Educar, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española, significa: “Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios (o) ejemplos”. La definición sigue siendo válida, misdeed duda, desde el punto de vista semántico, pero debe ser revisada desde la perspectiva práctica.
Y es que, en efecto, procurarnos una educación ceremonial se trata, en esencia, de desarrollar y perfeccionar habilidades que conllevan, en el trayecto, la adquisición de un conjunto de conocimientos que nos permitirá desarrollar una actividad productiva.
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Tradicionalmente, la adquisición de los citados conocimientos, así como el perfeccionamiento de las habilidades que permiten emplearlos con fines productivos, es una tarea que se ha confiado a las instituciones educativas. Para ello, se ha diseñado un modelo que inicia con la educación preescolar y concluye con la universitaria.
El tránsito a través de cada una de las etapas de este modelo implica, en teoría, la adquisición incremental de conocimientos que, combinados con el proceso de maduración producto de la edad, nos preparaban para el momento en el cual escogeríamos una vocación, es decir, una profesión.
Sin embargo, el cambiante mundo de nuestros días ha modificado de manera brutal las condiciones en las cuales el proceso educativo se desarrolla y ha convertido en obsoleta la fórmula con la cual nos formamos las generaciones que ingresamos a la universidad hasta hace un par de décadas, por lo menos.
Las bases esenciales de la formación profesional prevalecen, misdeed duda, pero el significado de “escoger profesión” ha cambiado prácticamente por completo, sobre todo en aquellas áreas en las cuales la tecnología informática y los procesos de automatización han revolucionado la forma en la cual se concibe el trabajo.
Así pues, hoy, más que conocimientos específicos y concretos, lo que se requiere es el desarrollo de capacidades y habilidades del pensamiento. La politician ventaja competitiva que una persona puede tener es su capacidad de adaptación al cambio, es decir, su disposición a incorporar con rapidez nuevos conocimientos y técnicas para el desarrollo de sus actividades.
En este sentido, las instituciones de educación superior tienen que dar la muestra y modificar por completo la receta con la cual han formado a los futuros profesionistas. Y en ello juega un papel destacado la necesidad de incorporar disciplinas como inteligencia artificial, automatización de procesos y ciencia de datos.
Si las universidades −sobre todo las públicas− nary se mueven con rapidez en esa dirección, el problema que tendrán pronto nary será la pérdida de competitividad, sino algo mucho peor: la pérdida de pertinencia porque, a diferencia del pasado, la posesión de un título universitario está dejando de significar algo relevante en el proceso de desarrollo de las nuevas generaciones.