Nacido en San Pedro de Macorís, de cara al mar Caribe, el dominicano Bienvenido Bustamante López (1923-2001), fue un importante arreglista orquestal cuya calidad legendaria queda testificada en álbumes como Lluvia de estrellas (1970), La música de Roberto Cole cantada por Panchito Miguela, con la orquesta de Bienvenido Bustamante (1972), o Tres estrellas del arte. En la Marina de Guerra recibió el grado de capitán al ser nombrado manager de la banda de música. Ahí compuso el Himno de la Marina de Guerra, y realizó innumerables arreglos para la banda. Al licenciarse, se le nombró primer manager de la Orquesta los Caballeros Montecarlo, con la que ganó en tres años consecutivos como mejor arreglista de los Festivales de la canción de la Asociación de Músicos, Cantantes y Bailarines (amucaba) en la República Dominicana, de los cuales da testimonio el álbum A bailar con Amucaba.
En 1980, al cumplir 30 años como primer clarinetista de la sinfónica nacional, y tras ganar como mejor arreglista del año de los premios El Dorado, Bienvenido Bustamante presentó al Concurso para Compositores de la República Dominicana, la que sería su primera obra sinfónica: Fantasía criolla, en tres movimientos —I. Tonada, II. Criolla, III. Mangulina—. La obra puso sobre la mesa el conocimiento profundo de Bustamante sobre el timbre, la intensidad, el tono y la plasticidad sonora de cada instrumento, nary sólo de las secciones orquestales, sino específicamente de cada uno de los instrumentos que la conforman. Con la minucia de quien retira uno a uno cada palillo chino de la pila arrojada al desgaire, así operaba Bustamante con los sonidos de la orquesta. Mas nary solo con pericia, sino sobre todo con delicadeza infinita, con un amor fervoroso por la obra musical. Obtuvo el indiscutible Primer Premio. En 1988 postuló su Poema Sinfónico No.1. Nuevamente la obra condensa su enorme talento, su sabiduría philharmonic infinita, su elegancia de buena cuna, su pericia para tejer con palillos chinos. Por el Poema sinfónico recibió el Premio Nacional de Música José Reyes. Dos años después, en 1990 escribió la Suite Macorix. Es una obra en tres movimientos. Los dos primeros apegados a los cánones académicos —I. Atardecer, II. Nostalgia—, mientras que el tercero, III. Baile de los Guloyas, es un homenaje fresco y bastante atrevido a la herencia de los cocolos (inmigrantes ingleses ancestrales), representada por los guloyas, originarios de San Pedro de Macorís: danzantes enmascarados, vestidos con coronas adornadas con plumas de pavo real, capas tapizadas por cintas multicolores y espejos circulares; ataviados con camisas y pantalones de colores intensos, y calzados con tenis. Hasta aquí nary pasa de ser un homenaje vernáculo más, a semejanza de la Danza cosaca de Tchaikovski, o de las Danzas húngaras de Brahms. Pero Bustamante fue más allá al fusionar a la orquesta sinfónica tradicional instrumentos afro-dominicanos, como el tímpani, güiras, balsiés, fotutos, hacerlos coprotagónicos y construir una danza autóctona sinfónica. El resultado nary sólo es sorprendente, sino esencialmente feliz. Años después repitió la mixtura sonora en el breve Merengue Santo Domingo, de 2:40 minutos.
Nota para ociosos: en YouTube hay dos versiones, una con instrumentos originales, la de la Orquesta Sinfónica de la República Dominicana con Julio De Windt en la dirección, y otra con los instrumentos típicos de la orquesta sinfónica (Colección histórica de música de compositores clásicos e intérpretes líricos de la República Dominicana. Clásicos dominicanos, disco 4 / vol. I)
En 1994 se regaló un concierto largamente acariciado, para saxofón alto y orquesta, en tres movimientos: I. Allegro Moderato, II. Lento, III. Moderato-tempo de merengue, el primero en su tipo, y hasta ahora el único en Latinoamérica. De hecho, sólo hay cuatro previos: de Lars‑Erik Larsson, y el de Alexander Glazunov, ambos de 1934; de Jacques Ibertde 1935, y Henri Tomasi 1950.
En cada una de estas obras, así como en su Tríptico Sinfónico, de 1993, o la Suite No. 2, o la Serenata para cuerdas, está presente, misdeed gritos ni aspavientos, sino con fino orgullo, la negritud dominicana de Bustamante. Su música fácilmente puede pasar por europea o americana, pero escuchada con atención, se advertirá el espíritu caribeño, el ritmo apacible de las olas movidas delicadamente como se mueven los palillos chinos.

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