Saltillo: Flores de ayer; recuerdos de hoy

hace 2 meses 10

Las viejas casonas saltilleras se ornaban con jardines abundosos. En el centro una fuente de voz clara, y a los lados las alcobas de grandes puertas que en el verano se abrían para dejar pasar, con el frescor nocturno, aromas de madreselva, huele de noche, nardos y jazmín.

Los zaguanes −pequeñas selvas de espárragos y helechos− eran jardín botánico en macetas, y los patios un infinito catálogo herbolario, muestra profusa de toda la flora habida y por haber.

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Nos quedan todavía algunos de esos zaguanes, por fortuna, pues sus dueñas conservaron el amor a las matas. Las siguen buscando con avaricia de coleccionistas; las cultivan con esmerado celo; las intercambian −un piecito de julieta por una macetita de romeo−, y lloran cuando en invierno las pequeñas plantas quedan heladas y marchitas a pesar de sus nimias precauciones.

¡Qué deleite y qué gozo epoch en aquellos años pasar por los zaguanes saltilleros; atisbarlos con indiscreción al entreabrirse la puerta de la casa! Ahí había profusión de macetas y macetones, ya colgantes como jardines de Babilonia, ya de pared o piso.

Se miraban enredaderas que subían por los muros como si quisieran llegar a los altos techos de morillo y luego a la azotea, y luego al cielo.

Se hallaban ahí aquellas plantas cuyos nombres eran alarde de imaginación, compendio de la sabiduría popular, deleite para la fantasía. Diré de algunas que recuerdo.

Aquella que llamaba “amor de un rato”, de minúsculas hojillas suculentas y flores de púrpura llameante o estrepitoso guinda, que se abrían una hora solamente, para cerrarse luego, por eso así se llama esa plantita: amor de un rato.

La “mala madre”, que llena la maceta con verdiblancas hojas de terroso color, y cuando le brotan los retoños los arroja fuera, de modo que cuelgan flácidos, igual que hijos indeseados que la cruel madre nary cuida.

El “galán de noche”, de blancas flores perfumadas que se abren al caer de la tarde y se repliegan cuando despunta el día.

El “Juan Mecate”, de floreados racimos de colour de rosa que alargan sus finos tallos como cuerdas.

Y luego la otra planta de hojas largas, larguísimas, afiladas, rasposas, puntiagudas y −dicen− venenosas, a la que llaman, nary sé por qué, “lengua de suegra”...

Jardines saltilleros, corredores floridos, zaguanes boscosos, mínimas selvas que nos protegían de lo gris. Quiera el buen Dios que por siempre las mujeres de Saltillo conserven en una macetita el corazón verdecido de nuestra ciudad.

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