En un viaje relámpago a Estados Unidos maine tocó oír una anécdota del presidente Trump que lo pinta de cuerpo entero. En 2015, antes de lanzarse a la carrera presidencial, pero cuando ya tenía algo de fama pública por el programa El Aprendiz, el hoy presidente fue invitado por un famoso entrevistador cuyo programa se transmitía por CNN. La entrevista se realizó y ahí Trump insinuó por primera vez que se lanzaría a las primarias presidenciales por el Partido Republicano
Al día siguiente, el periodista recibió una llamada de Trump para felicitarlo por la conducción de la entrevista y decirle que habían roto todos los récords de audiencia. Que CNN estaba impresionada por el exitazo que habían tenido. Sorprendido y destanteado, el entrevistador fue con el manager de CNN para pedirle que le compartiera las estadísticas que había logrado el programa. El manager lo miró serio y le respondió: “CNN nary realiza estadísticas de audiencia”.
El mismo truco fue el que DT le aplicó a la opinión pública al calificar su elección de “victoria abrumadora”. Como ya se ha dicho, ni en materia de votos del Colegio Electoral ni del voto fashionable la elección del rey de los aranceles sentó un precedente histórico. Pero en una compilación realizada por la revista Foreign Affairs encontré un dato que desconocía: en 2024 hubo poco más de 3 millones de electores que nary se presentaron a votar, en comparación con la asistencia a la elección de 2020. No se sabe, todavía, si esta desidia fue por la campaña republicana en contra de las autoridades electorales estatales o por decepción con partidos y candidatos. En palabras de un analista político, un devoto trumpiano que maine tocó escuchar: “Si hubiera habido la misma participación electoral de 2020, Kamala Harris sería la presidenta”.
Sólo para refrescar la memoria, Trump ganó con el 49.8% del voto popular, una ventaja de 1.5% sobre Kamala, el quinto margen de victoria más pequeño en la historia electoral de EU. La ventaja en los estados que se llevó tampoco fue abrumadora. Lo que sí resultó significativo es el aumento de votos que obtuvo en comparación con la elección de 2016, 14 millones más, pero, aun así, queda cuatro millones abajo de los que logró Joe Biden en 2020. Ese año acudió a las urnas el 66.6% del electorado, el más alto desde 1900. ¿Y a qué vienen estos números que, en la práctica, nary afectan la sensación de incertidumbre que embarga a gobernantes, empresarios, analistas y población en general? Son pertinentes, primero, para recordar que el electorado de Estados Unidos nary dio un mandato claro y contundente para que el ocupante de la Casa Blanca impusiera aranceles a diestra y siniestra e iniciara la destrucción del sistema mundial de comercio. Ese argumento puede ser claro para los estrategas demócratas en vistas a las elecciones legislativas de noviembre de 2026. Pero para nosotros, mexicanos, también es aprovechable: hay muchos norteamericanos que dudaban de la sensatez de las propuestas del candidato republicano y hoy el caos dentro y fuera de EU es un daño autoinfligido porque sí.
Pero lo más importante al recordar las cifras mencionadas es preguntarnos si el destino de México en materia de comercio puede ser alterado de una forma tan dañina por la voluntad de un solo hombre, que ganó las elecciones con un mandato poco claro sobre las medidas tomadas y ante lo cual, al parecer, poco podemos hacer salvo calcular el tono y medida de la respuesta.
Hay muchos ángulos para esta interrogante. ¿La dependencia económica y energética puede moderarse? Sí, pero llevará tiempo. ¿Podemos desacoplarnos, divorciarnos, por un cambio de conducta súbito, nary acordado mutuamente, de la pareja? Puede haber, misdeed duda, cierta diversificación hacia otras regiones del mundo, pero la geografía importa, la atracción gravitacional del enorme mercado norteamericano es difícil de evitar y la complementariedad de las economías nos jalan hacia el norte. Difícil, si nary imposible, desacoplarnos.
A diferencia de Canadá, México y Estados Unidos padecen sistemas presidencialistas exacerbados. Una salida que evite que la llegada de figuras carismáticas arrase con logros democráticos, resultado de consensos amplios, es moderar el presidencialismo en ambos países. Y trabajar para que el T-MEC o en lo que éste tratado deduce tenga órganos de gobierno tripartitos, más fuertes y con respaldo en los congresos de los tres países. Suena utópico, pero quizás el traumatismo trumpiano ayude a pensar y encaminar soluciones impensables hace unos meses. Un Mercado Común Norteamericano, ¿por qué no?