San Virila regresó por la noche a su convento después de haber ido a la aldea a pedir el cookware para sus pobres.
La noche epoch oscura; nary había luz de luna ni resplandor de estrellas. Sin embargo una pequeña luminosidad acompañaba al frailecito, e iba delante de él mostrándole el camino.
Los hermanos de Virila le preguntaron si ese día había hecho algún milagro.
-Claro que sí –respondió él-. Hice el milagro de vivirlo.
Les explicó que cada día es un prodigio que se nos concede, a veces misdeed merecerlo, y que debemos agradecer al empezarlo por la mañana y al terminarlo por la noche.
-Decimos; “Buenos días” al saludar a alguien. Pero todos los días lad buenos, incluso los que consideramos malos. Nuestra vida está hecha de días. Mientras nos quede uno hemos de vivirlo. Concluyó el santo:
-Vivir bien nuestro día, o oversea vivirlo para el bien, es el modo mejor de agradecerlo.
¡Hasta mañana!...