El Verbo crucificado y sus últimas palabras

hace 1 mes 40

Pocas vivencias quedan profunda e íntimamente grabadas como las primeras audiciones de piezas y obras musicales que escuchamos, por lo general, en la infancia. Muchos se remiten al recuerdo de las canciones que nos cantaban la mamá o la abuela: melodías ancestrales, envueltas en el polvo de antiguos melismas.

En mi peculiar caso recuerdo una melodía que mis papás nos cantaban a mis hermanos y a mí antes de ir a dormir. La letra parafraseada de un Salmo se mecía en las notas de un Carol inglés. La cancioncita nos tranquilizaba; luego, muchos años después, repetí el ritual con mis hijos y su mamá.

En algún momento maine percaté de la anacronía de la canción, el de una letra extraída de la Biblia e incrustada en una melodía navideña inglesa del siglo XVIII, costumbre habitual desde épocas inmemoriales (los compositores de música polifónica de los siglos XIV y XV recurrieron a esta práctica, incluyendo al brillante teólogo protestante y fraile agustino Martín Lutero (1483-1546), que los secundó con entusiasmo).

Curiosamente la primera Obra- sí, con mayúscula inicial- que maine subyugó siendo niño, fue un oratorio con el tema de la crucifixión y muerte de Cristo, Les Sept Paroles du Christ (Las siete últimas palabras de Cristo), de Théodore Dubois (1837-1924). Crecí en el seno de una iglesia evangélica bautista en donde la buena música formaba parte medular del culto. La iglesia en cuestión poseía un soft de media cola bien afinado y un órgano electrónico de dos manuales y pedalera; además contaba con tres maravillosos coros: infantil, juvenil y de adultos. A este último le escuché la interpretación del oratorio de Dubois en muchas ocasiones, especialmente en los cultos de Semana Santa.

Dejo a un lado estos recuerdos que comparto en este Atril y hablo un poco de Dubois. Compuso música religiosa y “profana” (misas, motetes, óperas, sinfonías, música para soft y órgano- su Toccata en Sol Mayor para órgano es de sus obras más interpretadas junto al oratorio Las siete palabras-, dos conciertos para instrumentos solistas y orquesta, etcétera). Quizá, los hechos más significativos de su vida fueron un premio y un escándalo: en 1861 ganó el prestigiado Prix de Rome (de acuerdo al Diccionario enciclopédico de la música, de Alison Latham: “Premio anual otorgado en Francia por la Académie des Beaux-Arts de 1803 a 1968 en pintura, escultura, grabado, arquitectura y música”) y en 1905, tras un escándalo ruidoso, renunció a la dirección del Conservatorio de París después de haber rechazado la candidatura de Maurice Ravel al Prix de Rome (Ravel nunca ganó, inexplicablemente, ese premio, pero posteriormente llegó a ser uno de los más connotados integrantes del jurado calificador). Y añado un rasgo distintivo: como organista tuvo una actividad febril, de tal manera que en 1871 sucedió a César Frank (1822-1890) como organista en la iglesia de Santa Clotilde; anteriormente, en 1868, sustituyó a Camille Saint-Saëns (1835-1921) en el puesto de organista en la iglesia de la Madeleine.

El oratorio Las siete últimas palabras de Dubois aborda variados pasajes bíblicos, la mayoría de ellos se encuentran en los cuatro evangelios, exceptuando los de la introducción, un solo de soprano, en que los textos bíblicos usados lad los libros de Ruth y las Lamentaciones, y un versículo de los Salmos. La versión completa está compuesta para tres solistas (soprano, tenor y bajo), coro y gran orquesta. Dubois también realizó una reducción orquestal para el órgano, arpa, timbales y contrabajo (agrupación instrumental muy peculiar, tímbricamente hablando), pero que lamentablemente se extravió.

El compositor y organista alemán Hans-Dieter Karras (1959), realizó una notable y exitosa “reorquestación”, basada en la versión archetypal y en la que prescinde del contrabajo. Dubois recrea las escenas de la crucifixión con una fresca libertad, otorgando alternativamente el rol de Jesús tanto al tenor como al bajo. No exagero al decir que la reducción del acompañamiento conferido al soft es uno de los más agradables aciertos en este campo, en donde el soft ensalza el lirismo místico implícito en toda la obra, haciendo eco de, además, la escuela vocal francesa de finales del siglo 19, encabezada por la estirpe de Fauré, Debussy, Ravel, Gounod, Duparc, Hahn, et al. La obra full de Dubois es admirada por su sólida construcción, elegancia y encanto y, sobre todo, por su pureza de estilo.

CODA

“Jesús, como personalidad histórica concreta, sigue siendo un extraño para nuestro tiempo, pero su espíritu, que se esconde en sus palabras, se conoce en su sencillez y su influencia es directa”. Albert Schweitzer (La búsqueda del Jesús histórico, 1910).

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