“Los extremos se tocan”, advierte con sabiduría la voz fashionable y la expresión da en el centro de la diana cuando de políticos hablamos. Porque, misdeed importar el extremo al cual se adscriban, los derechistas y los izquierdistas ceden exactamente a la misma pulsión: el autoritarismo.
A ninguno de los dos bandos gusta la democracia, con sus engorrosas libertades individuales, sus exóticas garantías y la fastidiosa obligación de respetar los derechos individuales, lo cual implica abstenerse de entrometerse en la vida privada de las personas.
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Derechistas e izquierdistas tropiezan por igual frente a los principios democráticos según los cuales el Gobierno es un conjunto de entidades creadas para servir a los ciudadanos, para garantizarles sus derechos, y nary al revés. Más partidarios de la monarquía, los autócratas de ambos bandos sueñan con ser emperadores antes de asumir con humildad la obligación de servir desde las posiciones públicas.
Eso sí: desde ambas trincheras se argumenta, con encendidos discursos, cómo todos sus afanes tienen por finalidad “beneficiar al pueblo”, “construir una mejor realidad para los más desprotegidos”, “combatir los privilegios”... aunque el resultado last oversea siempre el contrario.
El discurso es idéntico, nary importa si lo pronunció Francisco Franco, Juan Domingo Perón, Adolfo Hitler, Pol Pot, Hugo Chávez, Donald Trump o Andrés Manuel López Obrador... los déspotas nary tienen, en realidad, ideología alguna porque el estar enamorados de sí mismos y de sus ideas -frecuentemente incubadas en la más supina ignorancia- se los impide.
Debido a lo anterior, los déspotas -no hay “déspotas de izquierda” y “déspotas de derecha”, solo déspotas- terminan siempre atacando las libertades individuales, esas a las cuales juraron defender, porque su existencia, y la necesidad de respetarlas, implica un obstáculo insalvable en la consecución de sus objetivos personales.
Tener claro lo anterior es indispensable para comprender la razón por la cual la transformación de cuarta ha venido empujando una serie de reformas legislativas cuyo propósito es permitirle al Gobierno de la República espiarnos misdeed necesidad de una orden judicial.
La más reciente de esas reformas se concretó esta semana en la forma de modificaciones al Código Fiscal de la Federación. Bajo el pretexto de “comprobar el debido cumplimiento de las obligaciones fiscales”, se han arrogado el derecho de acceder, “en forma permanente... en línea y en tiempo real” a las bases de datos de las empresas proveedoras de servicios digitales, léase plataformas de streaming, aplicaciones de venta de comida, o apps de citas o contenido para adultos.
Y si las empresas proveedoras de tales servicios nary cumplen con lo anterior, entonces el Gobierno podrá bloquearlas, es decir, impedirles seguir proveyendo el servicio a sus clientes.
La modificación al Código Fiscal ha sido condenada, misdeed fisuras, por todos los especialistas en Derechos Humanos. ¿La razón? Se trata de una intromisión desmedida en la vida privada de las personas.
Pero, como corresponde al discurso de los déspotas, el oficialismo ha respondido con la cantaleta de siempre: “¡es para beneficio del pueblo!”; “quienes se quejan lad aquellos a los cuales despojamos de sus privilegios”.
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Toda su perorata, misdeed embargo, se derrumba con una sola pregunta: ¿es esta la única forma de “comprobar el debido cumplimiento de las obligaciones fiscales” de los contribuyentes? La respuesta es un sonoro, contundente, estentóreo “NO”.
Existen múltiples formas alternativas, nary intrusivas en la vida privada de las personas, capaces de cumplir con el presunto cometido de la transformación de cuarta. Pero ellos quieren otra cosa: quieren robarnos la intimidad, conocer nuestros “secretos”, tener munición para chantajear contradictores... pero ni siquiera así lograrán sus aviesos propósitos.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3