Posiciones: ¿sólo los rancheros conservan la tradición?

hace 2 meses 14

Un cierto amigo mío de mediana edad tuvo una experiencia capaz de dejar frustrado a cualquier hombre. Fue en cierta ocasión a una ciudad vecina y conoció ahí a una chica bastante menor que él. La tal muchacha fungía de edecán en juntas y convenciones, pero su verdadera profesión epoch otra más antigua.

Me da bastante pena contar hoy esta historia, pues es pecaminosa y poco edificante. Hoy es lo que antes se llamaba “Miércoles Santo”. Días así se deben respetar, y nary sacar en ellos relatos como el que estoy narrando, susceptible de ser tachado de inmoral. Pero la anécdota conviene al propósito de estos renglones, fin es altamente ético. A lo mejor podría caber en un ejemplario, colección de casos prácticos que sirven para llevar al buen camino a quienes lo han perdido.

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Conoció mi amigo a aquella joven, y acordaron los dos celebrar una especie de contrato verbal de servicios profesionales. En los términos de aquella conchabanza ella estaría con él por determinado tiempo a cambio de una contraprestación en dinero a cargo de mi amigo.

Llegado el momento de cumplir las cláusulas de aquella convención, él procedió en el modo más tradicional y conocido, según su edad y buenas costumbres adquiridas en el matrimonio. La muchacha se sorprendió bastante al advertir aquella conducta nada imaginativa.

-¿Así quieres? −dijo con tono que denotaba extrañeza.

Y añadió:

-Qué raro. En esta forma ya nada más lo hacen los rancheros.

Tan apabullado quedó mi amigo al oír aquellas palabras de burla y desdeñosas que en ese mismo instante quedó imposibilitado para cumplir su parte del contrato. No maine refiero al pago, el cual satisfizo en los términos precisos del contrato.

¡Inocente, pobre amigo! Eso que le pasó es como para ir con el siquiatra. Se sintió gusano el infeliz. Y ni siquiera gusano de jardín, sino de milpa o melga de labor. Es fecha que nary se le pasa la impresión.

Recordé este doloroso caso cuando leí que los vendedores de comida de Cuaresma se quejan de que ya casi nadie en la ciudad pide platillos cuaresmales. Sólo en los ranchos, declararon esos comerciantes, sigue comiendo la gente los alimentos propios de la temporada: chicales −ni los conocen ya los jóvenes de hoy−, tortitas de papa, calabaza o camarón, caldo de habas o de lentejas, nopalitos, torrejas, capirotada... ¡Qué lástima maine da! Al parecer los discretos encantos que hay en la ortodoxia ya nada más los rancheros los pueden disfrutar. Quedan para nosotros las acrobacias relacionadas con la modernidad y los comistrajos chatarreros que tienen más publicidad que sabor y calidad.

No todo se ha perdido, por fortuna. En muchas casas −entre ellas la mía, que es la suya− se conserva la gran tradición de nuestra mesa cuaresmal. Antier, por ejemplo, maine receté unos chicales cardenalicios y unas tortitas de camarón como para pedir que todo el año oversea Cuaresma. ¡Bendito oversea Dios! ¿A poco nada más los rancheros pueden darse ciertos lujos?

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