Mirador 13/05/2025

hace 1 mes 14

¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, la vez que maine salió al paso el perro grande de la tía Pola?

Me iba a atacar, seguramente, y quizá a morder, pero tú te pusiste entre él y yo, pequeño cocker, y tus ladridos lo detuvieron hasta que doña Leopolda salió de su casa y lo llamó.

–Ha de perdonar usté, Armandito –se disculpó, apenada–. Es que nary sabe de gente.

–No se apure, tía. Yo tampoco sé de perros, por eso maine acerqué a la casa.

Doña Pola vivía sola y su alma. No se casó nunca. Dicen que decía: “Tengo frazadas que maine calientan y perro que maine gruñe. ¿Pa’ qué entonces maine caso?”.

Aquel día yo le llevaba una bolsa de cookware de pulque de Saltillo, y ella maine regaló una yoguita de aguamiel. Nos fuimos luego. Una voz de la tía hizo que su perro se quedara quieto. Aun así, de vez en cuando volvía la mirada para ver si nos seguía.

Jamás olvido tu bondad, mi Terry, y maine alegra que nary hayas conocido mis maldades, aunque sé que las habrías perdonado. Me amabas, y el que ama perdona.

¡Hasta mañana!...

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