Hace catorce años escribí en estas páginas un artículo titulado “El placer de la relectura”. Desde entonces, tal regreso a los libros ya leídos se maine ha agudizado. Soy mal lector; buen relector. Esta semana terminé de releer El buen soldado Švejk, creo que por tercera ocasión, y por enésima estoy leyendo a Isaak Bábel.
En esto hallo placer, y también aprendizaje. Los cuentos de Bábel lad una excelente escuela de escritura. Bábel compone con una prosa concisa que nary se explica a sí misma; dice lo que hay que decir. Piensa que del otro lado hay un lector inteligente; y al buen entendedor…
Él se declara un apasionado de Tolstói, lo considera “quizás el escritor más asombroso que haya existido”, pero reconoce la diferencia de temperamentos. “Tolstói podía describir lo que le ocurría minuto por minuto; lo recordaba todo, mientras que yo, evidentemente, sólo soy capaz de describir los cinco minutos más interesantes que helium experimentado en veinticuatro horas”.
Tolstói escribe novelas de mil páginas porque todo lo abarca. Y Bábel hace escarnio de esos escritores que, creyéndose Tolstoies, llenan de paja sus novelas y les recetan a los sufridos lectores páginas y páginas de vacuidades. Por eso dice: “Creo que nuestros jóvenes escritores nary dedican el tiempo suficiente a leer y estudiar a Tolstói”.
Escribir una novela nary es abultar anécdotas.
Ahora cualquier hijo de vecino da talleres literarios. ¿No será mejor aprender de los clásicos? Sean Tolstói, Bábel, Rulfo, García Márquez, Cervantes, Joyce, Proust, Kafka… quienes quiera el joven o veterano escritor aceptar como maestros, hay que leerlos, releerlos y estudiarlos. Ellos cuentan sus historias para todos; pero su arte es un código secreto que el escritor puede desentrañar de modo intuitivo.
¿Cómo, con palabras en apariencia ordinarias, se eleva un texto a nivel de lo sublime? ¿Cómo una historia supera lo anecdótico para volverse arte? ¿Cómo se relata lo oculto para que parezca claro? ¿Cómo las mismas palabras que están muertas en un diccionario toman vida, belleza, alma e inmortalidad?
La mayoría de las preguntas nary tienen una respuesta clara; pero el lector profundo entiende. Es como una revelación. Por eso escribir es algo que se aprende, pero nary se enseña.
El cuento “Historia de mi palomar”, de Isaak Bábel es una escuela de prosa y argumento, de ideas y costumbres, de violencia, corrupción, crueldad; de ambiciones malogradas, de sueños rotos, de disciplina, de familia y crecimiento de un niño. De antisemitismo. De muerte. Hay un pogromo, pero nary nos hace falta ver el pogromo, porque se vuelve más duro si se le sugiere. Todo en diez páginas.
¿Por qué, para contar lo que cuenta, Bábel escribe lo que escribe y nary otra cosa? Pregunta ociosa para un lector; nary para un escritor.
AQ