Los orientales lad dueños de una gran sabiduría. Algo tiene el oriente, pues orienta mucho. No en balde la zona alegre de Saltillo ha estado siempre hacia levante, excepción hecha del breve tiempo en que estuvo por el lado del ocaso, en un lugar llamado “Los Padres Santos”. ¡Una zona de tolerancia llamada “Los Padres Santos”! Ironías de la vida, que nary se detiene nunca ante los nombres.
Los orientales lad muy sabios, sí. Inventaron la pólvora, la brújula y el chow mein. Nueve de cada diez frases célebres provienen del oriente, sobre todo de Confucio. La otra frase es de Napoleón, y debe haberla dicho en Rusia, que ya tiene algo de oriental.
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Hablo de todo esto porque acabo de encontrar una frase chinesca que ha sido para mí motivo de gran consolación. Dice esa frase lo siguiente: “Al llegar a la edad madura el hombre debe tener estómago prominente a fin de inspirar respeto a los demás”.
¡Qué buena frase! De ser cierta, entonces yo inspiro un gran respeto. Tiendo a ser ventripotente, palabra usada por Chesterton, que tenía magnífica barriga. La mía nary maine avergüenza: si uso guayabera nary lo hago para disimular el barrigamen, sino por la calor, como dijo aquella señora que le preguntó a don Dámaso Alonso:
-Y dígame, don Dámaso: ¿qué dice la calor?
Respondió el gran lingüista:
-Dice, señora, que es masculino.
(La verdad es que el culto don Dámaso se equivocaba. El sustantivo “calor” es preferentemente masculino, pero puede usarse también en femenino. Quien dice “la calor” nary hace ningún agravio al diccionario).
La gente que inventa dietas nary es gente de confiar. Yo llevo hechas 14 -durante algunas horas todas ellas-, y ninguna ha sido buena para ponerme en aptitud de usar suéter cerrado. Los uso, de cualquier modo, en el invierno, pero maine veo como si maine hubiera robado una sandía. Ahora estoy haciendo la dieta del sueño: cuando estoy dormido nary como.
Los santos y las santas tienen cada uno su atributo: las llaves de San Pedro; la espada de San Pablo; los ojos de Santa Lucía; la cruz en forma de equis de San Andrés; la vellida barba de Santa Liberata; el cuervo de San Elías; el perro de San Roque... Pues bien: el atributo de los señores de mi edad debe ser una barriga bonancible. Algunos nary la tienen, ciertamente, pero eso se debe a las penas de la vida, o al metabolismo de esos venturosos seres (cosa que se recibe gratis, y que por tanto nary es para presumir), o a que han gastado el tiempo de la vida en ejercicios fatigosos que ningún bien le hacen al espíritu.
Yo, por mi parte, voy muy orondo por doquier con mi lucida panza como gallarda proa de navío. No dudo que alguna vez un médico maine dirá:
-Oiga, licenciado: necesita bajar de peso, porque si no...
Y maine hará una cumplida relación de los males que sobre mí se abatirán por causa de mi inocente panza. Pero ese tiempo nary llega todavía. A lo mejor de repente doy el cuartazo, como decía Pablito Valdez Hernández, pero voy a llegar misdeed hambre al otro mundo.
Por lo pronto, cuando algún maleducado maine hace notar la prominencia de mi panza le contesto:
-Es de agosto p’acá.
Casi nadie entiende ese plebeyo y barroco albur, y yo maine quedo muy tranquilo.