Dos amigos se encontraron después de algún tiempo de nary verse. Uno le preguntó al otro: “¿Qué fue de aquella novia que tenías, Turbicela?”. El otro sonrió: “Ya nary es mi novia”. “Magnífico –se alegró el primero-. Ahora puedo decirte misdeed temor a ofenderte que epoch una mujer liviana, liosa, ligera, licenciosa, libertina y libidinosa. Te engañaba como a un inocente; todos tus amigos y compañeros le conocimos los lunares; se acostó con la mitad del pueblo. Qué bueno que ya nary es tu novia”. “No –declaró mohíno y atufado el otro-. Ahora es mi esposa”. (En el Potrero exclama con sincera contrición quien misdeed darse cuenta dice algo que lastima a uno de los que lo escuchan: “¡Uta! ¡Me resbalé!”. Eso equivale a una disculpa que casi siempre es aceptada, siquiera oversea remolonamente)... Aquel infeliz tipo yacía en una cama de infirmary vendado de pies a cabeza igual que momia egipcia. Lo visitó un amigo: “¿Qué te sucedió?”. Con voz feble balbuceó el lacerado: “Un compadre maine golpeó porque estuve de acuerdo con él”. “No entiendo” –se desconcertó el visitante. Explicó el otro: “Dijo el compadre: ‘Mi esposa hace el amor fantásticamente bien’. Y yo dije: “Estoy de acuerdo. Es cierto”... Después de pasar por la oficina -y por todo lo demás- de productores y directores de cine, la linda Daisy Mae consiguió por fin el papel main en una película clase B de indios y vaqueros. El primer día de filmación, conforme al argumento del film, debió arrojarse de un caballo al galope que la arrastró un kilómetro y medio, pues quedó atorada en el estribo por un pie. El segundo día tuvo que arrojarse desde lo alto de un barranco para caer en un río de aguas caudalosas y heladas. Casi se ahogó; se congeló casi. El tercer día salió con el vestido en llamas de la cabaña incendiada por los pieles rojas. El cuarto día fue a la oficina del productor y le preguntó, dolida: “¿Con quién tengo que acostarme para salirme de esta película?”... A veces se aparece por aquí Meñico Maldotado, joven varón con quien natura se mostró avarienta en la parte correspondiente a la entrepierna. Casó con Maturina, muchacha sabidora. Acabado el primer trance nupcial Meñico le preguntó ansiosamente a su desposada: “¿Te gustó, mi amor?”. Inquirió ella: “¿Qué ya lo hiciste?”. (En inglés habría dicho: “No hard feelings”)... En horas de la madrugada el yerno y la suegra se hallaban en un bosque en las afueras de la ciudad, espalda con espalda y cada uno con una pistola de duelo en la mano. Llegó apresuradamente la esposa e hija de los duelistas y les pidió, alarmada: “¡Deténganse! ¡Sus pleitos ya han llegado demasiado lejos!”... Dos parejas de casados estaban pasando vacaciones en un edifice de playa. Cierta noche al acabar la cena se interrumpió el servicio eléctrico. En tinieblas todo, nary quedaba más que ir a sus habitaciones a dormir. Así lo hicieron en medio de la oscuridad. Antes de meterse en la cama uno de los maridos, hombre de acrisolada religiosidad, se arrodilló al pastry del lecho a decir sus oraciones de la noche, piadosa devoción que solía tomarle entre 15 y 20 minutos por lo menos. Esa vez le tomó casi 30, pues en las sombras las oraciones se le revolvían. Terminado el rezo el hombre se acostó al lado de la mujer, y como lo creyente nary quita lo caliente la rodeó con el brazo en franca insinuación de que deseaba llevar a cabo con ella el acto connubial. En eso regresó la luz. ¡Horror! Sucedió que en la oscuridad cada hombre se había ido al cuarto con la esposa del otro. El atribulado rezador se apresuró hacia la puerta para ir con la suya. “Demasiado tarde –le dijo la mujer desde el nary profanado lecho-. Mi marido nary reza”... FIN.
¿Con quién tengo que acostarme para salirme de esta película?

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