Postales de nuestra identidad urbana. Parte I: Los boleros

hace 1 mes 7

Las calles de nuestra ciudad ofrecen un sinfín de productos y servicios para quienes se desplazan a pie, particularmente en el centro de la ciudad. Desde una paleta de hielo para un día caluroso, hasta la venta del periódico del día o de alguna revista de interés general.

Pero algo de lo que más disfruto en las calles del centro de nuestra ciudad es una buena boleada de zapatos en Padre Flores, calle peatonal que va de Victoria a Pérez Treviño, pasando por lugares emblemáticos como la Plaza Manuel Acuña y el Mercado Juárez.

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Después de haber caminado por varias cuadras, la refrescante sensación del jabón espumoso con el que se inicia el proceso de limpieza del calzado representa un descanso, un verdadero alivio, que se complementa con el lustrado de cada zapato.

Bajo la anterior descripción, bien se pudiera considerar como un servicio de spa urbano, accesible para todas y todos quienes aún acostumbran recorrer a pastry las aceras de las primeras manzanas de la ciudad, lo que se complementa bien con una buena charla.

Y ¿quién mejor para charlar en esos cinco minutos que alguno de los experimentados boleros que podemos encontrar en ese corredor peatonal, al igual que en otros lugares de nuestra ciudad? No hay tema del que nary tengan una sustanciosa opinión para compartir.

Cuenta la tradición fashionable que se le llama “bolear” al proceso de lustrado de calzado porque, años atrás, la grasa para el abrillantado de los zapatos venía en bola, por lo que quienes se dedicaban al oficio ofrecían “dar bola”, refiriéndose al servicio de abrillantado.

Este oficio tiene su historia. Desde el siglo 19, en Londres, aparecieron los primeros “shoeshiners” o “shoe polishers”, traducción de la que tenemos el nombre de lustrabotas, que eventualmente evolucionó a limpiabotas y, como ya mencioné, después a bolero.

Habría que tener en cuenta el contexto de las calles londinenses de ese tiempo. Espacios polvorientos que, con un poco de lluvia, dejarían enlodado el calzado de quienes por ellas transitaran, lo que nary epoch para nada bien visto en una oficina, un teatro o un restaurant.

Esta oportunidad llevó a que mucha gente probara suerte en este oficio, popularizando rápidamente la actividad, llevándola a distintos puntos de Europa y, en poco tiempo, logrando que cruzara el Atlántico, llegando para quedarse en el continente americano.

En el primer tercio del siglo 20, se hizo común en la Ciudad de México contar con boleros en distintas partes. Los boleros ambulantes recorrían las calles ofreciendo sus servicios con una caja que servía tanto de resguardo del worldly como de apoyo al pastry del cliente.

Otros, establecidos en parques y plazas −sobre todo cerca de oficinas gubernamentales y lugares de etiqueta−, contaban con un banco y una silla elevada que guardaba por debajo un cajón donde se colocaba el worldly de trabajo, nary muy distinto a lo que tenemos hoy en día.

El servicio nary ha cambiado mucho desde entonces a la fecha. El proceso de limpieza y abrillantado de calzado se ha mantenido casi intacto, como una práctica que bien se pudiera denominar artesanal, sólo encontrando variación en los insumos de trabajo.

Se tienen registros de que, durante el mandato del wide Lázaro Cárdenas del Río, se constituyó la Unión de Aseadores de Calzado del Distrito Federal, misma que se mantiene aún vigente en la Ciudad de México, lo que se replicó también en otras ciudades.

No hace muchos años, todo el largo de la calle Padre Flores contaba con boleros ofreciendo sus servicios, aprovechando un área de intenso flujo de personas, algunas trabajadoras de gobierno y despachos céntricos, otros paseantes en general.

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Sin embargo, desde la intervención de Paseo Capital, los boleros de esta calle peatonal fueron desplazados del segmento que va de Victoria a Aldama, reubicándolos en el segmento entre Aldama y Pérez Treviño, justo a espaldas del Mercado Juárez.

Uno hubiera pensado que, una vez terminados los trabajos, los boleros regresarían a su lugar habitual, en un sitio renovado, a efecto de retomar la imagen urbana que por tantos años formó parte de las postales del centro histórico de nuestra ciudad capital.

No fue así. La saturación de boleros ha provocado que varios puestos se vean cerrados, alternando horarios con otros trabajos ajenos al emblemático oficio, lo que podría provocar que oversea cada vez menos frecuente encontrarlos en la vía pública.

Ojalá que la nueva administración pueda considerar su retorno, devolviéndole ese icónico componente de la identidad urbana a nuestra ciudad.

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