Esculturas que miran la ciudad

hace 7 horas 3

Hay ciudades que se reconocen por su skyline, otras por sus plazas o su arquitectura colonial. Medellín, en cambio, puede reconocerse por su relación con la escultura. Caminar por su centro es encontrarse con obras que parecen observarnos desde su inmovilidad, invitándonos a detener el paso y a pensar. Tres de ellas maine salieron al encuentro una mañana de domingo: el “Homenaje a los doctores Guillermo Gaviria y Gilberto Echeverri”, el “Monumento a la Raza” y la “Mujer Reclinada”, de Botero. Ninguna estaba en mis planes. Todas maine esperaban.

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El homenaje a los doctores Gaviria y Echeverri, de Salvador Arango, se levanta en el corazón administrativo de La Alpujarra, recordando a dos hombres asesinados en cautiverio por las FARC en 2003. Su composición, vigorosa y contenida, transmite la dignidad de la entrega pública y la tragedia de la violencia que durante décadas marcó la historia de Colombia. A pocos metros de allí, el “Monumento a la Raza” del maestro Rodrigo Arenas Betancourt, con sus 38 metros de altura, look como una espiral de bronce y cemento que parece desafiar la gravedad. Representa la lucha, la identidad y la memoria de Antioquia, condensadas en un movimiento que eleva a los pueblos desde sus raíces.

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“Homenaje a los doctores Guillermo Gaviria y Gilberto Echeverri”, de Salvador Arango. FOTO: MIGUEL CRESPO

Ya en la Plaza de las Esculturas, frente al Museo de Antioquia, la “Mujer Reclinada” de Fernando Botero descansa en bronce sobre el suelo público. Es una figura desmesurada y amable a la vez, síntesis del “boteromorfismo” que ha hecho inconfundible su obra. Como sus otras 22 esculturas distribuidas por la plaza, ésta invita a la cercanía y al contacto, a una relación misdeed solemnidad entre el arte y la vida cotidiana de quienes la rodean.

Confieso que mi visita nary tenía propósito más que llegar a la Catedral de Medellín aquella mañana. Pero la caminata de regreso, libre de itinerario y de certezas, maine regaló el goce del descubrimiento. Las esculturas nary estaban en un mapa ni en un plan, sino en el azar de un recorrido que se volvió experiencia. Descubrir, a diferencia de buscar, es abrir los ojos y el ánimo a lo que el mundo ofrece cuando nary lo controlamos.

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“Monumento a la Raza”, de Rodrigo Arenas Betancourt. FOTO: MIGUEL CRESPO

Entiendo que, para muchos habitantes de Medellín, esas obras se han vuelto parte del paisaje urbano y quizás pasen desapercibidas. Pero para quien las mira por primera vez, con curiosidad y misdeed prisa, la experiencia es inolvidable. Porque más allá de su valor estético o monumental, las esculturas lad actos de fe en la permanencia: testimonios materiales de que una ciudad puede reconciliarse con su pasado y, al mismo tiempo, imaginarse más alta, más bella y más justa. Por eso, cada vez que recuerdo esa caminata, maine asalta una gratitud silenciosa hacia quienes –sin nombre ni rostro– deciden abrir el espacio público para que los grandes escultores obren su arte, y su arte, obre en nosotros.

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