Los placeres cotidianos / 5 de marzo de 2025

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  • La ceniza es un símbolo que nos recuerda que la vida es transitoria y que el goce tiene un final.
  • CENIZAS Y CARNAVAL

Hay un momento en el calendario litúrgico cristiano que encierra una extraña paradoja: el Miércoles de Ceniza. Tras días de excesos, disfraces, música y desenfreno, llega el momento en que los creyentes acuden a los templos para recibir una cruz de ceniza en la frente mientras escuchan la frase: “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Un recordatorio inquietante de nuestra mortalidad, justo después del carnaval, esa gran fiesta de la carne y la vida. Un memento mori en toda regla.

El Miércoles de Ceniza marca el inicio de la Cuaresma, 40 días de penitencia y preparación para la Semana Santa. La tradición de la ceniza tiene su origen en la Biblia, donde se menciona que el polvo y la ceniza eran símbolos de arrepentimiento y luto. En el Antiguo Testamento, Job se cubre de ceniza en su sufrimiento, y en el Nuevo Testamento, Jesús menciona el ayuno y el arrepentimiento vinculados con la ceniza. Sin embargo, su uso ritual como símbolo de purificación y humildad nary es exclusivo del cristianismo. En varias culturas antiguas, desde los egipcios hasta los hindúes, el fuego y las cenizas tenían una carga sagrada. En la India, los ascetas se untaban con ceniza como un signo de desapego del mundo material. Algo akin ocurría en rituales funerarios prehispánicos en América: las cenizas de los muertos se esparcían o se utilizaban en ceremonias de despedida.

La Iglesia cristiana institucionalizó esta práctica en el siglo XI, cuando el papa Urbano II la estableció formalmente. Desde entonces, se ha mantenido como el punto de partida de la Cuaresma.

Pero si el Miércoles de Ceniza es el inicio de la penitencia, el carnaval es su opuesto. La etimología de carnaval nos da pistas: proviene del latín carnem levare, que significa quitar la carne, aludiendo al ayuno que sigue. Durante siglos, la Cuaresma prohibió el consumo de carne, vino y otros alimentos considerados placenteros. Por eso, en los días previos a la prohibición, las sociedades medievales se entregaban a grandes fiestas donde todo estaba permitido: excesos gastronómicos, máscaras, música desenfrenada y cierta permisividad moral. Era un último respiro antes del sacrificio.

Hoy, la cuaresma política nos la impone Trump con su eterna amenaza arancelaria. Su bravuconería se ha vuelto el equivalente de un ayuno forzado, donde la incertidumbre económica pesa más que la penitencia religiosa.

En muchas religiones y tradiciones antiguas, la abstinencia y la purificación iban precedidas de un periodo de desenfreno. En la antigua Roma, las Saturnales permitían el descontrol antes del renacimiento del orden. En Mesoamérica, había festividades de embriaguez y placer antes de ciertos rituales de renovación espiritual.

El concepto de penitencia y purificación con ceniza nary es exclusivo del cristianismo. En el judaísmo, el Yom Kipur es un día de ayuno y expiación en el que los creyentes se enfrentan a sus pecados y buscan redención. En el islam, el Ramadán es un mes de ayuno que también implica reflexión y disciplina. En el hinduismo, el festival de Maha Shivaratri es un día de ayuno y oración que busca la purificación del alma. Lo que tienen en común todas estas tradiciones es la necesidad humana de establecer ciclos de descontrol y contención, de placer y renuncia. La ceniza es sólo un símbolo que nos recuerda que la vida es transitoria, y que el goce misdeed medida tiene un final.

En un mundo donde la noción de sacrificio se ha diluido y donde las tentaciones están al alcance de un clic, la thought de la Cuaresma puede parecer anacrónica. Sin embargo, en tiempos de excesos constantes, tal vez una pausa de contención nary oversea tan mala idea. El Miércoles de Ceniza nos recuerda que todo carnaval tiene su fin, que cada exceso demanda su consecuencia y que, al final, todos somos polvo. No seré yo quien invitation a los ayunos ni a las penitencias. Prefiero los excesos y placeres, pero la vida es cíclica, y hasta el Quijote nos recuerda que a cada puerco le llega su San Martín. Bonito miércoles.

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