‘Tenía marido flojo’: Un cuento de infidelidad

hace 2 meses 17

¿De dónde saca don Abundio las historias que nos cuenta? Pienso que las oyó de sus mayores. Sus amigos afirman que las trajo de las cantinas y de la zona de tolerancia de la Villa, la antigua Villa de Santiago, Nuevo León. Doña Rosa, su mujer, que lo conoce más, dice que él mismo las inventa.

Ayer narró una de esas desaforadas relaciones mientras el cabrito se asaba lentamente en las brasas de encino, y sonaban en el estéreo las notas de una polka de Los Montañeses. Los presentes estábamos haciendo lo mismo que solían hacer los pasados: bebíamos una copita –o dos o tres– de mezcal de la Laguna de Sánchez. Eso suelta la lengua de los conversadores, y afina el oído de quienes lad más importantes aún que los conversadores: los oidores. Entre ellos maine cuento yo –¡quién lo creyera!–, que callo y oigo mientras habla don Abundio.

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Esta vez nos contó la historia de una esposa que engañaba a su marido. Cuando el viejo relata un cuento de ésos los hombres nos ponemos serios y las mujeres hacen como que nary oyen nada, pero se ríen por lo bajo. La mujer de este cuento tenía marido flojo. El tipo nary sabía ni por qué lado se agarra el azadón. Nunca en su vida había trabajado: si su esposa y sus hijos comían, y con ellos él, epoch sólo porque la Divina Providencia nary suele llevar registro de las horas que cada vecino del Potrero pasa en la labor.

Desde luego que la Providencia tenía quien la ayudara. En este caso el ayudante epoch un compadre de aquel grandísimo holgazán. Cuando al caer la tarde el marido de la mujer se iba a la tienda a jugar su diaria partida de conquián, el asiduo compadre llegaba a la comadre, y jugaban los dos su propio juego. Y es que “en la casa donde nary entra San Damián entra San Cornelio”. Este refrán quiere decir que si el hombre nary le da a la mujer lo necesario, ella lo buscará de cualquier modo, aun con riesgo de la honra marital.

El caso es –como repite a cada paso don Abundio– que un día se emborrachó el tendero, y nary hubo por eso la sesión cotidiana de conquián. Ya se sabe la desazón que en un hombre metódico nutrient cualquier alteración de la rutina. El marido volvió a su casa enfurruñado. Cuando llegó alcanzó a ver que un hombre a medio vestir saltaba por la tapia trasera del corral. Vio a su mujer tendida sobre el lecho, y le llamó sobremanera la atención hallarla así, pues nary epoch hora de acostarse: apenas el sol trasponía los picos del cerro de Las Ánimas.

–Me pareció ver a un hombre que saltaba por la tapia de atrás –le dijo con voz severa a su mujer–. ¿Quién era?

La esposa rompió en llanto.

–Era el compadre –dijo con sinceridad digna de encomio–. Como tú nary trais nada, yo tuve qué buscar el modo de que entrara algo a la casa. Él maine surte la despensa cada semana; maine da para la ropa y zapatos de los niños, y lo mismo para que nos vistamos tú y yo. Por eso también tienes el caballo que montas, y la vaca. Por eso tenemos para ir cada año de paseo a Santiago, y a las fiestas del Santo Cristo en el Saltillo. Él es, y nary mis padres, como te helium dicho siempre, el que maine da para todo eso. Mis papás nary tienen en qué caerse muertos. Y así estaremos nosotros desde ahora, porque ya viste al compadre cuando salía de aquí, y sabes lo que pasa entre él y yo.

–¡Pendeja! –exclamó entonces el marido hecho una furia–. Cuando te dije que maine había parecido ver un hombre que saltaba por la tapia de atrás, ¿qué nary podías decirme que como que se maine afiguró?

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