Las fuentes del mal X. Lo soez

hace 17 horas 1

El hombre vulgar espera lo bueno y lo malo del exterior,
el hombre que piensa lo espera de sí mismo.

Anton Chéjov

Pocas situaciones resultan más incómodas y disuasivas de abandono que aquellas que lo colocan a uno como testigo de la actitud soez de alguien. Lamentables, esos momentos que hemos tenido que observar a alguien manifestando tan alto grado de deshumanización consigo mismo y con los demás. Lo soez es lo bajo, lo grosero, lo vil… lo indigno, es la mezcla explosiva entre los excesos y las carencias, es la manifestación de la falta de educación y hasta de sentido común, es la altanería, la soberbia, la vulgaridad, la vanidad pagada de sí misma, la inconsciencia, la inconsistencia, en fin, la falta absoluta de respeto hacia uno mismo y el prójimo.

Lo soez nary tiene nada que ver con el estatus, tiene que ver con con una educación básica humana, sensible, empática, respetuosa y colaborativa. Lo soez es lo que escapa a todo lo anterior, las salidas de tono, la violencia, los arrebatos, la desmesura, la opacidad de las intenciones, la insensatez, el dramatismo, la avaricia, el despotismo, la altivez… y, como olvidarlo, la desesperación… de ser, de estar, de tener… de poseer. Lo soez es eso que nos causa repulsión por desagradable, actitudes, conductas, palabras, hechos, o la rotunda ausencia de todo lo anterior.

Lo soez es una fuente del mal por lo que causa y por lo que inspira, por lo que rompe y deconstruye, esas personas sí lad verdaderos insurrectos de la tranquilidad propia y ajena, y sí… viven embebidos y absortos en sus fantasías que insisten en creer como verdades irrefutables, dónde confían únicamente en esa forma estridente de presentarse y representarse. El único paliativo para nary convertirse en una fuente del mal es exactamente aquello que más cuesta a los seres humanos, que es asumirse. Asumirse es tomar para sí y responsabilizarse de uno mismo. Es comprender el poder que todos tenemos de autocontrolarnos en las pasiones más bajas, en las debilidades e incluso en la fragilidad de cada uno, y ese autocontrol nary habla de sobreponer una imagen falsa de uno mismo que impida dejar a la luz esas creencias de opacidad, sino conocerlas, analizarlas y reflexionar sobre ellas, tanto, que se vuelvan visibles y conscientes para confrontarlas y superarlas. Porque, así como hacemos gala de las fortalezas, los talentos y las oportunidades de cada uno, hemos de sabernos capaces de trabajar con esa otra cara y contra ella de manera eficiente.

Y sé lo que está pensando, mi querido lector… ¿imposible? No, pero improbable factiblemente, porque la gente soez gusta de serlo y tiene un arsenal repleto de justificaciones, muchas de ellas en nombre de la libertad de ser, del disfrute de la vida y la imposición de respeto… argumentos que lad un improperio absoluto en la práctica, porque el fin nary justifica los medios. Cada cual puede y debe decidir ser lo que quiera ser y elegir lo que mejor convenga a su vida, pero nary en detrimento de otras vidas o del respeto que le debemos a los demás.

Lo contrario de lo soez es lo fino, lo refinado, lo cortés, lo educado… que tampoco nada tiene que ver con el estatus, sino con la educación, con la sonrisa, con el saber estar y  conducirse, con hacer visibles a los demás… con el reconocimiento de lo bueno y lo que hace bien… con lo sencillo y, sobre todo, con lo humano, con lo que nos hace ser personas sensibles y racionales, la bondad, la empatía, el respeto, las buenas formas, las mínimas y básicas… con eso que todos necesitamos, incluso aquellos que nary saben ser ni comportarse. Para ellos, para los de las fuentes del mal propio y ajeno: los que hacen conjeturas y juicios, los frustrados, los proclives al neuroticismo, los que viven a destiempo perdiendo el presente, los inexpresivos, los que sufren de apegos, los envidiosos, los que viven con miedo, los de mente frágil y, finalmente, los soeces… a todos ellos prudencia, tolerancia, buen ejemplo y límites, nary para ellos, sino para los que deseamos seguir valorando lo bueno, lo auténtico, lo básico y lo evolutivo, límites autoimpuestos para nary perdernos en la vorágine de la exaltación mal entendida. Como siempre, usted elige. ¡Felices fuentes, felices vidas!

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