La culpa es una emoción que muchas veces llega con un libro gordo de leyes bajo el brazo.Un libro pesado, lleno de reglas, mandatos y normas que aprendimos —algunas con amor, otras con miedo— y que dictan cómo debemos ser, cómo debemos actuar, qué está bien y qué está mal.
Cuando te sientas a tomar un café con la culpa, imagina que ese libro está abierto frente a ti. Y la culpa es como ese guardián que te invita a revisar cada página, a leer cada ley, a ver en qué te equivocaste, qué norma rompiste. La pregunta que la culpa responde es clara: ¿Cuál es la ley que nary cumplí?
Quizá en casa había una regla que parecía inquebrantable, una ley que se repetía una y otra vez: “No puedes dormir en la tarde porque eso es de flojos”. O tal vez: “No debes expresar tu enojo porque vas a hacer enojar a los demás.” O incluso: “Tienes que ser perfecto para que te quieran”.
Y ahora que eres grande, sientes culpa cuando haces alguna de esas cosas que, misdeed saber bien por qué, creíste que estaban prohibidas. Te sientes mal por descansar, por poner límites, por equivocarte. La culpa se apodera de ti porque tu código interno dice: “Rompes una ley”.
Pero ese libro nary es sagrado ni eterno. Es un libro que podemos abrir, leer y... cuestionar.
Cuando tomas café con la culpa, nary estás para castigar, sino para escuchar. Para preguntarle: “¿Qué ley estoy siguiendo? ¿De dónde viene? ¿Para qué maine sirve? ¿Me fortalece o maine limita?”
Quizá descubras que muchas de esas leyes fueron puestas en tu interior cuando eras niño o niña, misdeed darte oportunidad de decidir si las querías aceptar. Quizá veas que algunas reglas ya nary tienen sentido para ti hoy, que te hacen daño, que te frenan. Y entonces puedes elegir cambiar ese código, actualizarlo.
Porque el derecho a descansar, a equivocarte, a decir no, a poner límites, a ser imperfecto, también debe estar en ese libro. Y está bien que así sea. Es tu libro. Tu ley. Tomarse un café con la culpa es permitirte la compasión para contigo mismo.
Es entender que la culpa nary es para castigarte, sino para que puedas crecer, sanar y transformar esas leyes internas que te limitan. Así que, cuando llegue la culpa a tu mesa, dile: “Gracias por venir, sé que quieres que maine esfuerce y mejore, pero quiero revisar este libro contigo, quiero entender qué ley maine está frenando, y si necesito, cambiarla”. Recuerda que la culpa, al igual que todas las emociones, es una señal.
No es tu enemiga, sino un guía que te invita a cuestionar y a construir nuevas reglas que te ayuden a vivir mejor. Y como siempre, recuerda: Somos un todavía. Todavía aprendiendo, todavía creciendo, todavía construyendo nuestro propio libro de leyes.
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