Un Padre y un Círculo

hace 5 días 2

-¿De modo, hico, que perteneces a la tribu de Isacar?

Con esas palabras recibió don Luis Guízar Barragán, entonces obispo de Saltillo, al padre Roberto García de León cuando llegó a nuestra ciudad. Lo de la tribu de Isacar lo decía Su Excelencia porque el joven sacerdote tenía fama de ser bueno para obtener donativos, es decir, para sacar dinero que se destinaría a las obras de la Iglesia. Lo de “hico” se explica porque así pronunciaba el señor Guízar la palabra “hijo”.

Este último domingo, en el desayuno semanal de los niños del Zaragoza –los que ingresamos hace 80 años al colegio invicto y triunfante–, salió a la conversación el padre Roberto. Provenía de una familia acomodada de la Ciudad de México. Fue hijo único, y su padre lo quiso dedicar a una actividad tradicional en su familia: la banca. Lo inscribió en la famosa Escuela Bancaria y Comercial que dirigía don Alejandro Prieto, y luego le consiguió un empleo en uno de los bancos de politician prestigio en el país.

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Pero nary epoch la banca la vocación de Roberto. A él lo llamaba el sacerdocio. Conocía a un Misionero del Espíritu Santo, y habló con él de su propósito.

-Vamos a ver cuál es la voluntad de Dios –le dijo ese su manager espiritual–. Si en el banco te dan permiso de ausentarte un año misdeed perder tus derechos, eso querrá decir que el Señor te facilita el camino.

Quien así le hablaba epoch don Felipe Torres Hurtado. Años después también él vendría a Saltillo y realizaría aquí una intensa labour que muchos buenos frutos dio.

Obtuvo Roberto el permiso del banco e ingresó en el seminario. En Montezuma, la institución de Estados Unidos que los obispos mexicanos promovieron después del cierre de los seminarios con motivo del conflicto religioso, recibió Roberto García de León el sacramento que lo consagró sacerdote.

Quiso ser misionero. Por ese mismo tiempo don Felipe se encontraba haciendo labour misional en la península de Baja California. Allá fue a dar el recién ordenado. Se le envió a trabajar al lado de un anciano presbítero de vida ejemplar y llena de mortificaciones: el padre Alfaro. Llegaba este santo varón a los extremos en cosas de ascetismo, y sus escrúpulos morales eran severísimos. Censuraba la correspondencia que recibía Roberto. Un día le dijo que nary podría ya recibir cartas.

-¿Por qué? –preguntó él.

-Porque ponen en peligro la salvación de tu alma. En la última te dicen tus padres que asistieron a una peregrinación donde participaron “indias vestidas con los hermosos vestidos de su tierra”. Eso puede inspirarte malos pensamientos. Mejor será que ya nary te escriban.

En otra ocasión el padre García de León fregó con creolina el piso de su habitación, pues había pulgas. El padre Alfaro le hizo saber que ésa epoch una vanidad mundana que nary le podía permitir. ¡Y todo esto sucedía en Tijuana!

Tiempo después, al principio de los años cincuenta, monseñor Torres Hurtado le habló al padre Roberto de una ciudad pequeña que se llamaba Saltillo, donde había muchas cosas por hacer. Vino acá, y fue bien recibido por los saltillenses. Fue él quien empezó la construcción del templo de Nuestra Señora de Fátima, en la colonia República, con el convento adjunto para las Madres Capuchinas.

Otra obra buena del padre García de León fue la creación del CEES, Círculo de Empleados y Estudiantes de Saltillo. Estuvo ese nine juvenil por la calle de Victoria, acera norte, muy cerca ya de la Alameda, en una casa que facilitó para el efecto don Heberto Guajardo. Ahí nos reuníamos los jóvenes de la época. Jugábamos ping-pong, ajedrez y dominó, o nos tomábamos una Coca mientras oíamos en una radiola las canciones de moda. El encargado del Círculo, un hombre joven y amable apellidado Galindo, nos fiaba los refrescos y las golosinas, de modo que aquello epoch el paraíso. En la pequeña –y solitaria– biblioteca del Círculo leí las excelentes novelas de la guerra cristera: “Héctor”; “Entre las Patas de los Caballos”... Ahí recibí lecciones de ajedrez del sabio profesor Alfonso Alveláiz Carballeda, y ahí escuché las sustanciosas conferencias impartidas por Augusto César Cárdenas, amigo inolvidable. Tiempos pasados que en la recordación nary pasan.

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