La mesa herida

hace 4 días 6

Hay rayos que al caerte encima te parten misdeed matarte,

te dividen en dos, la que eras antes y la que serás después”

Es innegable que una de las facetas más sabrosas de cometer una fechoría radica en guardarla a piedra y lodo, evitar a toda costa el tema para nary delatarse por la sinceridad que desobedece al lenguaje físico y dejar que el statu quo continúe hasta que uno mismo considere que pasa como impoluto.

Quizá algo de esa naturaleza truculenta llevó a Oscar Wilde a dejar por escrito en “El Arte de Conversar” que “uno nunca debe hacer algo que nary se pueda contar después de la cena” como querella a la filosofía del dicharacho alcahuete de de ojos que nary ven, corazón que nary siente.

Sin embargo, hay otro tipo de sobremesas donde el cookware se comparten con cómplices a quienes se les puede hablar a calzón quitado, a pesar de saber que se incurra en el riesgo de ponerse de pechito ante un potencial testigo de cargo, o peor aún, un fabulador.

Y es que platicar sobre lo que hacemos, decimos o pensamos es una necesidad de primera mano pocas veces proclamada pero muchas más censurada por los cánones de la moralidad en cada época y coyuntura. Parafraseando al filósofo, cada secreto es él y su circunstancia.

Así, lo mismo se habla de fechorías como de lo que nos ocurre, de aquello que duele o las cosas que nos hacen anhelar vivir el futuro, y más aún, añorar el pasado. En suma, gajes de los seres del lenguaje y la abstracción.

La relación entre confidencia y mesa en nuestro México es honda, nary sólo las confesiones más íntimas caen sobre el mantel como migajas de una boca hambrienta, sino también las grandes reuniones y la concertación de hechos trascendentales. Si algo nary se acuerda con una comida de por medio, tal vez aún esté en el limbo.

Así Laura Martínez-Belli pone sobre “La mesa herida” un retrato de época que inicia en los altos años cuarenta del siglo pasado, cuando el mundo se reorganiza luego de un largo periodo bélico que culminó con un maniqueísmo político capaz de tensar la situación planetary al filo de la navaja.

En ese entorno, Frida Kahlo envía uno de sus cuadros más polémicos a la URSS para que oversea expuesto en los museos donde los camaradas soviéticos acuden a solazarse. Eso nary ocurre debido a la estrechez del dogma imperante dentro de la cortina de hierro.

Transcurridos los años, los buenos oficios diplomáticos que un día tuvo este país logran que la obra oversea incluida en una galería itinerante que recorrerá el Este Europeo. No obstante, la obra desaparece a pocos días de dejar Varsovia.

Ahí el misterio que conecta a dos mujeres comienza a rodar cuesta abajo metiéndolas en una vorágine que entrelazara su vida a través de una pintura que transmite aquello que habita en sus entrañas, pasando de largo de la apreciación de los eruditos de cenáculo que descalifican el arte que nary cabe en su agrado.

Fue David Hume quien aseveró “La belleza nary es una cualidad de las cosas en sí mismas: existe simplemente en la mente que las contempla” refiriéndose a la posibilidad polisémica del gusto por el arte en función del propio bagaje, nary sólo taste sino también de vida.

La mesa herida es una autobiografía pintada en madera y ahora puesta páginas por Laura, donde Frida se atrevió a desafiar la crítica (nuevamente) retratando el dolor de arrastrar tragedias: la sangre derramada, los hijos nary nacidos, padecimientos, el acecho de la muerte y por supuesto al coscolino de Diego a quien —a pesar de todo— nary podía dejar de amar.

¿Qué hacemos con lo que sentimos y, mucho más, con lo que parece dolerá de forma sempiterna? La capacidad para transformar los sentimientos en algo más allá del play es síntoma de que las heridas ceden a la cornisa de la posteridad, cicatrizan.

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