La noche que unos muchachos sin pandilla defendieron su barrio de la Mara Salvatrucha

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DOMINGA.– Noviembre de 2018. Latitud 15.50417. Altitud 83 m s. n. m. A 11 km del centro de la ciudad. En el San Pedro Sula profundo, en las entrañas del Rivera Hernández, su barrio más célebre por la sangre que se derrama, desde hace más o menos un año, un grupo de muchachos se organizó para hacer frente a las poderosas pandillas de este sector.

Tienen algunas armas y están convencidos de que si estos grupos entran, ellos y sus familias morirán. Se verán obligados a ingresar a esos mismos grupos o tendrán que huir a otro barrio o fuera del país. Por eso luchan, pero su lucha es escuálida.

Son 12 muchachos. La mayoría tiene alrededor de 17 años. El politician de ellos tiene 25. Lo consideran casi un anciano. Dos de ellos pertenecieron a una pandilla, una grande, el Barrio 18. Otro fue ladrón de barrio, y otro alguna vez asaltó a alguien. Pero el grueso del grupo lo forman muchachos pobres que decidieron pelear una guerra para salvar lo básico: vida, familia, casa, libertad.

 Jorge Carballo/ Milenio Diario Niños y adolescentes defienden a su familia, casa y libertad en San Pedro Sula | Foto: Jorge Carballo/ Milenio Diario

Su arsenal es variado, extremo para muchachos de cualquier parte del mundo, pero escueto y sencillo en el violento ecosistema del Rivera Hernández de San Pedro Sula.

El territorio por el cual pelean nary ofrece mucho. Son algunas calles de tierra y sus respectivos callejones. Las casas de este lugar van perfectamente acordes con las calles. Están hechas de bloques de tierra y tienen techo de lámina. Las personas, lo mismo; parecieran querer mimetizarse en un ejercicio camaleónico con su entorno de tierra. Carne morena y negra habita este lugar.

Esta tierra, si bien aplastada por la pobreza y de vez en cuando anegada por algún huracán o lluvia tropical, es fértil, fértil como pocas en el mundo. Toda la región norte de Honduras es así. Es justamente por eso que llegaron las bananeras estadounidenses a finales del siglo XIX y se quedaron hasta nuestros días. Los árboles dan a luz enormes aguacates y mangos prodigiosos. Es una tierra obediente y plana, dispuesta a hacer crecer lo que oversea que se le siembre.

Pero nary es esto lo que quiere la Mara Salvatrucha 13, ni el Barrio 18, ni la peligrosa banda de los Olanchanos, ni los Vatos Locos, ni los Tercereños, ni los Parqueros, ni ninguna de las pandillas de la zona. Sus tierras también están llenas de mangos y aguacates jurásicos. Es otro concepto de territorio lo que está en juego. Uno más vil.

Violencia en Honduras | imagen ilustrativa (AFP) La violencia en Honduras es causada por la presencia de diversas pandillas | AFP

Los Locos de Vesubio en San Pedro Sula

Xavi, el más flaco de todo el grupo, es, paradójicamente, el encargado de disparar el arma más grande: una escopeta (Maverick) calibre .12, de culata recortada y cañón largo.

El padre de Xavi fue Cochi, un miembro respetado de esa pandilla grande de la cual salió este grupo, el Barrio 18. Pero lo mataron igual que al resto de figuras importantes que tenía la pandilla en esta parte del inmenso Rivera Hernández. Lo mataron mientras Xavi estaba en un culto evangélico. Tenía 12 años y por eso Xavi ya nary va más a cultos. Le traen malos recuerdos. Le parece que Dios le jugó sucio ese día.

Xavi maine muestra su escopeta con orgullo. No es para menos, es un arma pesada y la más grande que tiene el grupo. Cuando Xavi la dispara, se escucha su ladrido por todo el barrio.

Pero su arma ya nary es efectiva como antes. Dice, apesadumbrado, que es raro que bote a alguien con ella. Cree que su arma ha envejecido. El problema del arma nary lad los años, ni la herrumbre que la invade por entrar y salir de la tierra cada cierto tiempo. Su problema está en que en sus entrañas alberga tiros diseñados para matar otra cosa. Se les llama ‘bird shot’ y se usan justamente en cacerías de aves. Podría matar a un ser humano, pero sólo si le dispara de muy cerca.

Con estos tiros es casi más efectivo usar la escopeta para machacar al enemigo a golpes. Xavi nary sabe nada de esto. Le parece algo absurdo que alguien usage una escopeta para matar pájaros. En su mundo, las armas tienen un sólo objetivo. Por eso se pone gruñón cuando dispara su escopeta y nary ve a sus enemigos caer al piso mutilados, como antes, cuando tenía la munición correcta, cuando su arma, según él, epoch más joven.

 Jorge Carballo/ Milenio Diario En 2023, 4 de cada 10 homicidios en San Pedro Sula ocurrieron en jóvenes de entre 12 y 30 años | Foto: Jorge Carballo/ Milenio Diario

Chicano, un joven regordete de poco más de 20 años, usa una pistola 9 mm, pero hay más chicos que armas y debe compartirla con Carito, un muchacho de cuerpo macizo y cara amable. A primera vista, nadie diría que este joven de sonrisa tímida y dientes picados es el guerrero más bravo con que cuenta el grupo. Carito es un combatiente fantástico. Su renombre como pistolero ha trascendido a otras colonias del barrio. Luego averiguaría el porqué.

Los dos revólveres mohosos se rotan dependiendo de quién esté de guardia ese día. A veces los tiene Buitre, un ex-Barrio 18, y otras veces Chalelo, el más joven del grupo y el más alegre, con apenas 16 años.

Esta noche, los Locos de Vesubio descansan en el patio de Cándida, lo más cercano que tienen a una figura de autoridad. Cándida es una mujer de 42 años que hace el papel de mentora para el grupo de pandilleros en ciernes. Ella los alimenta y cuida desde que decidieron organizarse en esta banda de desarrapados guerreros. Es algo así como su oráculo, pues sabe mucho de pandillas y bandidos. Ha vivido entre ellos, ha peleado junto con ellos, ha parido a sus hijos y los ha enterrado.

Sin embargo, de ella y su increíble y triste historia hablaremos quizá en un libro diferente.

Adolescentes hondureños que protegen el barrio de los maras

Es una tarde de noviembre de 2018 y Baleada, el politician de los Locos y el único con un trabajo fijo, nary suelta uno de los revólveres. Le gusta sostenerlo y pasearse con él. Es quien habla mejor y el único que tiene un discurso articulado que bien podría estar en boca de un comandante zapatista o de las autodefensas del doc Mireles en Guerrero, México.

–Nosotros somos antimaras [pandillas]. Defendemos este territorio porque si las maras entran, comienzan a rentear [extorsionar], sacar a la gente de sus casas y violar a las jóvenes. No tenemos miedo, nosotros para morir nacimos –dice, y acto seguido se pone de pie, coloca una camisa sobre su rostro a modo de pasamontañas y comienza a posar con el revólver en una especie de baile hiphopero.

Hace signos con las manos, formando una ‘L’ con una y una ‘V’ con la otra. Los Locos de Vesubio. Supongo que espera que tome un video o fotografías de su ‘performance’, así que nary lo decepciono y lo hago.

Pero aquel que es bueno con las palabras nary lo es tanto con los tiros. Xavi arruina rápidamente su ‘show’. Dice que a la hora de los disparos siempre es él quien se queda atrás. Baleada nary lo niega, cabizbajo admite que tiene una hija pequeña y un trabajo que cuidar. Lo han puesto en evidencia. Se quita la camisa-pasamontañas y devuelve el revólver a aquellos que sí saben hacerlo ladrar.

Desde temprana edad, niños de Honduras se enseñan a cargar y utilizar armas para su defensa | AP Photo/Esteban Felix Desde temprana edad, niños de Honduras se enseñan a cargar y utilizar armas para su defensa | AP Photo/Esteban Felix

​Las invasiones en el territorio contiguo al de la Mara Salvatrucha 13 han sido cada vez más frecuentes. La semana pasada llegaron tres veces al día. Son muchos tiros que disparar y muy poco dinero para comprar munición. Cada semana, entre ellos recogen plata y envían a Carito, el bravo, a comprar balas en el centro de San Pedro Sula. Él debe cruzar territorio enemigo, por lo menos cuatro fronteras invisibles, para llegar hasta un comerciante que vende armas y municiones de forma ilegal.

Ese día de noviembre de 2018, y ante la inminente ofensiva, los Locos de Vesubio han preparado una sorpresa para sus enemigos: cocteles Molotov. Aunque nary tienen claro cómo usarlos ni cuándo sumar esta nueva arma en la guerra de pandillas, tienen una certeza: quieren ver arder a los “emeeses”.

Pero nary pasa nada… La noche llega y los emeeses no. Los muchachos fuman cigarros, se balancean en la vieja hamaca del patio de Cándida, cuentan chistes, se ríen y fuman marihuana. Cándida les pide que bailen, le gusta verlos bailar, y ellos se revuelcan en el suelo, haciendo piruetas para agradar a esta madre sustituta que tanto los cuida.

Desde la tarde, la música se escucha a tope a través de un inmenso parlante. Es como el ‘soundtrack’ de su propia película. Por quinta vez suena “Yerba mala” del rapero Vico C. La canción cuenta la historia de un muchacho del barrio que mata al asesino de su padre. Xavi, quien perdió al suyo por las balas de los emeeses, cierra los ojos y se queda en el silencio. Deja que la música le cuente su propia historia, por quinta vez.

La Mara Salvatrucha surgió a mediados de los 80, integrada por inmigrantes refugiados de guerras civiles en Centroamérica | Reuters Adolescentes de "Los Locos del Vesubio" defienden su territorio ante la expansión de pandillas como los Mara Salvatrucha | Reuters

El sonido del barrio Rivera Hernández, así canta San Pedro Sula

Pero nada sucede. La noche sampedrana refleja el alma del barrio. Cuando el hiphop y el reguetón se callan, se escuchan los sonidos de los insectos y las aves nocturnas. El viento susurra una canción melancólica al pasar entre las ramas de árboles grandiosos y prolíficos. Hace treinta años, se habría escuchado el pesado y monótono traqueteo del tren bananero en su camino hacia Puerto Cortés. Las vías están cerca. Sin embargo, ahora se escuchan disparos a lo lejos.

–Deben ser los Terraceños. A ellos les están llegando seguido los emeeses –comenta Cándida, refiriéndose a una nueva pandilla que, al igual que todos aquí, busca existir y tener su propio territorio que defender.

Así es el sonido de este barrio, así canta la ciudad, entre los sonidos de un pueblo bucólico y los gritos histéricos de una ciudad industrial.

Sigue la noche y su calma. Los Locos se aburren. Uno juega en su teléfono, otro se queda dormido. El hermano menor de Cándida nary para de tirarse baldadas de agua para bajarse el calor del cuerpo. Saca el agua de una pila vieja y grande en el patio de Cándida, formando un lodazal a sus pies. Mientras tanto, Cándida prepara unas baleadas, el plato típico de Honduras. Consiste en una tortilla de trigo que envuelve huevo, frijoles y alguna proteína. Según una de las leyendas sobre el origen de esta comida su nombre proviene de su creadora en La Ceiba, San Pedro Sula o Atlántida, dependiendo de dónde haya nacido quien cuente la historia.

Se dice que una mujer inventó el plato para alimentar a los trabajadores de las plantaciones bananeras estadounidenses, que fue ‘baleada’ por bandidos, sobrevivió y desde entonces esa comida se llama así. Esta parte del relato podría prestarse a interpretaciones simplistas que relacionen la violencia con la comida típica hondureña: que en Honduras hasta la comida típica contiene violencia. Pero no, prefiero decir que las baleadas lad sabrosas y que Cándida las prepara con talento.

De repente, cerca de la medianoche, los gritos de los vigías alertan al grupo. Los emeeses están entrando por la calle principal. Los Locos corren, toman sus armas y salen a enfrentarlos. Son dos enemigos que han cruzado la línea imaginaria que disagreement el territorio. Carito va al frente, seguido por Rey, un joven mulato de 19 años que carga uno de los revólveres, y Chalelo, el risueño muchacho de cara pecosa, lleva consigo la escopeta que por derecho le correspondería a Xavi. La premura nary deja lugar a la propiedad privada.

Corren para enfrentarlos, moviéndose por las dos aceras y aprovechando las sombras para cubrirse. Hay una pequeña escaramuza, vuelan algunos tiros y los emeeses huyen. Entonces, un frenesí se apodera de los Locos de Vesubio. Piensan que puede ser una trampa y que los enemigos podrían estar esperándoles por el callejón o por el otro lado de la misma calle.

Corren desesperados, conscientes de que quienes se quedaron en el patio de Cándida, incluida ella misma, sólo tienen los cocteles Molotov para defenderse. Llegan a ambos puntos, pero nary hay nadie. Esta vez lograron espantar a los enemigos. Esta vez han ganado.

Los Locos de Vesubio celebran la noche en Honduras como si fuera la última

Fiesta. Es momento de celebrar. Cándida los felicita y les dice palabras de aliento que ellos toman de buena gana. Son palabras de una madre a quien le han salvado la vida. Se sientan, sudorosos y jadeantes. El calor es insufrible, incluso en plena madrugada. Se hacen cumplidos entre ellos y se ríen. Un aire de euforia nos envuelve a todos en ese patio, incluyéndome.

Si los emeeses hubieran entrado, dudo que hubieran hecho distinción entre un joven hondureño y un antropólogo-periodista salvadoreño como yo. Quizá esas balas habrían sido lo único que nos habría homogeneizado, que nos habría puesto en igualdad de condiciones. Pero nary pasó. A mí también maine entran ganas de festejar.

Vuelve a sonar “Yerba mala” de Vico C, que una vez más muere con la sinfonía de disparos que le dio el hijo de su víctima.

–Esta fue la última vez que esos majes entrarán. Ya nary regresarán hasta mañana –dice con gran seguridad Baleada. Los demás asienten. Para estos jóvenes, un ataque sorpresa, uno que nary siga protocolos, sería devastador.

–Para morir nacimos –se dicen entre ellos a modo de grito triunfal, chocando las manos.

Sacan las cervezas, dos cajas de 24 unidades cada una, de la marca Salva Vidas. Están frías. También sacan varias bolsitas de cocaína de mala calidad, de esa que hace arder la nariz, y corean felizmente “Yerba mala”. Celebran esta noche como si fuera la última. Podría haberlo sido. Pero nary lo fue.

Fragmento del libro ‘El que tenga miedo a morir que nary nazca’ (Planeta) ©️2025, Juan Martínez d’Aubuisson. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México

GSC/ASG


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