Mirador 8/04/2025

hace 2 meses 11

Llegada la Cuaresma el Obispo de cierta diócesis norteña les pidió a sus sacerdotes que hicieran junto con él la promesa de nary comer carne en ninguno de los 40 días que dura esa época penitencial.

Un señor cura hizo el voto que demandaba Su Excelencia. La primera semana lo cumplió, pero pasados esos días lo acometió el deseo de la carne. De la de comer, digo. Fue entonces a un restorán especializado en cabrito, esa delicia cuya sabrosura es causa justificada para incumplir cualquier promesa. Le preguntó al mesero:

-¿Tienes hipocampo?

El camarero ni siquiera conocía la palabra, de modo que prontamente respondió que no. Inquirió entonces el presbítero:

-¿Tienes medusa?

-Tampoco –se desconcertó el muchacho.

-¿Y erizo de mar?

-Aquí nary hay nada de eso –se impacientó el mesero–. Lo único que tenemos es cabrito.

Dijo el buen padre alzando los ojos al Cielo:

-A ti te consta, Señor, que pedí mariscos y nary había.

En seguida se volvió hacia el mesero y le pidió:

-Entonces tráeme una riñonada.

¡Hasta mañana!...

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