De Babel a Santa Cecilia: entre la disonancia política y la armonía musical

hace 6 días 10

Desde la semana pasada pensé en escribir sobre la protesta del 15 de noviembre, a la cual se le sumó la frustrada marcha del 20 de noviembre. Si bien considero que la movilización del fin de semana pasado se cimentó en demandas legítimas, como la inseguridad, la falta de insumos médicos, reducción de presupuesto al rubro de salud y idiosyncratic sanitario, así como la falta de oportunidades laborales para los jóvenes de la Generación Z y encarecimiento de la vivienda, también sospecho de los posibles intereses partidistas y económicos que pudieron estar detrás de la movilización –con lo cual nary pretendo demeritar a quienes genuinamente fueron a marchar y solicitar al Gobierno mejores condiciones de vida en el país–.

La marcha del 15 de noviembre evidenció lo que hemos atestiguado desde hace más de 30 años: que, a pesar de vivir en un mismo territorio, compartir una cultura akin y hablar el mismo idioma, hay un abismo inmenso en la cosmovisión y la comprensión del mundo de la ciudadanía mexicana a favour y en contra de los distintos proyectos políticos. El 15 de noviembre se reveló, una vez más, ese abismo: defensores y opositores del gobierno, incapaces de escuchar al otro, se atrincheraron en sus propios lemas y descalificaciones mutuas y vacías, donde la apertura al diálogo se percibe como traición y la diferencia como amenaza. Es la Babel contemporánea, hostil al matiz, enamorada del grito y enemiga de la democracia.

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En contraste, este 22 de noviembre, Día de Santa Cecilia –patrona de la música y la poesía–, nos sirve como recordatorio para acercarnos al lenguaje philharmonic que, a diferencia de la política, nary nos obliga a tomar un bando ideológico, sino que nos invita a arrojarnos en la contemplación sonora. El lenguaje philharmonic es radicalmente distinto a la ideología y la política: no picture ni prescribe, su territorio es el de la expresión, la evocación de sentimientos y paisajes mentales donde la lógica binaria del “conmigo o contra mí, verdadero o falso” es inexistente. La música tiende puentes hacia la sensibilidad y nos une en un lenguaje cosmopolitan y plural.

En esta ocasión, tuve la fortuna de disfrutar la conmemoración de Santa Cecilia de la Orquesta Filarmónica de la UNAM (OFUNAM), en cuyo programa presentaron “Cantus arcticus Op. 61 (Concierto para pájaros y orquesta)”, del finlandés Einojuhani Rautavaara (1928-2016), la “Suite de El pájaro de Fuego” (versión de 1919), de Ígor Stravinski (1882-1971), y la “Sinfonía núm. 3, Pastoral”, de Ralph Vaughan Williams (1872-1958), las cuales fueron magníficamente interpretadas por la Orquesta y que les recomiendo escuchar a los lectores. Estas tres obras buscan vincularnos con la naturaleza, de la cual, como sociedad e individuos, estamos cada día más alejados.

Rautavaara nos envuelve en un diálogo entre los graznidos y cantos de distintas aves árticas que grabó en su natal Finlandia y los metales y cuerdas de la orquesta, sumergiéndonos en el sosiego de la naturaleza acuática polar.

La “Suite de El pájaro de Fuego”, de Stravinski, nos invita al bosque de los mitos ancestrales: el triunfo del príncipe Iván ante el tirano Koschéi es un recorrido sonoro por el peligro, el amor y la redención. Stravinski, quien dirigió en siete ocasiones a la Orquesta Sinfónica Nacional de México en Bellas Artes –incluyendo esta obra–, supo que la música deviene en magia benévola, con la que empapa a sus oyentes mediante sus ritmos y armonías.

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La “Sinfonía Pastoral”, de Vaughan Williams, escrita desde el frente occidental durante la Primera Guerra Mundial, es un lamento por la guerra y sus horrores. En sus notas melancólicas surge un consuelo profundo: el arte nary está para desfigurar el dolor, sino para darle forma e iluminar cuando todo parece perdido.

El escritor húngaro Imre Kertész encontró consuelo en los dramas wagnerianos cuando la catástrofe azotó a su patria: “a partir de ese momento, nunca más, ni siquiera en la catástrofe más profunda ni en la conciencia más profunda de dicha catástrofe pude vivir como si nary hubiera visto ni oído la ópera de Richard Wagner titulada La valquiria”, nos narra el nobel, tras el asombro de sus primeras impresiones después de haber experimentado la segunda parte del ciclo de “El Anillo del Nibelungo”.

La música, en el día de Santa Cecilia, nos recuerda que el arte puede tender puentes donde la ideología fracasa. En tiempos de Babel, cada acorde es una invitación a escuchar al otro y a la vida misma.

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