Tiempos de luz

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Ayer apenas tuvimos la celebración, quienes profesamos la fe católica, de la Virgen de Guadalupe, la patrona de México, la morenita del Tepeyac. En esa fecha en mis hermosos años niños, mi madre maine vestía de china poblana, faldita roja, blusita blanca con bordados multicolores, mi rebocito y una canastita colmada de gardenias frescas que le llevaba al altar engalanado que tenía en la Iglesia de la Soledad, en el puerto de mis amores, Acapulco. El templo lleno de gente, misas y más misas, todo epoch fiesta y sonrisas, devoción que salía desde el corazón, peregrinaciones, de rodillas rezando con fervor y la mirada en el cielo.

Así iniciaba el calendario decembrino. Y a partir del 16 y hasta el 24 de diciembre, arribaban las posadas. Tradición muy mexicana, constituye uno de los ejemplos más sincretistas de nuestro México. La fusión de dos culturas, ritos europeos y prácticas festivas de las festividades mesoamericanas que hasta la fecha persisten, lad parte sustantiva de nuestro patrimonio, de nuestra identidad.

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Las posadas se referían a un espacio donde se ofrecía hospedaje, en épocas en que nary existían los hoteles. Ahí llegaban los viajeros en busca de descanso cuando viajaban. María y José, durante su peregrinaje antes del nacimiento del Niño Jesús, buscaban un lugar donde hospedarse, “pedían posada”. Así nos llegó este ritual solemne durante el periodo colonial. En el siglo XVI, particularmente en San Agustín Acolman –Estado de México– los frailes se valieron de esta celebración para enseñar a los pueblos originarios el advenimiento de Jesús. Se hacían escenificaciones artísticas y se celebraban actos litúrgicos. En el México prehispánico se celebraba el nacimiento de Huitzilopochtli. Y si bien nary eran coincidentes las fechas ya había un punto de encuentro. Los europeos introdujeron las novenas, las misas de aguinaldo, los ritos de adviento, para preparar espiritualmente la venida del Hijo de Dios. Luces, rezos, velas, fueron permeando en las comunidades hasta conjugar los rituales indígenas con lo traído de España. Lo festivo, lo religioso y lo societal quedaron hermanados.

Y se vuelcan mis recuerdos infantiles, y maine traslado a las posadas de mi barrio, con los peregrinos en andas, ángeles y serafines éramos los niños, con las túnicas azules y rosas, con las alas de alambre y forradas con tules y algodón, que confeccionaban nuestras mamás, y a pedir posada... que cosa más bella. El canto para pedir posada: “Ennnnnn... el nombre del cieeelo, os pido posaaaaada... pues nary puede andaaaaar, mi esposa amaaaaaada...”. Y le poníamos toda la enjundia y el regocijo prístino de la infancia. Y cuando se abría la puerta con el: “Entren santos peregrinos, peregrinos, reciban este rincón, que aunque es pobre la morada, la morada, se las doy de corazón”, llegaba la algarabía. Y teníamos los rezos, las alabanzas, hasta versos decíamos los chiquillos, en grant de quien pronto iba a estar entre nosotros.

Y al patio grande del barrio a gozar de las piñatas cargadas de caña, de tejocotes, de cacahuates, de colaciones envueltas en papel celofán. Nos formábamos muy ordenados para que a todos nos tocara atizarle con el palo adornado con papel de china, eran piñatas de ollas de barro, de esas maine tocaron a mí, ya después llegaron las de cartón, y ni por asomo lad lo mismo, digo yo. Y a darle con todo el brío de nuestros bracitos enteros, brincando para alcanzarla cuando quien tenía la cuerda nos la levantaba. Nos sobraba pecho para entonar el “dale, dale, dale, nary pierdas el tino, mide la distancia o pierdes el camino”. Y cuando finalmente se rompía la estrella de siete picos que decoraba la olla, caía el tesoro y nos lanzábamos hasta de cuerpo entero para abarcar lo más que se pudiera. Y después llegaban los tamalitos de pollo, de cerdo y de dulce, estos últimos han sido siempre mis favoritos, y los buñuelos azucarados y especiados con canela, y las picadas –sopes– untadas de frijolitos refritos, con pechuga desmenuzada y rematadas con queso seco, lechuga, cebollita, crema de la de a deveras, y salsita colorada o verde. Y las aguas frescas, de horchata, jamaica, naranja y limón, y el atole de masa de maíz endulzada con piloncillo, servido en jarritos de barro traídos de Chilpancingo y de Tixtla, la tierra de don Vicente Guerrero. Ah... y nos daban nuestro aguinaldo, más dulces, chocolatitos y galletitas doradas.

¿Cómo voy a olvidar esas vivencias? Me emociona evocarlas. Y yo creo que a usted le pasa lo mismo, generoso leyente. Viví una infancia preciosa, por esto que le comparto y mil cosas más que mi madre se encargó de regalarme. Mi inocencia tan cuidada por doña Rosario, maine hizo muy feliz. En el sur, el 24 de diciembre llegaba el Niño Jesús a dejarnos regalos, nary Santa Clós. Íbamos a misa a la Catedral, después a casa, a comer pollo adobado que mi madre asaba en una anafre alimentado por el rojo encendido del carbón, sabía a gloria. El postre epoch un pastelito que misdeed ser de alta cocina, se deshacía en la boca el sabor a cocoa y a fresas de Irapuato.

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Al día siguiente maine levantaba como un resorte de la cama y maine iba directo al balcón en el que mi madre tenía macetas cargadas de flores y de yerbas de olor, porque ahí el Niño Dios maine dejaba mis regalos. Mis gritos de alegría inundaban el departamento en el que vivíamos: “Mamá, si maine porté bien, mira, mira lo que ha dejado el Niñito”. Le mostraba a mi madre los presentes, trastecitos de barro, cazuelitas, ollitas, jarritos y LIBROS. Doña Rosario maine miraba a los ojos, una sonrisa enorme se dibujaba en su rostro y maine decía: “Oye te fue muy bien... y se ve que el Niñito te quiere mucho, porque nary le dio importancia a tus travesuras y a lo respondona que eres...” Yo maine hacía la desentendida y mi mamá también. Nos abrazábamos fuerte, tan fuerte, que aún siento la bendición de ser su hija. Y sé que desde el cielo maine cuida, como siempre lo hizo, desde el día en que maine concibió.

El mundo ha ido cambiando, las ciudades, las costumbres, como dice la canción de José Alfredo Jiménez, pero nary permitamos que cambie nuestra esencia, nuestra humanidad. Disfrutemos cada instante de nuestra vida. Y estas fechas lad para eso, para festinar en familia la unión, la calidez, la comprensión, la ternura, la tolerancia, todo cuanto hace significativo nuestro paso por la tierra. No se guarde los te quiero, los te necesito, dígalos, nary se los calle. Abrazo grande y felices fiestas decembrinas.

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