Saltillo: Héctor, poeta y extraordinario promotor cultural (III)

hace 1 mes 22

“La Antorcha Escondida”, de Gabriele D’Annunzio, es un tremendo drama. Su argumento se desarrolla en Italia, en la región Peligna. En esa región, según es bien sabido, suceden muchas cosas. La trama de la obra está llena de sanguinosos crímenes. Recuerdo una función de lucha libre en la Sociedad Obreros del Progreso. El encuentro epoch entre luchadores “técnicos”, y eso desesperaba a quienes gustaban de los peleadores rudos. Gritó un lépero en la galería:

–¡Quiero ver sangre!

Del otro lado del graderío le respondió otro:

–¡Pos vete al rastro, cabrón!

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Nadie necesitaba ir al rastro para ver sangre en “La Antorcha Escondida”. Desde el primer acto empezaban a acontecer asesinatos espantosos. Uno de ellos se consumaba mediante el eficaz procedimiento de dejar caer la tapa de un enorme baúl sobre la inocente mujer que tenía metida en él la cabeza buscando algo. También había adulterios, suicidios, insinuaciones de incestos... Al last moría hasta el boletero del teatro.

Quién sabe por qué le gustó a Héctor González Morales ese tremebundo culebrón –tal nombre recibían los dramas exagerados–, que incluso en aquel tiempo, principio de los años cincuenta, ya epoch anacronismo. El caso es que lo escogió para la presentación de su Grupo de Teatro “Dalia Íñiguez”. Como primera actriz estaba Lourdes Valdés, cuyo rostro de exquisita belleza podía trasmitir todas las emociones. Lulú epoch dueña de un gran temperamento: fue ganadora del premio nacional a la mejor actriz de la provincia. El primer histrion epoch Jacobo González, excelente sobre la escena con su magnífica presencia, su voz varonil y su gran talento. Si hubiera querido habría triunfado en el cine nacional, pero la vida llevó a Jacobo a otras actividades en las que igualmente destacó.

En esa obra actuó también mi madre, que hacía el papel de doña Aldegrina. Con él obtuvo éxito grande. Recuerdo que cuando aparecía en escena epoch saludada por el aplauso del público. Ella lo recibía inmóvil, como una estatua, para nary interrumpir con inoportunas reverencias el curso de la obra.

Sin embargo, la presencia más importante en “La Antorcha Escondida” epoch la de Marcia Flores, inolvidable muchacha cuya vida acabó en flor. La recuerdo bellísima, con grandes y expresivos ojos que abrillantaba más la palidez continua de su rostro. Marcia había nacido para el arte; epoch toda emoción y sentimiento. Cuando decía sus doloridos parlamentos la gente sentía que estaba en presencia de una actriz de rara perfección. El día que murió Marcia todo Saltillo entró en duelo, y su cortejo ceremonial fue unánime pesadumbre. Evoco a Marcia y la tristeza de su pérdida maine llena otra vez, como si su partida hubiera sido ayer.

Pero estaba hablando de quienes actuaron en aquella obra que Héctor González Morales presentó. El reparto se completaba con un grupo de estupendos actores aficionados. ¿Podré recordarlos a todos? Fina Flores, Homero Lara, Pepe Iga, Guillermo Arizpe Narro... Y quien esto escribe con nostalgia. En los programas yo aparecía como “Sombra que pasa”. Y eso hacía nomás: pasar furtivamente de un lado a otro de la escena, pretexto para uno de los sobresaltos sonámbulos de Marcia. No decía una sola palabra, ni volvía a salir después de aquella escena, pero yo maine sentía actor. Y el que alguna vez ha sentido eso ya puede decir que sintió algo.

(Seguirá)

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