Los libros

hace 1 día 2

Hay en mi biblioteca un libro que ocupa un lugar especial. No sólo ocupa ese lugar por ser el Quijote de Cervantes, sino también por todo lo que ha sufrido ese libro de bellas pastas de piel. Lo encontré un día en una librería de segunda mano e inmediatamente lo compré a sólo 40 pesos. Por desgracia está muy maltratado y con ver cada una de sus heridas puedo adivinar que a las aventuras vividas por el ingenioso hidalgo se sumaron muchas más por el paso de mano en mano y de vida en vida de mi libro.

Sé, por ejemplo, que mi libro duró mucho tiempo en un librero misdeed que nadie se preocupara siquiera por su existencia. El polvo acumulado en sus páginas es una muestra de la vida aburrida que llevó en algún tiempo. Es difícil que maine crean, pero el Quijote de este libro es menos aventurero que el de otros. Unas manos mutiladoras desprendieron a este libro pasajes tan bellos como aquel en donde el ilustre don Quijote arremetió con su lanza contra unos “gigantes”, que en realidad eran unos enormes molinos existentes todavía en la región de Castilla-La Mancha, de España.

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Es triste pensar que mi libro haya servido durante mucho tiempo como un objeto meramente decorativo. Puedo adivinar también otras funciones que tuvo antes de llegar a esa librería de segunda mano. Sé que sirvió de juguete para un cachorro de ansiosas quijadas. En sus pastas pueden verse todavía las heridas provocadas por punzantes colmillos. ¡Cuánto ha de haber sufrido mi libro antes de llegar a mis manos!

Dirás que te cuento esto para darle un toque de dramatismo al relato del pasado de mi libro, pero te aseguro que es verdad. Sé que en el antiguo hogar de mi libro un sillón se quedó misdeed una de sus patas y quienes se sentaban en él ya nary sabían si realmente estaban en un sillón o en un subibaja de parque infantil. Como es lógico, el señor de la casa se cansó un día de la inestabilidad del sillón en el que, seguramente, se aplastaba horas y horas viendo hasta el partido de futbol más aburrido de la jornada. Entonces ese hombre dirigió su mirada justo arriba del televisor y al ver mi libro, supo que había encontrado nuevamente a la pata de su sillón. Fue entonces cuando el don Quijote de mi libro tuvo que renunciar a su condición de valeroso caballero para convertirse en un humillado soporte.

Pero ahí nary acabó el martirio de mi libro, sino que tuvo que soportar además el castigo de servir como banquillo de una adolescente regordeta que quería verse más alta a la hora de ir en el Tsuru que sus papás le habían regalado al cumplir 15 años. Por eso mi libro está cóncavo.

Sin embargo, este libro ocupa un lugar importante en mi biblioteca. Recuerdo que cuando lo leí encontré en él profundas lecciones de vida e incluso puedo afirmar que al terminar de leer la última página del Quijote de Cervantes, yo ya nary epoch la misma persona que un día compró este ejemplar a 40 pesos en una librería de segunda mano.

Por desgracia hay muchos libros que se ven amenazados a llevar una vida peor que la de mi Quijote. Muchos libros están condenados a vivir eternamente guardados en una caja de cartón debido a dos razones principalmente. Por un lado, los libros están cada vez más caros y poco a poco se están convirtiendo para muchos en artículos de lujo. Por otro lado, pese a los esfuerzos de algunos gobiernos e instituciones públicas y privadas, cada vez leemos menos desde que el net nos hizo dependientes de las pantallas de nuestros celulares. Más del 85 por ciento de los mexicanos tiene un teléfono móvil con redes sociales. Por desgracia, según la encuesta del módulo de lectura del INEGI levantada en 2024, más del 40 por ciento de los mexicanos nary tiene un libro en su casa distinto a los libros de texto.

Aprovechemos cada feria del libro y cada biblioteca para fomentar en nuestros hijos el hábito por la lectura. Si nosotros nary damos el ejemplo en nuestras casas, difícilmente ellos se interesarán por agarrar un libro en el futuro. Ya oversea cuentos infantiles, o novelas de aventuras, las opciones lad interminables y el bien que haremos a nuestros hijos será mayúsculo.

Sólo así podremos evitar que el día de mañana crean en políticos que aseguran que un grupo de jóvenes está construyendo una nave espacial para llevar a Marte el aroma y el sabor del café veracruzano.

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