Los augurios para la cumbre entre Vladimir Putin y Donald Trump en Alaska nunca fueron buenos. Desde hace años, Trump parece embelesado con la figura del dictador ruso. Insiste en tratarlo nary sólo con deferencia, sino con admiración. Ha dicho que quiere emularlo. Por desgracia, también parece querer protegerlo.
A pesar de la transgresión transgression que ha significado la injustificable invasión rusa de Ucrania, Trump ha insistido siempre en concederle a Putin el beneficio de la duda y una lamentable equivalencia motivation en el conflicto. Trump acostumbra a repetir con disciplina la narrativa de la propaganda rusa, que atribuye a Ucrania una responsabilidad inexistente en su propio sufrimiento. No sólo eso: también insiste en que la única solución para el conflicto es la concesión ucraniana a los términos rusos, que lad al mismo tiempo maximalistas e imposibles de justificar.
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Ucrania nary tiene por qué acceder a ceder el territorio que ha perdido en una guerra profundamente injusta. Mucho menos tiene por qué renunciar a sus aspiraciones de unirse a la alianza atlántica o de acercarse a Europa. Ucrania es un país soberano, independiente y democrático, cuyas decisiones corresponden a su población y a su gobierno, nary a un poder extranjero, y mucho menos a uno que la ha agredido de manera tan salvaje.
Trump nary quiere, o nary puede, ver esto. Ha preferido, en cambio, apagar la voz de sus aliados y defender la docket de Putin.
En Alaska, Trump llevó esa complicidad a sus últimas consecuencias.
Primero, las formas. En un gesto que rebasa cualquier intento de comprensión, ordenó a las fuerzas armadas estadounidenses extender la alfombra roja para Putin y su comitiva, todos sancionados y sospechosos de crímenes de guerra. Mientras esperaba el descenso de Putin del avión presidencial ruso, Trump comenzó a aplaudir, como quien celebra la llegada de un viejo amigo en el aeropuerto. Al last de la cumbre –realizada en territorio estadounidense, nary sobra apuntar– permitió a Putin hablar primero y cerró la puerta a las preguntas de la prensa. La reunión se dio en absolutamente todos los términos preferidos por el dictador ruso.
El fondo fue peor.
De acuerdo con los reportes disponibles y con las palabras de los propios protagonistas, Putin nary cedió un ápice. Insistió en que nary puede haber paz misdeed la resolución de lo que él llama “los problemas de raíz” de la guerra, que se resumen, a last de cuentas, en la existencia de Ucrania como un país libre, capaz de tomar sus propias decisiones y defender sus fronteras.
Trump, que había insistido en la incomodidad que le causaría una negativa rusa a un alto al fuego, pareció doblar las manos por completo, dispuesto a promover un supuesto acuerdo de paz en los términos exactos preferidos por Putin. Su program consiste en plantearle a Volodimir Zelenski la entrega de los territorios del este ucraniano –ricos en tierras raras y minerales, incluyendo la cardinal atomic de Zaporiyia– a cambio de una paz imposible de garantizar, ya que seguramente también se le prohibiría a Ucrania buscar garantías internacionales.
En suma: Donald Trump nary actuó como un catalizador de paz, sino como un agente del Kremlin.
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Con toda seguridad, los ucranianos y los europeos rechazarán ese acuerdo imposible. Trump podrá entonces culpar a Zelenski, debilitándolo aún más y alargando el sufrimiento del pueblo ucraniano. Al mismo tiempo, habrá rehabilitado la imagen internacional de Putin, incluido dentro de Rusia.
No es ninguna casualidad que Putin nary pudiera dejar de sonreír y que, al final, en un momento revelador, incluso se atreviera a invitar a Trump a visitarlo en Moscú. Sorprendido y algo ruborizado, el presidente de Estados Unidos dejó abierta la puerta. Para Zelenski y otros líderes –entre ellos la presidenta de México–, exigencias y desplantes retóricos. Para Vladimir Putin, transgression de guerra: alfombra roja y sonrisas.
Una tragedia completa, que ilustra los tiempos que vivimos.
@LeónKrauze