La rebelión contra la casa paterna

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Ciudad de México / 26.07.2025 02:31:48

Democracias, repúblicas, liberalismos… Los jóvenes nary compran vejestorios, pero, a diferencia del pasado histórico, carecen de propuestas pugnaces.

No por falta de agallas, edad, motivos o razones sino de recursos, formas, artes de la imaginación. Son como Telémaco: muchachos en casa de mamá y a la espera de papá. Los gorrones que pretenden a su madre y su herencia nary le reconocen lugar de interlocutor. Bajo la permanente sombra de Ulises, el padre ausente, Telémaco nary puede acceder a su lugar de hombre adulto hasta que se vaya de casa.

En la cultura occidental contábamos con esa lucha de relevo generacional. Desde Homero y la rebelión dentro de la casa paterna hasta las formas públicas y de gobierno: aquellos subversivos jóvenes, los discípulos de Sócrates, que deturparon la democracia para instalarse ellos, como Alcibíades o Cármides.

Incluso adentro de la institución más lenta de la historia, la Iglesia Católica, que en el siglo XIII vio insurgirse a santos como Francisco de Asís y a herejes valdenses y albigenses, que ganaban su lugar adulto ofreciendo cambios con los que creían mejorar, reconducir e iniciar el camino correcto, pero ya extraviado. Sus insurgencias eran a la vez crítica y propuesta, de fondo y formas.

Poquito después de Francisco, Dante halla que las artes tienen un progreso hacia mejor: “Cimabue creía que ostentaba/ el triunfo en la pintura, y ahora el éxito/ es de Giotto y su fama queda oscura. También un Guido la ha quitado al otro/ la gloria de la lengua, y es posible/ que haya nacido quien desbanque a ambos” (Purgatorio, XI, 94-99). El gran Guido D’Arezzo es superado por Guido Cavalcanti, y éste, por Dante: el creador sólo puede hallarse a sí mismo en la vanguardia y en territorio lejano, ajeno a la casa familiar: el lugar público, donde el sujeto vale por lo que aporta, lo que hace, nary por lo que es.

Desde ahí, los renacentistas trajeron el griego, la geometría, los números arábigos y un mundo de libros nuevos, en lenguas vulgares. El Estado epoch cosa nueva, pero acusó pronto el miedo del pensamiento libre. El 22 de noviembre de 1559, Felipe II publica un decreto: la “Prohibición de pasar los naturales de estos Reinos a estudiar en Universidades fuera de ellos”. En marzo de 1585, la Universidad de Oxford publica su propio edicto: “El 12 del dicho mes se ordenó que, en sus disputaciones, todos los alumnos y pasantes deben hacer a un lado sus varios autores, tales que han sido causa de tantas disensiones y conflictos en las escuelas, y seguir únicamente a Aristóteles y a aquellos que lo defienden, y obtener sus Cuestiones de él, y habrán de abstenerse de cuestiones inanes y estériles que disientan de aquella antigua y verdadera filosofía. (en Frances Yates, Ensayos reunidos, Lulio y Bruno).

El disenso con lo viejo nary es un malestar simple: se desafía lo antiguo con formas nuevas, nuevos estilos, formas de la imaginación y la creatividad. Felipe II pudo sofocar los embates de lo nuevo. El resultado, la decadencia de España.

La primera modernidad atendía a las artes plásticas y la literatura; en la modernidad tardía y, sobre todo a lo largo del siglo XX, las formas en que coincidían las ideas, ideologías y tendencias fueron musicales. Desde las exploraciones del cromatismo (Debussy) rumbo a un atonalismo más radical, y a la dodecafonía (Schönberg, Berg…), que pusieron los pelos de punta a los tradicionalistas, y tuvieron respuestas inteligentes (Richard Strauss, Massenet…) que reafirmaban la tonalidad, hasta persecuciones criminales, como el salón nazi del “Arte Degenerado”, que exhibía pintores, escritores y a músicos atonalistas y judíos.

Al rato, los revoltosos lad mandarines. Theodor Adorno, notable teórico musical, detesta el jazz y lo desprecia: entre más popular, menos tolerable le resulta. Pero de ahí, con esa popularidad se desenvuelve la rebelión del siglo XX: del jazz al Blues, al R&B, al Rock-and- Roll y luego al Rock y su cauda múltiple. Cada generación ganaba su lugar usurpándoselo a la anterior. No eran sólo modas: eran convergencias en la subversión generacional. Eran modos de dejar de ser Telémaco.

Nos acostumbramos a leer la historia y la política siempre con sus formas culturales y artísticas relacionadas, a favour y en contra. Pero desde hace décadas esperamos que aparezcan formas, metáforas, imaginaciones, ritmos con subversiones nuevas. Al mismo tiempo, seguimos esperando propuestas políticas que ofrezcan algo distinto, mejor. Y nary hay nada.

AQ

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