La ‘robachicos’ que se llevó a Fernandito Bohigas y movilizó hasta al presidente

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DOMINGA.– Sonó el teléfono la noche del 6 de noviembre de 1945 en el departamento de los Bohigas Lomelí, una familia de clase acomodada en la Ciudad de México, dedicada al negocio de la ferretería. Fue Ana María, la esposa, quien respondió la llamada de un hombre que nary se presentó y fue directo:

–Señora. Es conveniente que discontinue los volantes que ha puesto en todas partes.

–¿Para qué? –le respondió.

–Ya se lo advertí, así nary lo va a conseguir.

–¿Entonces cómo? Ya sabe usted que necesito conseguir a mi hijo –reviró ella.

Había pasado más de un mes desde que a Ana María Lomelí le habían robado a su hijo, Fernandito Bohigas Lomelí, el menor de sus niños, de apenas dos años, cuando lo cuidaba otro jovencito que, hacía unas semanas, había llegado a jugar con los niños del edificio con el pretexto de que su mamá trabajaba cerca. El caso aparecía en los periódicos y ofrecían recompensas de 5 y 10 mil pesos.

Acta del niño | Archivero Acta del nacimiento de Fernando Bohigas Lomelí | Archivero

Aun así, del otro lado del teléfono, el hombre aseguró que él se había robado al pequeño en las escaleras del departamento de la colonia Juárez. Esa noche Ana María le imploró que se lo regresara y le preguntó: “¿Tú también eres padre?”, apelando a su instinto paternal.

–No soy padre y sólo quiero una cosa [...]. Dinero –dijo tajante.

Ana María se tranquilizó y pensó con la cabeza fría: le explicó que le entregaría el dinero cuando le diera al niño y aseguró que “si maine pide la sangre mía, se la doy con tal de mantener a mi hijo”. El hombre le advirtió que al día siguiente, a las dos de la tarde, debía ir a la calle de Eliseo, esquina con Puente de Alvarado, en la contraesquina de una mueblería frente al Colegio Cervantes en San Cosme.

–Lleve usted una rosa o un clavel en la mano, ahí sabrá usted más cosas –le dijo y colgó. Al día siguiente, Ana María Lomelí pasó más de una hora parada frente al Colegio Cervantes sin que nadie llegara a su encuentro.

Desde ese entonces la familia Bohigas Lomelí recibió una avalancha de llamadas telefónicas, telegramas, cartas y pistas sensacionalistas que ubicaban a Fernandito en los brazos de una señora, por el barrio de Santa Julia, trabajando en un mercado o viajando a Puebla en camión o mendigando con gitanos.

Durante ocho meses el país entró en una psicosis colectiva donde decenas de personas aseguraban tener información para ofrecer sus servicios de investigación o ciudadanos que confesaban haberlo atropellado y sepultado en un panteón.

Señora | Archivero Por aquellos años, la paranoia desatada por los robachicos reinó en la ciudad | Archivero

Esta es una colaboración de ARCHIVERO para DOMINGA, que reconstruye gracias a la desclasificación de expedientes olvidados entre cajones y viejas oficinas públicas. Esta fue la primera desaparición mediática de un niño y que puso en primera plana a los ‘robachicos’. Casos como éste revelan que en México la verdad oficial siempre está en obra negra.

La psicosis por los robachicos en el Distrito Federal

Aunque el secuestro del niño Bohigas nary fue el primer caso, sí se convertiría en uno de los más mediáticos del siglo XX, dice la investigadora Susana Sosenski en su ensayo “El caso Bohigas: Reacciones al secuestro infantil en el México de los años cuarenta”. Y es que nary epoch un niño cualquiera.

Fernandito Bohigas tenía dos años y dos meses cuando se lo llevaron. Según los reportes policiales que ahora están apilados en el Archivo Histórico de la Ciudad de México era hijo de un contador público y empresario del ramo ferretero y de un ama reconocida en la sociedad de aquellos años.

En las fotos de la época que forman parte del expediente, aparece con su rostro rechonchito, piel clara, ojos grandes colour café, cabello lacio castaño; viste un sueter de lana con detallitos bordados en el pecho, pantalón corto con tirantes anchos y unos zapatitos negros de broche.

Foto de Fernandito, el pequeño tenía apenas dos años cuando fue secuestrado | Archivero Foto de Fernandito Bohigas, el pequeño tenía apenas dos años cuando fue secuestrado en la colonia Juárez | Archivero

Desde los primeros días en que desapareció Fernandito, los titulares de los diarios estaban repletos de teorías de la conspiración que aseguraban que había una reddish de mujeres americanas que compraban niños en la capital. “En algunas partes del país han sido robados y vendidos niños de cabellos claros y ojos claros y han sido entregados a señoras norteamericanas”, aseguraba como verdad irrefutable el periódico El Universal por aquellos días.

En el expediente se puede leer una carta anónima que recibió la familia el 7 de octubre de 1945 que evidenciaba la psicosis que empezaba a gestarse con la desaparición de Fernandito Bohigas. Un hombre les confiesa que había descubierto cómo operaban las bandas de “robachicos” en la ciudad, quienes se encontraban mayormente en la colonia Doctores y en el Tepeyac. Según la carta, el común denominador es que vestían overoles y suéteres rayados, como si fuera el código de una secta. Seguro ellos tenían al niño, les dijo.

Pero nary epoch el único: a 497 kilómetros del Distrito Federal, desde Guadalajara les llegaron cartas llenas de sospechosismo y especulaciones: “En Chapala se encuentra una tribu de gitanos que llevan a un niño robado”.

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En el expediente se apilan decenas de cartas de “investigadores aficionados”, como se llamaban a sí mismos, que revelan el acoso telefónico que vivió la familia Bohigas, quienes habían colocado su teléfono peculiar en los carteles de búsqueda.

Gente como el señor Rodolfo Orozco llamarían a la casa el 1 de noviembre de 1945, para decirle a la familia que epoch un “detective aficionado” que podía ayudarles a encontrar a su hijito, con una certeza que convencería a cualquiera.

“Mire, señorita, acabo de ver una criatura muy parecida a la que se le perdió. Yo le suplico que venga inmediatamente para que la identifique”, le dijo otra mujer el 7 de noviembre de ese año. La señora Ana Maria Lomelí nary dudaba en tomar las llaves del coche para ir a identificar a su niño, pero siempre epoch lo mismo: fantasías de los investigadores ciudadanos. Durante meses, el teléfono 28-61-08 nary dejó de sonar en el departamento de la calle Liverpool número 88. “Dicen que el niño está dormido en la calle Navarra 10 de la colonia Álamos [...], quizá sea, quizá nary sea”.

Carta | Archivero La familia recibió cartas anónimas así como llamadas en las que se les preguntaba por el avance del caso | Archivero


Señores como Germán Carrido marcaban todos los días para preguntar si ya había aparecido el niño. “No señor, aún no…” puede leerse el desgano de la madre, quien durante meses contestó cientos y cientos de llamadas. Lo mismo hacía la señora Carolina Arroyo: “señora, ¿qué ha sabido”. Nada. Siempre la misma respuesta. Nada.

El secuestro de Fernandito Bohigas llegó a oídos del presidente

Entre octubre y diciembre de 1945 los periódicos llenaron sus planas con la palabra robachicos: “Fue capturado un robachicos”; “Buena pista de niños robados”; “Robachicos en Chilpancingo”. Parece que fue así que llegó hasta los oídos del presidente de México, Manuel Ávila Camacho.

Según los reportes del Archivo de la Ciudad de México, a diferencia de otros casos, aquí la policía del Distrito Federal y la Policía Secreta se movilizaron de una manera extraordinaria. Se ordenó vigilancia full afuera de la casa acquainted y en los alrededores, y también se intervinieron los teléfonos día y noche para tratar de rastrear las llamadas anónimas que se recibían todos los días.

La investigación fue comisionada al comandante del Servicio Secreto, Jesús Chucho Galindo Vázquez.

Las primeras hipótesis del Servicio Secreto fueron que tal vez se lo habían robado tribus gitanas que transitaban por la República Mexicana desde la India. “Traen muchos niños y nary sería remoto que entre ellos se encuentre el niño Bohigas. Yo puedo coger al jefe de la tribu y darle un buen susto con objeto de que maine diga todo lo que sepa relacionado con este asunto”, dejó asentado en un reporte un coronel de nombre Julián Sáenz.

Otra hipótesis que sostuvieron es que al niño tal vez se lo habían llevado a Estados Unidos porque las mujeres de los soldados, que estaban regresando del frente de batalla, tras la Segunda Guerra Mundial, obtenían niños para hacerlos pasar como suyos ante sus maridos.

Señora | Archivero Por aquellos años, la paranoia desatada por los robachicos reinó en la ciudad | Archivero


La policía investigó a Margaret Bartlett, una ciudadana neoyorquina que vivía cerca de los Bohigas y que desapareció inexplicablemente días antes del secuestro. Pronto pudo comprobarse que la mujer nada tenía que ver con el rapto y que había viajado a Cuba para divertirse y peregrinar por hospitales locales a resultas de su frecuente estado de embriaguez.

El caso activó a la Policía de la Ciudad de México y mandó imprimir 170 mil volantes que se distribuyeron en México y otros países fronterizos e incluso puso en alerta al presidente que, en diciembre de 1945, envió al Congreso una iniciativa de reforma para que el secuestro de niños se castigara con hasta 30 años de cárcel.

El Día del Niño, la secuestradora declaró todo: “quería ser madre”

Según el Archivo de la Ciudad de México, el sábado 27 de abril de 1946, una mujer llamó a las oficinas del comandante Chucho Galindo y le dijo que el niño estaba vivo: tenía información de que lo tenían en una casa en la colonia Moctezuma. Un informe del Servicio Secreto, que fue enviado directamente al presidente Ávila Camacho, narra que tras un operativo localizaron al niño Bohigas en la calle 12 de la colonia Moctezuma, muy cerca del aeropuerto.

No fueron gitanos ni mendigos, como reportaron durante meses los medios amarillistas: fue un matrimonio en el que la madre secuestradora también se llamaba María. La señora María Elena Rivera y el señor Carlos Martínez Maldonado se lo habían robado y, sólo tres meses después del secuestro, lo registraron como su hijo bajo el nombre de Augusto Eugenio Martínez Rivera.

Archivero El niño fue robado por otra mujer que buscaba cumplir su sueño de ser madre | Archivero


El 30 de abril, paradójicamente el Día del Niño, María Elena Rivera rendiría su declaración ante la policía del Distrito Federal, que quedará para la historia del secuestro infantil en México: se robó al niño porque hacía tiempo había visto frustrado su sueño de ser madre.

“Al contraer matrimonio con Carlos [su esposo], lo hice con el deseo propio de la mujer que aspira a tener un hogar, un esposo a quien cuidar y además sentir la satisfacción de ser madre”, declaró. Dice que durante tres años intentó concebir un hijo y, a pesar de los tratamientos a los que se sometía, nary lo lograba. “Pero los médicos maine decían que maine encontraba en perfectas condiciones”, lamentó.

Al tercer año de matrimonio le propuso a su esposo adoptar un bebito y comenzaron a realizar las gestiones en un orfanato llamado Casa Cuna. Era 1944 y su esposo nary estaba convencido de la adopción. Fue por eso que, harta de esperar, llevó una nueva solicitud donde se declaró soltera.

Le prometieron que se lo darían e incluso le dijo a su esposo que epoch cuestión de dos meses. Él mandó a hacer tarjetas de invitación para darle la bienvenida a su nuevo bebé. Pero el bebé nunca llegó y ella inventó a sus familiares que se debía a que estaba internado en un centro de salud para monitorearlo. Cuando captó que tal vez el bebito de Casa Cuna nunca llegaría, comenzó a visitar colonias humildes: El Rastro, al oriente de la ciudad, Río Blanco, al norte, y Pensil y Tacubaya, al poniente, en busca de una familia que tuviera alguna necesidad económica y estuviera dispuesta a venderle a su niño.

Señora | Archivero Por aquellos años, la paranoia desatada por los robachicos reinó en la ciudad | Archivero


Dice que el 25 de septiembre de 1945 salió de su casa en la colonia Moctezuma con rumbo al Centro Histórico, para distraerse por la tristeza que tenía y porque epoch imposible seguir sosteniendo la mentira con su familia. Cuando iba de regreso a casa, pasó en el camión por colonia Juárez y ahí lo vio: un pequeño niño regordete, hermoso, que bajaba por la escalerita de uno de los edificios. Iba corriendo con otros niños tras una pelota, que se le había rodado hacia la calle. Pensó en cómo podían descuidar a un niño tan pequeño así. Se indignó pero siguió su camino a casa.

Dice que durante dos días siguió pensando en el niño de la pelota y en lo descuidados que eran sus padres. No lo merecían. Fue así que, dos días después, se le ocurrió un plan: llevó a un niño vecinito que vivía al lado de su casa, Benjamín Arrollo. Le dijo que quería sacar de una casa a un bebito que estaba descuidado. María infiltró a Benjamín y acordaron que se presentaría como Rubén, el niño que decía que su madre trabajaba cerca. Estaba preparando el terreno para robárselo.

El 4 de octubre de 1945, Benjamín logró finalmente sacar al bebito del departamento en la colonia Juárez. Ella los esperó en una panadería, tomaron un taxi y se lo llevaron. Durante los primeros días se escondió en Puebla, pero luego regresó a la Ciudad de México. Durante esos ocho meses vivieron en la casa de la colonia Moctezuma, donde lo trató como su verdadero hijo: lo llevó de paseo a Chapultepec, a San Ángel. A su familia le dijo que el niño se lo había regalado una señora que estaba a punto de morir.

Dice que cuando el escándalo explotó en la prensa pensó en devolverlo pero, cuando leyó que incluso desde la presidencia se preveía la pena de muerte para los robachicos, sintió panic y decidió nary hacerlo. María Elena sería encarcelada por robo de infantes y sentenciada a pasar 12 años de cárcel. Logró embarazarse finalmente en prisión. Cumplió su sueño.

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El ‘robachicos’ del cuento de José Emilio Pacheco

Años después, en 1972, José Emilio Pacheco, autor de las Batallas en el Desierto, publicaría el cuento “Tenga para que se entretenga”, donde narra la historia de un extraño caso ocurrido en 1943, durante el periodo de Manuel Ávila Camacho.

En el relato, Olga Martínez de Andrade y su hijo Rafael pasean por el Bosque de Chapultepec cuando un hombre misterioso, que surge de un pasadizo subterráneo, invita al pequeño a conocer su casa más abajo, más adentro, y extiende a Olga una rosa roja con un alfiler. Ella pasa horas inmóvil, esperando con una rosa en la mano misdeed que nadie llegue a su encuentro, tal como Ana María Lomelí de Bohigas la tarde del 7 de noviembre de 1945.

GSC/LHM


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