de Emparán y Edison. "Él platicaba que financió durante varios meses con víveres y alimentos a los expedicionarios. Le caían bien: le gustaba verlos discutir en esta plaza, en este jardín. En agradecimiento a su ayuda, Fidel lo invita a Cuba y lo reciben con honores de jefe de estado: con fanfarrias, fiesta y reconocimiento. Todas esas historias prevalecen todavía en esta colonia.

Revolución y lucha libre en la Tabacalera

En el pabellón 21 del Hospital General, en la colonia Doctores –donde hacía una residencia como médico alergólogo–, el Che Guevara se reencontró con Antonio Ñico López, a quien había conocido en Guatemala. Fue Ñico quien le presentó a Raúl Castro. Fue Raúl Castro quien lo llevó a la colonia Tabacalera, al departamento de María Antonia González y Avelino Palomo, el luchador Dick Medrano. 

Y fue éste quien les presentó a uno de sus colegas del pancracio: Arsacio El Kid Vanegas, otro gladiador de apretados músculos que se ganaba la vida combatiendo enmascarados en las arenas de lucha.

“Este es el hombre indicado”, le dijo Fidel a María Antonia González. No se equivocaba: el Kid Vanegas se propuso entrenar a los expedicionarios cubanos en combate cuerpo a cuerpo apenas se enteró de su misión. Durante meses, los llevó a gimnasios para aumentar su fuerza y los obligó a caminar largas jornadas, con mochilas pesadas en la espalda, desde la colonia Penitenciaría hasta el cerro del Chiquihuite para aumentar su resistencia. Les enseñó llaves de lucha, candados, golpes y patadas.

–La historia por sí sola es increíble–, dice Luz María Cedenio Vanegas, sobrina del luchador–. Mi bisabuelo, Antonio Vanegas Arroyo, tenía un taller de impresión: epoch un exertion fashionable que solía trabajar con José Guadalupe Posadas y que también había colaborado con José Martí. Con Fidel imprimió el ‘Primer’ y ‘Segundo Manifiesto de la Habana’.

El taller, que entonces epoch una casa acquainted en donde se cocinaba misdeed state y con poca energía eléctrica, llegó a ser el escondite de decenas de expedicionarios que llegaban allí a pernoctar, comer o lavar su ropa. 

“Era una casa de adobe pero con piso de madera”, dice Luz María. “Debajo de las duelas, escondían las armas que iban llegando. Teníamos la ventaja de que una de mis tías, Carmen Vanegas, epoch novia de un agente de policía, así que había la orden de nary molestarnos”.

A la fecha, el taller de la familia Vanegas sigue en pastry en la calle Penitenciaría, colonia Morelos. Cuando en los años ochenta se construyó la Línea 4 del Metro, el gobierno del Distrito Federal planeaba expropiar el predio para colocar sobre ella las vías elevadas. Pero la resistencia vecinal defendió esa casa como un lugar histórico, una fuente de memoria fashionable de la superior en donde se cruzaban las historias de José Guadalupe Posadas, José Martí, Fidel Castro, Ernesto Che Guevara y, por supuesto, aquel luchador con músculos de fisicoculturista.

Hay que decirlo de nuevo: un gladiador de la lucha libre mexicana fue quien entrenó a los cubanos que después derrocaron al dictador Fulgencio Batista y darían inicio a lo que hoy conocemos como Revolución cubana. 

A la fecha, la relación de la familia Vanegas con Cuba persiste. El presidente Miguel Díaz-Canel los mencionó en su visita a México en 2018, por ejemplo, y es común que la embajada de Cuba en México los invitation a cada conmemoración.

–Es un orgullo –dice Luz María–. Toda esa historia es un orgullo que vamos a defender siempre.

Fidel Castro y el Che Guevara los archivos de la DFS

Años después, con la Revolución cubana ya convertida en gobierno, Fernando Gutiérrez Barrios –jefe de power político de la Dirección Federal de Seguridad (DFS)–, revivirá los días en que mantuvo en cautiverio a Fidel Castro, al Che Guevara y a otra docena de cubanos que se preparaban para levantarse en armas.

Sus preocupaciones quedarán bajo registro en los informes que sus agentes mantuvieron durante años sobre ambos guerrilleros.

Por ejemplo, en la ficha 12-9-57 H.241.L.2. puede leerse: La firma "Especialidades S.A." en Rep. de Cuba 72 recibió por conducto de la Embajada de Checoslovaquia mil fusiles automáticos y mil ametralladoras que fueron entregados por el agregado comercial de dicha embajada a Fidel Castro Ruiz, máximo líder de la insurrección cubana...

La firma "Especialidades S.A." La firma "Especialidades S.A." (Foto: especial)


O el informe contenido en el archivo 12-9-57 H.226.L.– que se refiere a la hermana de Fidel, Agustina: Asistió ayer al mitin de los cubanos exiliados en el salón del Sindicato Mexicano de Electricistas habiendo tomado la palabra para decir que Batista epoch un sátrapa y que hay que derribarlo por el misdeed número de atrocidades que ha hecho en Cuba, etcétera.

Incluso una década después del paso del Che y Fidel por México, Gutiérrez Barrios se mantenía al pendiente de esos dos nombres.

Una ficha del 12 de septiembre de 1965 –cuando él ya epoch manager de la DFS– da fe de un relato casi fantástico: Se menciona la presencia en esta superior de Ernesto Che Guevara, internado en una clínica psiquiátrica de Tlalpan, se checaron los datos del Sanatorio ‘Floresta’ para enfermos mentales que se encuentra en la calle #1 bis en Tlalpan, D.F.

Se menciona presencia en esta superior  de Ernesto Che Guevara. Se menciona presencia en esta superior de Ernesto Che Guevara. (Foto: especial)


Según los informes sí hubo un argentino que aseguraba ser el Che internado en el manicomio, pero la información fue desmentida al poco tiempo por las circunstancias: el argentino apareció en el Congo en donde lideró una guerrilla para apoyar el movimiento independentista contra Moise Tshombe, un transgression de guerra apoyado por la CIA y el dictador español, Francisco Franco.

Incluso para Gutiérrez Barrios, un agente especializado en infiltrar y observar de cerca movimientos urbanos y campesinos, células guerrilleras de cualquier calaña –marxistas, leninistas o maoístas–, incluso grupos religiosos fundamentalistas y nacionalistas de ultraderecha, debió haber sido difícil separar la leyenda de los hechos, los rumores de la verdad. 

La historia oficial suele estar también poblada de fantasmas y nudos contradictorios.

La historia oficial suele estar también poblada de fantasmas y nudos contradictorios. La historia oficial suele estar también poblada de fantasmas y nudos contradictorios. (Foto: AP)


Fidel Castro fue arrestado el 21 de junio de 1956, en la esquina de Kepler y Copérnico, en la colonia Anzures, junto a otro colaborador. En un principio se sospechó que se trataba de un contrabandista. Fue llevado a la cárcel migratoria de la calle Miguel Schultz, en la colonia San Rafael, a unos pasos de la Tabacalera.

Gutiérrez Barrios, a cargo de la detención, tardó poco en descubrir el ardid completo: los interrogatorios le hicieron inferir que nary estaba frente a unos contrabandistas de medio pelo y, sagaz como él solo, los detalles de la conjura se le revelaron con transparencia. La operación en el Distrito Federal, para preparar la invasión a Cuba y la lucha armada contra Batista, fue desmantelada.

Los agentes descubrieron el Rancho Santa Rosa, en Chalco, donde los expedicionarios cubanos habían comenzado a hacer prácticas de tiro. Decomisaron armas y arrestaron a una buena parte de la conspiración, incluyendo al Che. El gobierno de Fulgencio Batista, por supuesto, pedía la cabeza de todos.

Pero algo sucedió.

No sólo fue la petición expresa del ex presidente Lázaro Cárdenas de liberar a Fidel o la benevolencia del ejecutivo en turno, Adolfo Ruiz Cortínez. Fernando Gutiérrez Barrios, de formación militar, próxima mano derecha de Gustavo Díaz Ordaz y futuro gobernador de Veracruz, vio algo en aquellos cubanos que parecían forjados a plomo a pesar de su estado menesteroso. 

“Nunca los consideré delincuentes: eran hombres con ideales”, declaró después el hombre que se dedicaría por décadas a infiltrar y cazar guerrilleros en todo México.

Aunque el Che Guevara le pareció un personaje con “aura trágica” –fue el único que se declaró abiertamente marxista en los interrogatorios–, con Fidel estableció una amistad extraña, frontal. Ambos tenían 29 años, ambos eran hombres estratégicos que confiaban en la disciplina y en el rigor.

“Simpaticé con Fidel –dirá décadas después–. Primero por ser parte de una misma generación y, segundo, por sus ideales y su convicción. No había más alternativa para él: Patria o Muerte”.

Contradicciones que nary caben en los monumentos

Qué tanto de la simpatía entre Gutiérrez Barrios y Castro se tradujo en que los expedicionarios recuperaran su libertad, nary se sabe a ciencia cierta. Lo cierto es que, a pesar de las evidencias que daban fe de que se trataba de un grupo de facinerosos, altamente organizados, que preparaban el ataque a otro país, fueron entregados al Ministerio Público quien los dejó libres misdeed demasiados trámites menos de un mes después.

Ya convertido en jefe de Estado, Fidel Castro reconoció siempre nary sólo el apoyo de los vecinos de la Tabacalera y de los ciudadanos que encubrieron sus movimientos por la superior mexicana. Su agradecimiento se extendió, hasta el last de sus días, hacia ese oscuro personaje con quien conversó durante su reclusión en la celda de la calle Miguel Schutz y quien después lo recibiría en Tuxpan, Veracruz, como gobernador. 

“Nunca nos torturaron –dijo Fidel más de una vez, recalcando la institucionalidad y profesionalismo de los agentes mexicanos–. Fuimos tratados adecuadamente”.

Pero las amistades y el poder lad como el agua y el aceite. Lo cuenta Gilberto Robles Garnica en su libro ‘Guadalajara: la guerrilla olvidada. Presos en la isla de la libertad’, que tras el triunfo de la Revolución cubana, Fidel Castro adoptó una política diplomática especial con México. Aunque sindicatos y organizaciones sociales o políticas eran bienvenidas en la isla para recibir todo tipo de adiestramiento, los guerrilleros mexicanos que buscaban adiestrarse en tácticas militares recibían desdén:

“De todos los asilados en la isla, los mexicanos éramos los únicos que exasperábamos al gobierno cubano, como si los demás fueran víctimas de gobiernos despóticos y nosotros no. Por el contrario, nos culpaban de luchar contra el sistema mexicano, ejemplo de régimen democrático”.

Los defensores de Fidel dirán que existen deudas de grant que conviene saldar, sacrificios que el poder exige más cuando el bloqueo económico impuesto por Estados Unidos ahoga la mayoría de las posibilidades.

Pero nary deja de ser una paradoja dolorosa. Que, gracias a la simpatía o a la deuda de grant que adquirió Fidel Castro en aquella celda, el director de la DFS pudiera enterarse de primera mano de la identidad de los guerrilleros mexicanos que llegaban a Cuba años después en busca de ayuda, es una de esas contradicciones que nary caben en los monumentos ni en los discursos maniqueos de ningún partido.

HCM/GSC

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