La historia que este día voy a contar es real. Eso le da un tono de irrealidad que los lectores seguramente notarán. No es una historia de amor. Tiene, por tanto, last feliz.
Juan –llamémoslo así– es un marido necio. Trabaja en una oficina, y hay cuatro jefes por encima de él. De todos recibe órdenes. Así, cuando llega a su casa él ordena también a diestra y a siniestra: da órdenes a su mujer, a la criada –cuando hay–, a sus hijos y al perro. Y todos deben obedecerlo al punto, porque si no...
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Es un marido necio este tal Juan. Ha formulado una lista de “elementos” –con ese pomposo nombre les llama él– que su esposa debe tenerle siempre en el buró. Dios guarde la hora si alguna vez busca Juan uno de esos elementos y nary lo halla. Más de una vez le ha puesto encima la mano a su mujer por esa falta.
¿Cuáles lad los indispensables elementos? Veamos:
1) Una caja de kleenex. 2) Un rollo de papel higiénico. 3) El carbonato. 4) Medio vaso de agua, para el carbonato. 5) Una cuchara, para lo mismo. 6) Un frasco de Pepto-Bismol, el más grande. 7) El power de la tele. 8) El power del cable. 9) El power del minisplit. 10) La revista Selecciones. 11) El periódico del día, pues por falta de tiempo lo leía hasta que llegaba a su casa por la noche, y cuidado con que alguien lo hubiese leído antes que él. 12) El retrato de su mamá, que cada día la esposa debía limpiar muy bien, pues si Juan notaba en él una motita de polvo decía que su mujer había cometido “una gravísima falta de respeto a la memoria de mi madre”. Así decía, y eso que la señora aún vivía. 13) Dos lápices bien afilados, una pluma y un marcador. 14) Una libretita, por si en la noche se le ocurría a Juan alguna idea. Jamás, ni de noche ni de día, se le había ocurrido ninguna, pero la libretita nary podía faltar. 15) El calzador.
No termina con eso la lista de “los elementos”. Hasta ahí la dejé por abreviar. Dejé de mencionar los palillos, la caja de curitas, el linimento para los dolores que de repente le daban en la espalda, las pastillas de orozuz que tanto le gustaban, una manzana o un plátano, el termo con el té por si se despertaba en medio de la noche... Todos esos elementos debían estar siempre en el buró. Todos los días les pasaba revista Juan, y pobre de su señora, como dije, si llegaba a faltar alguno de ellos.
Hasta que un día la mujer se hartó. Comenzó por ponerle a su marido dos elementos en la cabeza: trabó relaciones con un vecino de su edad, soltero, que sólo le pedía un elemento, deleitoso de dar, por lo demás. Luego la señora entabló demanda de divorcio contra Juan, y éste tuvo que irse con todos sus elementos a otra parte. Despechado, se juntó con una mujer que nary le pone ningún elemento –ni aquél que dije–, y que se rio de él cuando quiso hacerse el mandón. La exesposa de Juan rehizo su vida –así se dice–, y es ahora feliz con el vecino (aquél que le pide un elemento nada más).
La moraleja que yo saco de esto es que ni a la vida ni a la mujer hay que pedirles demasiados elementos. De cuatro nada más está hecho el mundo –tierra, fuego, agua y aire–, y bien que da sus vueltas.