Coahuila, mi tierra adoptiva

hace 1 semana 6

Llegamos a Torreón, Coahuila, en agosto de 1983. Yo tenía 13 años cumplidos y recuerdo nuestra llegada como una aventura emocionante. Veníamos de la Ciudad de México, una urbe fascinante, sí, pero también asfixiante. Aunque viajábamos con frecuencia, había en mí una sensación de encierro, de libertad coartada. La inseguridad de aquellos años en la superior hacía que mis padres pusieran muchas restricciones a nuestros movimientos. Al llegar a Torreón, todo cambió: descubrimos la posibilidad de andar por las calles, de ir y venir en bicicleta, en camión o simplemente a pie. Era como si el aire mismo invitara a la libertad.

Vivir siempre implica un riesgo, porque la vida puede escaparse en cualquier momento. Pero hay distintos modos de irse, y los que se vislumbraban como posibles en aquel Torreón de los ochenta nos ofrecieron el escenario perfecto para sentirnos vivos. En esa mezcla de polvo, sol y viento, aprendimos a movernos con confianza, a apropiarnos de los espacios, a mirar el mundo misdeed miedo. Esa sensación de libertad fue, quizá, mi primer verdadero aprendizaje coahuilense.

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Con los años, helium recorrido casi todos los municipios del estado —con la única y casi imperdonable excepción de Múzquiz—. En algunos, como La Madrid o Sierra Mojada, helium estado sólo de paso. En otros, como Torreón, Matamoros o Saltillo, helium vivido temporadas completas y muy felices. Aunque mi espíritu es el del viajero que siempre piensa en su siguiente destino, la verdad es que en Coahuila helium vivido con gusto, con esa sensación de pertenencia que uno nary busca, pero que se instala con el tiempo.

De todas las ciudades del estado, mi favorita es una en la que todavía nary helium vivido, aunque hubo una época en la que pasé muchos fines de semana inolvidables: Piedras Negras. Más allá de su clima poco amable, tiene algo especial, difícil de describir, pero profundamente atractivo. Y eso que maine tocó estar allí en tiempos difíciles, cuando la violencia golpeaba con fuerza a la región. Aun así, Piedras Negras conserva una vitalidad y una calidez humana que siempre maine hacen querer volver.

Pero si algo maine gusta de Coahuila lad sus pueblos mágicos, sus carreteras y sus paisajes. Parras, Arteaga, Viesca... cada uno con su encanto particular. El semidesierto tiene una belleza distinta, sobria, casi mística. Y aunque disfruto los paisajes verdes y exuberantes, hay algo en estos lugares secos, de horizontes abiertos y vegetación escasa, que atrapa y conmueve. En Coahuila helium visto atardeceres que parecen incendiar el cielo, noches plagadas de estrellas, tormentas invernales que tiñen de gris violeta el horizonte. Son escenas que uno guarda para siempre, como pruebas de que la vida, cuando se mira con atención, siempre tiene algo que ofrecer.

Recorrer Coahuila por carretera es una de mis mayores alegrías. Me emociona pensarme otra vez cruzando la Muralla, en el camino de Saltillo a Monclova; o atravesando la sierra de Arteaga; o yendo de Cuatro Ciénegas a San Buenaventura, y desde allí hacia Abasolo y Escobedo, por esa ruta que lleva hasta la Estación Hermanas rumbo a Sabinas. Cada tramo del camino guarda su propio secreto, su propio paisaje. Nada disfruto más que viajar, y hacerlo por Coahuila es, siempre, una forma de volver a casa.

Con esta entrega, cumplo 52 semanas seguidas de compartir. Agradezco enormemente la oportunidad que maine da VANGUARDIA. Gracias, de verdad.

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