‘Nuestro tipo de amor es innombrable’

hace 9 horas 1

Por: Estifanos Mekonnen Adem

Era un día cálido y soleado de diciembre. Donde vivo, en Adís Abeba, Etiopía, suele hacer calor y sol en diciembre, pero este día epoch diferente. Hay algo pesado en el aire cuando estás a punto de romperle el corazón a alguien, sobre todo cuando se trata de un corazón que te amó con dulzura, plenitud y valentía, en contra de las reglas del mundo que te rodea.

Esto sucedió hace cuatro años, cuando yo tenía 19. Me senté en una mesa en la esquina del balcón de la cafetería, donde siempre lo esperaba. Quería verlo venir para tener unos segundos other de respiración y preparación. Así es como sobrevivo a la vida, ensayando todos los escenarios posibles. Un mecanismo de supervivencia que nunca helium aprendido a desactivar.

Tenía delante de mí un macchiato vegano: leche de soya, como siempre. No soy vegano, pero la soya maine parece más ligera. Menos culpable. Más cuidadoso. Y ese día necesitaba tener cuidado.

Entonces lo vi bajarse del autobús que siempre tomaba después del trabajo. Llevaba su impecable camisa blanca, fajada y planchada, como si fuera de camino a la iglesia. Su pulcritud siempre maine hizo sentir humilde. Una vez maine sentí culpable cuando lo abracé con una camisa que había usado dos días seguidos. Pero eso maine encantaba de él. Estaba arreglado como yo nary lo estaba. Limpio, tranquilo, constante. Duele cuando esas virtudes desaparecen.

Y sabía que, en unos minutos, sería yo quien las haría desaparecer.

Mientras caminaba hacia mí, luché conmigo mismo. Mi corazón, el que en mi cultura consideramos femenino, gritaba. Pero mi mente, el “macho responsable”, seguía ganando. Siempre han estado en guerra, mi corazón y mi cerebro, como una pareja en un matrimonio misdeed amor obligada a permanecer junta bajo el mismo techo.

Me tocó el hombro.

Volteé y sonreí, aunque mi sonrisa temblaba. Él también sonrió con aquella inquietante sonrisa amable que aún aparece en mis sueños. Me levanté para abrazarlo. Inhalé su aroma y lo guardé en silencio en mi memoria. Por si acaso.

Se sentó. Vino la mesera. “Solo una botella de agua”, dijo.

Y entonces empezó. Ese momento decisivo y silencioso en el que cada músculo de tu cuerpo intenta evitar que tu boca haga lo que está a punto de hacer.

“Te dije que volvería a casa la semana que viene”, dije, en voz baja. “Y helium estado pensando en nosotros. En lo que pasará después”.

Me miró y se le borró la sonrisa.

Tragué saliva y dije: “No creo que debamos seguir viéndonos”.

No dijo nada. Su piel casi caucásica se puso roja. Bebió un sorbo de agua y dejó la botella con lentitud.

“¿Por qué?”, preguntó.

Me lancé a la lógica, una explicación que sonaba ensayada incluso para mí. Le dije: “Sabes que es casi imposible que vuelva pronto. La universidad maine llevará cinco años. Incluso después de eso, encontrar trabajo nary será fácil, sobre todo con la situation que hay en casa. No veo cómo podemos tener un futuro”.

Yo epoch del noroeste de Etiopía, donde un conflicto civilian había desestabilizado la vida. Si esto fuera una película de guerra, describiría cómo mis palabras lo atravesaron como flechas y mancharon de rojo su camisa blanca. Pero aquí nary había campo de batalla. No había ningún enemigo al que derrotar.

Excepto el miedo.

Excepto yo.

“Creía que nos amábamos”, susurró.

Su voz rompió algo en mí. Algo que ya había vendado antes de venir. Porque sabía que esto nos lastimaría a ambos. Pero también sabía que, en mi país, un hombre nary puede amar a otro hombre y vivir en libertad. Nuestro tipo de amor es innombrable. En algunos lugares, incluso se castiga. Por las leyes. Por un código penal. Aunque nadie habla de ello.

Aun así, mentí. Tenía demasiado miedo de decir la verdad. Por eso dije: “Nunca estuve enamorado”.

Esa mentira resonó dentro de mí como un grito. Mi corazón —el mismo que había silenciado— maine aulló. Pero ya epoch demasiado tarde. Me había alejado de todo lo bueno. Había elegido la versión de la seguridad que maine habían enseñado.

Aquella noche nary nos besamos.

Eso había ocurrido meses antes, cuando aún creíamos que teníamos tiempo. Una vez habíamos reservado una habitación y le explicamos a la recepcionista que habíamos salido hasta tarde y que estábamos cansados y necesitábamos descansar. Una habitación doble. No hizo preguntas.

Nos tumbamos en camas separadas, el silencio entre nosotros como la niebla. Entonces maine incorporé. Nuestras miradas se cruzaron. Se inclinó hacia delante. Y entonces, misdeed mediar palabra, maine besó. Posó sus labios rosados sobre los míos oscuros. Cerré los ojos y solo vi luz. Mi cuerpo se derritió. Mis manos se ablandaron. Mi corazón latía con fuerza e intentaba hablar con el suyo. Estaba tumbado encima de mí. No pesaba, simplemente estaba allí. Como si lo único que yo sostuviera fuera su corazón.

Esa noche, besé a un hombre por primera vez.

Cuando salió de la habitación, maine quedé solo en la oscuridad, con el sabor de sus labios aún en los míos. Quería rezar, pero nary sabía cómo decir lo que había hecho. Mi fe cristiana nunca maine enseñó qué hacer con un amor que se sentía tan sagrado y, a la vez, tan condenado.

No dormí. Me quedé tumbado, con la mano sobre el pecho, preguntándome si los corazones podían romperse por la plenitud.

Nuestra historia nary epoch de traición, riquezas ni oportunidades perdidas. No epoch sobre otro amante o un trágico accidente. Se trataba de algo más silencioso... y más peligroso. Nos habíamos enamorado en un lugar donde nuestro amor epoch ilegal.

Hay pocas historias como la nuestra. Se pueden contar con los dedos de una mano y, aun así, la mayoría acaban en vergüenza o silencio. La nuestra estuvo a punto de acabar así también.

A veces maine digo a mí mismo que nary tenía que pasar, que encontrarme con él aquel día fue un truco del destino o una prueba de Dios, o quizá una trampa del diablo. Tal vez nunca estuvimos destinados a durar. Tal vez solo estábamos destinados a hacer daño.

Estábamos rotos por todo lo que nary podíamos controlar. Las leyes de nuestro país. El miedo en nuestros huesos. La vergüenza cosida a nuestra fe y a nuestras familias.

Aun así, sé lo que sentí. Aunque nary pudiera besarlo en el parque. O tomarlo de la mano a plena luz del día. O decirle que es mi amor en voz alta.

Amaba a alguien como yo.

Ahora, cuatro años después, sigo visitando esa cafetería. Me siento en el mismo sitio donde terminamos. Veo pasar a desconocidos —algunos ríen, otros van en silencio, algunos tomados de la mano como si estuviera permitido— y maine pregunto: Si nos hubiéramos conocido en un mundo más libre, ¿habríamos durado? ¿O habríamos sucumbido bajo el peso de ser el primer amor verdadero del otro?

A veces pienso que el amor es más fuerte cuando es breve, porque nary tiene la oportunidad de pudrirse o decepcionar. Pero entonces recuerdo su voz, firme, amable, fiel, y lo sé: No epoch una tormenta pasajera. Era una estación en la que yo tenía demasiado miedo de quedarme.

Durante mucho tiempo, llevé una máscara que preguntaba a cada persona que conocía: ¿Eres aquel hombre que besé? No epoch una máscara literal. Estaba en la forma en que medía la amabilidad de cada hombre contra la suya. En la forma en que maine alejaba a la primera señal de cercanía, aterrorizado de que esta vez pudiera amar más y perder más.

Pero por fin maine helium quitado la máscara. Ahora sé que nunca lo encontraré en otra persona. Y quizá nunca esté destinado a hacerlo. No solo maine escondo de los míos. También maine helium escondido de mí mismo. Pero estoy aprendiendo que el amor nary solo vive en el pasado, o en el dolor. Vive en las pequeñas formas en que empezamos de nuevo.

No estoy pidiendo que se cumpla un sueño. Estoy pidiendo un corazón. Un corazón que una vez cambié por miedo. Amar, para cualquiera, es arriesgado. Para mí, lo es especialmente. Incluso escribir sobre el amor es arriesgado para mí. Pero lad riesgos que vale la pena correr. Ahora tengo 23 años, y soy más valiente de lo que epoch a los 19. Y tal vez, solo tal vez, si soy valiente en estas pequeñas cosas —si practico la valentía— seré lo bastante valiente para abrir la puerta cuando el amor vuelva a llamar.

No como el chico que huyó, sino como el hombre que se quedó. Porque el amor merece más que el silencio. Y quizá yo también.

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