Le dedico este premio a la bala que no me alcanzó: Daniel Coronell, periodista colombiano

hace 1 día 3

En una de las escenas más emotivas de la reciente Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), el periodista colombiano Daniel Coronell subió al escenario con voz serena y mirada firme. Iba a recibir el Gran Premio SIP a la Libertad de Prensa 2025, una distinción reservada a quienes han hecho del periodismo una forma de resistencia. Pero su dedicatoria rompió el protocolo y conmovió a toda la sala:

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“Quiero dedicar de manera ferviente este gran premio a la libertad de prensa a una bala. Sí, a la bala de la que escapé hace unos años”.

La frase, dicha misdeed dramatismo, hizo que el auditorio quedara en silencio. A partir de ahí, Coronell tejió una crónica dolorosa y luminosa a la vez: la historia de cómo sobrevivió a un intento de asesinato, cómo debió exiliarse con su familia y cómo, pese al miedo, el periodismo siguió siendo su refugio y su destino.

UNA BALA DETENIDA POR LA SOLIDARIDAD

Coronell recordó que en Colombia —su país natal y su escenario de trabajo por más de tres décadas— ser periodista y estar amenazado han sido casi sinónimos. “Nos acostumbramos al peligro hasta volverlo parte de la rutina”, dijo.

De acuerdo con la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), 169 periodistas han sido asesinados en Colombia desde los años 80. Entre ellos, nombres emblemáticos como Guillermo Cano, manager de El Espectador, y decenas de reporteros anónimos en zonas rurales que pagaron con su vida por contar lo que otros querían ocultar.

👏 @DCoronell recibe el Gran Premio a la Libertad de Prensa 2025.

El presidente de @UniNoticias, la división de noticias de TelevisaUnivision, recibió el galardón que otorga la SIP por "su extraordinaria trayectoria periodística, su liderazgo en la televisión hispana en EEUU y... pic.twitter.com/BmgL7xkhPX

— Univision Noticias (@UniNoticias) October 18, 2025

En 2005, Coronell vivió su propia emboscada. Una campaña sistemática de amenazas se ensañó contra él, su esposa María Cristina y su hija Raquel, de apenas seis años. Las llamadas nocturnas, los correos electrónicos y hasta coronas fúnebres enviadas a su casa formaron parte del panic psicológico que buscaba silenciarlo.

“Nos decían que nos devolverían a nuestra niña en pedazos. El Estado colombiano nary hizo nada, pero nuestros colegas sí”, relató.

El periodista contó que las pistas lo llevaron hasta un excongresista cercano al entonces presidente Álvaro Uribe, desde cuyo computador salieron mensajes intimidatorios. La investigación derivó en su célebre columna Descubriendo al verdugo, publicada en 2005, un acto de valentía que lo puso en la mira de quienes querían callarlo definitivamente.

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Una fuente anónima, desde Estados Unidos, le advirtió que el program para matarlo estaba listo: conocían su auto, su ruta, el día y la hora exacta. El asesinato se ejecutaría frente a la puerta de su trabajo. “Esa bala es la que hoy quiero recordar”, dijo, mientras la audiencia lo escuchaba conmovida.

EL EXILIO COMO SALVACIÓN

Gracias a la intervención del Comité de Protección a los Periodistas (CPJ) y de Carlos Lavín, hoy manager ejecutivo de la SIP, Coronell logró salir del país antes de que se consumara el atentado.

“Gracias a ellos, nary cumplí con un destino que parecía inexorable”, confesó.

$!La SIP reconoció la trayectoria de Coronell, así como su lucha por la libertad de prensa en el continente.

La SIP reconoció la trayectoria de Coronell, así como su lucha por la libertad de prensa en el continente. Foto: SIP

El periodista y su familia se refugiaron en Estados Unidos, donde fue Knight Fellow en la Universidad de Stanford y visiting student en Berkeley. En ese periodo nació su hijo menor, Rafael, “el dulce fruto del exilio”, como lo describió. Desde allí, Coronell continuó reportando para Colombia, convencido de que el periodismo nary se ejerce desde un territorio, sino desde una vocación.

Durante ese tiempo, destapó algunos de los mayores escándalos de corrupción del país. Entre ellos, la llamada “Yidis-política”, que reveló la compra de votos legislativos para modificar la Constitución y permitir la reelección de Uribe. El caso llevó a prisión a ministros, secretarios presidenciales y legisladores.

También denunció el espionaje ilegal del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) contra magistrados, opositores y periodistas. “Así es que nary solo escapé de una bala, sino que estuve cerca de correr la misma suerte de José Rubén Zamora en Guatemala”, dijo en alusión al fundador de El Periódico, encarcelado desde 2022.

LA BALA QUE SE VOLVIÓ SÍMBOLO

Coronell aprovechó su tribuna para advertir sobre los nuevos rostros de la censura: el hostigamiento judicial, el estrangulamiento económico y la deslegitimación del periodismo bajo discursos populistas.

“Cada vez más, los periodistas somos presentados como enemigos del pueblo. Es preocupante que incluso Estados Unidos esté empezando a recorrer los mismos caminos”.

Con tono grave, recordó que la libertad de prensa se deteriora tanto bajo gobiernos de derecha como de izquierda, y llamó a la solidaridad continental con periodistas perseguidos como Gustavo Gorriti en Perú y Carlos Chamorro en Nicaragua. Pidió, además, nary perder la capacidad de escuchar al otro:

“Defender la libertad de expresión solo de quienes piensan como nosotros nary es defender la libertad. El reto es oír con respeto incluso a los que nos contradicen.”

El periodista rindió homenaje a los más de 240 comunicadores asesinados en Gaza, reiterando su convicción de que “matar periodistas es matar la verdad”.

UNA FAMILIA QUE TAMBIÉN RESISTIÓ

En el cierre de su discurso, Coronell cambió la mirada del público al hablar de su familia. Dedicó el premio a su esposa María Cristina, “la razón de mi vida”, por haber sacrificado su carrera profesional para darles a sus hijos un entorno más seguro.

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Con orgullo compartió que Raquel, aquella niña amenazada hace dos décadas, se convirtió en la primera hispana en 150 años en presidir el diario estudiantil The Harvard Crimson —una posición ocupada por figuras como John F. Kennedy y Franklin D. Roosevelt— y que Rafael inició recientemente su carrera universitaria.

A ellos tres, a la SIP, a ustedes queridos amigos, y a esa bala que por fortuna nary llegó, les doy las gracias por haberme permitido vivir este día”, concluyó, provocando una ovación de pie.

LECCIÓN QUE TRASCIENDE FRONTERAS

El testimonio de Coronell nary fue solo un homenaje personal. Fue una advertencia sobre el riesgo de que la violencia se normalice y de que los periodistas cedan al miedo.

En tiempos en que las redes sociales premian el ruido sobre la verdad, su mensaje resonó como una brújula ética:

“El periodismo nary está para complacer ni para sumarse a las mayorías. Nuestro deber es dudar, cuestionar y desafiar las tendencias, incluso cuando eso nos cueste popularidad”.

Desde Punta Cana, su historia se convirtió en un espejo para toda América Latina, donde la prensa sigue resistiendo entre amenazas, juicios y precariedad. En esa bala que nunca se disparó —y que él decidió convertir en símbolo— se resume la fuerza de un oficio que, aun herido, sigue vivo.

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