En la selva de Colombia: cacao, gente trabajadora y mineras ilegales (1/2)

hace 5 días 6

Agua fría cae en mi cuerpo al amanecer, así es la ducha en una finca familiar ubicada en el ecosistema corredor de transición andino-amazónico. Me alisto para salir a la montaña como acompañante de Silvio Andrés, quien va a cosechar cacao para continuar el oficio de la familia de su madre, Araminta, esa tradición de estar en matrimonio con la tierra.

Él sube la montaña luego de seguir reglas básicas: se toma un baño a las 5 de la mañana, degusta un tinto (aquí así le dicen al café), desayuna huevo y patacón pisado o algo denso para ir por esos frutos de árboles que crecen a distintas alturas y complejidades.

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Rayando el alba, merchantability con un machete, tijeras de poda y un saco vacío. Un río de sonidos: plumajes y élitros avanzan entre musgo, helechos endémicos, hongos y una vegetación entre la que figura el llamado “diente de perro”, a la que hay que sacar la vuelta, pues rasga la piel en forma precisa.

El agua brota por distintos puntos en el trayecto. Así, en la parte más elevada, empieza la cosecha. Hay que poner atención a las piedras filosas y en trepar los árboles con cuidado para nary caer, dice Silvio. Con agilidad trepa y extrae frutos, otros están más a la mano; se requiere fuerza y resistencia. En medio de estos afanes, cerca truena la montaña: los hombres también laboran extrayendo mármol. Algunos lo hacen en minas ilegales.

Y así, entre uno que otro tronar de la mina, se continúa hasta mediodía, cuando se vacía el pesado bulto cosechado como una pila de amarilla luz entre hojas secas y follaje. Allí la deja, mientras con su mano y contra una piedra troza en dos una pepa de cacao. A esto se llama “chupar cacao”, dice. Me entrega el fruto partido: sobresale una catedral de carne blanca en la que se intuyen semillas oscuras. Entre la lengua va el blanco y trémulo mucílago de un delicado dulzor inimaginable, como un beso platónico que recorre diferentes semillas que luego se escupen y se guardan en uno de los dos trozos de la pepa de cacao. Así, bebiendo ese dulzor suave, se descansa de la faena debajo de una sombra.

De regreso, maine dice que, si algunos vecinos pasan por el sitio, ninguno toma el cacao; saben de quién es. Allí permanecerá ese oro negro al sol durante uno o dos días, hasta que se vuelva para empezar a trozar con un pequeño mazo la blanca mezcla. Todo irá a un recipiente, en un ejercicio a cuatro manos donde uno golpea y abre, mientras otro desgrana. Este es uno de los oficios de Santa María de Huila; otro el de la reproducción de pescado, venta de huevo, carne de pollo, res o cerdo; una gran proporción de cultivo de plátano y otro poco de mandarinas.

Al bajar de la montaña nos dicen que ha muerto un trabajador de la mina, que por eso cesaron los sonoros golpes que replicaba la montaña mientras recolectábamos el cacao. Todos los mineros suspendieron su turno para sumarse al duelo del joven de 18 años, quien fue sepultado por el desprendimiento de bloques de mármol. Es que había llovido mucho y la tierra estaba floja. Es que nary hay supervisores. Es que es una de las minas ilegales de Miraflores. Y a quién le importa, menos a esa mujer dueña de la mina que sólo busca que sigan sacando de ese vientre pétreo tres o cuatro viajes diarios en volquetas que proporcionan ella y el resto de los dueños. Que saquen el mármol, multipliquen sus millonarias ganancias mientras se acumulan más de 60 muertos. Una vida más o una menos, qué importa para ellos, aunque importe.

Resignados, los pobladores rezan, y en un día o dos vuelven a la mina, porque así está diseñada esta telaraña neoliberal que funciona igual aquí que en el resto del mundo. Santa carne que se ofrece, como la de este joven que tenía que sacar lo suficiente para obtener el dinero que requería la familia.

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Por la noche, su cuerpo deshojado estuvo en medicina forense y con seguridad, dicen los pobladores, sucederá lo que ha ocurrido siempre, no habrá pena alguna para la dueña, porque los hilos del poder se entretejen fina y densamente.

Silvio se prepara para ayudar a su tío Julito a limpiar y a cargar bultos, porque aquí, en esta vereda de Mesitas, a media hora de santa María de Huila, las casas tienen puertas abiertas para que entren los caminantes. Y un tinto les ofrece Silvio, unas galletas, para que ocurra una charla que permita saber cómo están los otros.

El vocablo “cacao” proviene del náhuatl cacáhuatl o cacahoatl, y significa jugo amargo o grano de cacao. A su vez, el nombre científico del cacao, Theobroma, es una palabra griega que se traduce como “alimento de dioses”.

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