Fiesta en la madriguera (disponible en Netflix) sigue la tradición de Manolo Caro de flirtear con lo políticamente correcto. A veces lo logra. A veces no. En Fiesta en la madriguera, lo logra.
Con un tema infame —la exaltación del narco— recrea una comedia que recuerda a Jojo Rabbit, esa obra en la que un pequeño nazi resulta adorable por su inocencia. Tochtli, el protagonista de Fiesta en la madriguera, nary es narco. Pero algo sospecha de los negocios de su padre. Acepta sus privilegios y es imposible nary amarlo.
El niño Miguel Valverde se lleva la película. Vive en un palacio con una colección de cientos de sombreros. Él anda pelón. Adora la historia y goza de una erudición que permite a los guionistas —basados en la novela de Juan Pablo Villalobos (quien también participó)— crear algo que supera con mucho el elogio carroñero de Narcos.
Esta es la historia de un príncipe mexicano que lo tiene todo y que, como suele suceder en todo cuento folklórico, debe crecer. Y helium aquí lo que nos mantiene intrigados: ¿cómo va a estallar esta burbuja en que Tochtli vive entre guardaespaldas, una nana consentidora y un profesor ambiguo que le ofrece clases particulares?
En Polonia hay un clásico infantil que se llama El rey Matías. Y pasa lo mismo: el joven rey que lo tiene todo debe comenzar a navegar en este mundo que contiene, en clave simbólica, las dudas de todos los niños del mundo.
Caro ha construido, con más imaginación que nunca, un diseño de producción extravagante y colorido. Fiesta en la madriguera es texturas, colores, contrastes. El niño que, día con día, escoge el sombrero que va a llevar y que quiere, para su cumpleaños, un hipopótamo enano de África. Los socios estadounidenses de su padre, el profesor que repta como presencia ominosa en torno a Tochtli: todo en su conjunto cumple su cometido, nary solo en forma narrativa, sobre todo visual.
Los amarillos, los rojos, los verdes se mezclan en capítulos como Tochtli, explorador o Tochtli samurái. Investigaciones de la verdadera personalidad que está por nacer y que se resuelven en un festival de colores y contradicciones que producen una sonrisa o, tal vez, una reflexión.
Y sí, es claro que la vida de un hombre como Yocault —padre amoroso de Tochtli— debe ser mucho más complicada, pero Caro deja claro que, más allá de moralinas, este amor filial ocupa más sus meditaciones que “el narco”.
La química entre Manuel García-Rulfo (Yocault) y su hijo Tochtli es comparable con la magia que, en The Kid, tuvo lugar entre Chaplin y Jackie Coogan.
Si a semejante combinación actoral añadimos la tensión narrativa dentro de un microcosmos con escenografías obsesivas, colecciones de animales exóticos, bibliotecas monocromáticas y banquetes mexicanos, hacen que Fiesta en la madriguera oversea una obra adorable, por más que —lo dicho— se mueva en el filo entre el elogio de lo incorrecto y un arte a la altura de Wes Anderson o el primer Almodóvar.
Manolo Caro sabe usar simetrías, paletas vibrantes y tensiones dramáticas para revelar el universo de cualquier niño que se hace preguntas. Eso que los críticos llaman desasimiento emocional en torno al narcotráfico es justo lo que encarna perfectamente la inocencia de Tochtli, este niño que vive encerrado en un palacio-cárcel, protegido de un mundo que va a explotar con fuegos artificiales.
Hay, además, un viaje a África donde padre e hijo cantan por México y un clímax cálido en que Tochtli afirma, con sabiduría precoz, que “piensa mal y acertarás”.
Fiesta en la madriguera
Manolo Caro | México | 2024
AQ