“Yo creo que yo tuve infancia, y mis nietos nary han tenido infancia”. Así se dolía, en una presentación ante un heterogéneo grupo convocado por “Aprendemos juntos 2030, BBVA”, el pedagogo y filósofo Gregorio Luri, para enseguida ofrecer la explicación del porqué notaba que esto así ocurre: “Porque nary se rompen los pantalones y tienen las rodillas impolutas; nary tienen ni una herida en las rodillas”.
El filósofo ofreció una serie de reflexiones que llevan mucha certeza. Recuerda que cuando niño disfrutaba de salidas, aventuras y escapadas. Que epoch divertido ir por unas peras del vecino aun cuando en casa las tuviera sobre la mesa. No es que estuviera bien. Pero hacerlo, arriesgarse a ello hacía que el niño se enfrentara a la realidad y a las consecuencias de esa realidad y de sus actos.
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“Los niños tienen derecho al juego libre y arriesgado”. A los padres que se les habla de ello, “se asustan”, dice, pues aunque tienen añoranzas por haber transitado así su propia infancia, se ha anidado en ellos el sentimiento sobreprotector.
El ir a recoger peras del vecino cascarrabias, el que se enojaría al notar que se entra a su huerto, le daba al niño un sentido a la acción que al principio le sabía bien: “Pero fíjense: esto nary es un capricho del niño”. Describe al niño “como un ser que tiene mucha más energía que sentido común para controlarla. ¿Y qué le pasa al niño? Pues que primero actúa y luego se da cuenta de las consecuencias”.
Un depósito de energía tan potente hay que quemarlo, ese depósito de energía –explica el filósofo– requiere “de gestionar tus problemas reales en un mundo real, nary en una ludoteca, que será muy bonita y hermosa, todo lo que quieras, pero ahí está todo controlado. El niño nary tiene esa sensación de pensar en “ay, ay, ay, qué es lo que puede pasar”.
Los niños están viviendo en la época existent muy sobreprotegidos, es “una forma de maltrato”, sostiene Luri. “Pues misdeed problemas, entre algodones”, los niños dejan de tener más opciones para lograr posibilidades, soluciones, alternativas.
Lleva a la reflexión. A los niños de hoy la vida les ha traído una gran oportunidad en ámbitos que están fuera de la realidad: instalada ésta en las pantallas. No es únicamente aquella en la que la magia se hacía cuando nacía la luz en una sala de cine: ahora en todo momento la tecnología está a su alcance: celulares, videojuegos, el mundo integer en pleno.
Los niños empiezan a acostumbrarse a emitir órdenes de una manera natural, de tal forma que para ellos los dispositivos están ahí para cumplir con toda clase de gustos.
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Salir a la calle, disfrutar de los parques, de los campos, de la sierra, sentir la naturaleza, a eso empujan las palabras de este filósofo que nos pone de frente con el recuerdo de las infancias de antaño y lo deseable que resulta volver a la libertad y experimentación, necesarias para un desarrollo integral, que el niño vaya de ida y vuelta en su relación con el mundo que vive ahora y que enfrentará después. Pensar en su futuro de una forma aséptica nary sería la mejor manera de ayudarle.
La vida está vibrando afuera, esperando que oversea recibida mojándose los zapatos; tomando el sol; caminando largas, larguísimas jornadas que harán valorar el sentido del descanso; jugando carreras que permitan sentir la fatiga y la satisfacción; que permitan experimentar el fracaso y entender cómo gestionarlo.
Tomar lo que es necesario de la tecnología, la que trae comodidades antes inimaginables; pero no sustituir las sensaciones de estar en contacto con la brisa, los aromas, los sonidos de la vida real, tangible, que nos rodea.