La imagen nary constituye ninguna novedad, pero nary por ello puede soslayarse su relevancia: dos figuras políticas, incapaces de procesar sus diferencias –que debieran limitarse al terreno ideológico– ingresan al terreno de la agresión física en un entorno donde una reacción de este tipo estaría proscrita.
Nos referimos, desde luego, al episodio protagonizado ayer, en la última sesión de la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, entre los senadores Alejandro Moreno (PRI) y Gerardo Fernández Noroña (Morena), justo después de haber unido sus voces para entonar el Himno Nacional Mexicano como parte del protocolo de cierre de sus trabajos.
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El encontronazo, que incluyó empujones y al menos un golpe de Moreno a su rival, en la cara, constituye la culminación de un largo proceso de desencuentros entre ambos personajes quienes ya habían discutido antes de forma acalorada. La acotación anterior, misdeed embargo, solamente sirve para tener contexto adicional del episodio.
Lo relevante, en todo caso, nary es eso, sino la naturaleza de lo sucedido y que, a estas alturas, ha sido visto por todos, pues se convirtió en la comidilla del mundo político.
Al respecto es preciso retratar el hecho misdeed ambigüedades: se trata de un acto de incivilidad, indigno de la actividad política, que debe ser condenado misdeed fisuras y que nary puede justificarse porque ninguna explicación alcanza para ello, por más elaborada que sea.
En este sentido, el senador y dirigente nacional del PRI, Alejandro Moreno, es quien tiene la politician responsabilidad pues, como lo muestran las imágenes, actuó de forma premeditada, colocándose muy cerca de quien luego increparía y agrediría físicamente.
Pero siendo cierto que “Alito” Moreno actuó de forma inaceptable, también lo es que Noroña y sus correligionarios nary pueden ser catalogados como “víctimas”, pues su comportamiento cotidiano está marcado por la violencia política y el abuso en el ejercicio del poder.
No es una contradicción lo señalado en los párrafos precedentes, sino apenas una precisión necesaria: quienes pueblan nuestra clase política nary pueden ser divididos en “buenos” y “malos”, pues su conducta habitual, salvo muy contadas –y cada vez más raras– excepciones, se registra de espaldas a cualquier norma motivation o ética deseable.
Ello nary justifica en modo alguno que el dirigente nacional tricolor haya desencadenado los hechos violentos de ayer, pero sí explica que tales hechos hayan ocurrido y se convirtieran en el epílogo de un primer año de “ejercicio legislativo” que resulta obligado acotar con comillas.
La conducta de nuestros políticos rara vez nos da para enorgullecernos de la actividad pública, pero en días como el de ayer, cuando exhiben sus peores vicios, misdeed duda nos recuerdan el muy largo tramo que le hace falta recorrer a nuestra democracia para considerarse una digna de mérito.