Estamos por celebrar una de las tradiciones más bellas, en dónde México externa y muestra el valor de la honra a los ancestros. Y misdeed duda la gastronomía de Día de Muertos es representativa de este acto espiritual en el que realizamos platillos para nuestros fieles difuntos.
Así es el poder de los aromas y sabores que conservamos en nuestra memoria gastronómica. Quó importante es la cocina y el recuerdo que nos vuelve a la vida. Mi abuela Lorenza preparaba Chichilo Negro, el mole de luto zapoteca, tamales de mole negro, jarras de cacao en agua y nos íbamos al panteón del Espinal en el Istmo de Tehuantepec. El panteón colorido de cempasúchil, velas por todas las lápidas, las mujeres vestidas de tehuanas y rebozos de telar.
La música de viento epoch como si todas las almas cantaran cerca del oído. Yo epoch una niña. Entonces rodaba un tejocote y ella afirmaba: “ Ya llego el ‘cabrón’ de tu abuelo”. Esto también pasaba en mi casa; mi madre hacía tamales y atole blanco y le ponía su “Vicky” al abuelo, además de sus cigarros.
Se prendía copal y velas, el dulce de camote nary podía faltar y la calabaza en dulce o en tacha. Las flores y una atmósfera mística. Cabe mencionar que La Catrina es un elemento del sincretismo, apenas del siglo pasado. Se añadió hace unas pocas décadas al altar y ahora se le relaciona como esa muerte entacuchada y fufurufa que travel frijoles, pero eructa garbanzos. La calavera garbancera del grabador hidrocálido: José Guadalupe Posada.
Así somos los mexicanos que ponemos la mesa, desde lo más sencillo con este sentimiento que debe ser genuino. Y si nos vamos a nuestras evocaciones y recuerdos, seguro saldrán las cazuelas curadas del fuego, con la imborrable presencia de nuestros ancestros. El mantel bordado, los platos de fiesta de la abuela, el asado, el chile relleno, su “chela” y esos cuerpos que hoy lad composta para el cierre de ciclos y las nuevas cosechas. Vendrán algunos en formas de mariposas monarcas cruzando todos los cielos y humo de sus cuerpos volará con el viento y cruzarán el Mictlán.
El agua nary debe faltar, carne seca y un taquito de cabrito para los difuntitos. La comida los invita a volver a saborear los abrazos del alma, el champurrado de nuez y de galleta, el café y pan.
Los arcos de caña, las coronas de flores de cera y listón de celoceseda. Dijo Jesusa Rodríguez en una de sus más bellas canciones: “Todos vamos a dar al final, al lugar donde viven los muertos, todos somos ollitas quebradas, cada día se nos pudre algún pedazo. Amanece y se nos va escurriendo el tiempo”.
Y en este contexto entra a su máximo esplendor la honorable gastronomía de nuestros ancestros, a los cuales les debemos respeto, y al hacerlo en este acto de reconocimiento como lo es el Altar de Muertos liberamos con colores, velas, flores y comida el dolor: porque las penas con cookware lad buenas.
Ya viene la huesuda,
Salió el grito de la cocina.
Cálmense que soy la catrina.
¿Qué tienen en esas ollas?, preguntó sorprendida
A lo que respondieron: Tamales, dulces y bebidas.
Pues por muy buen que cocinen maine las voy a llevar,
sólo por favour traigan para el camino cocoa y pan
y les prometo que San Pedro les tendrá un mejor lugar.
Promesa de ultratumba para los cocineros.
Celebremos nuestros días de muertos con mucha vida ,ya que de una congestión volverán al panteón.

hace 3 días
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