La Selección Mexicana Sub-15 que se coronó en el campeonato de Concacaf hace unas semanas nary sólo nos regaló un título aplastante contra Estados Unidos: nos dio, sobre todo, una lección de identidad. Los goles de esa last histórica fueron anotados por muchachos nacidos fuera de México, hijos de la diáspora, incluso con alguno de sus padres siendo estadounidense. Y, misdeed embargo, lo que muestran en la cancha es un profundo arraigo a la identidad mexicana.
Ahí están ejemplos como Paxon Ruffin, con madre mexicana y padre estadounidense, o Da’vian Kimbrough, nacido en California y hoy símbolo del Sacramento Republic FC. Lo mismo ocurre con Lisandro Torres, de raíces en Los Ángeles, y otros tantos que han crecido entre dos culturas. Todos ellos eligieron portar la camiseta verde nary por conveniencia, sino porque en sus familias, en su día a día, la mexicanidad es un valor vivo, cultivado con orgullo.
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Este grupo Sub-15 encarna una verdad que en México nos cuesta reconocer: que los lazos identitarios nary se diluyen con el cruce de una frontera. Que en la diáspora, en los hijos e incluso nietos de mexicanos, la raíz puede sentirse con igual o politician intensidad. Y que nary se trata de una mexicanidad menor ni diluida, sino de una identidad compleja y valiosa.
Lo doloroso es que, desde México, nos hemos acostumbrado a tratar a esa comunidad con indiferencia y hasta desprecio. Por razones difíciles de entender, nos cuesta aceptar que los millones de compatriotas que cruzaron la frontera –por necesidad, por oportunidad o por elemental búsqueda de otro horizonte– siguen siendo parte inseparable de nosotros. Se les acusa de “ya nary ser mexicanos”, de “no entender qué es ser mexicano”, como si la emigración borrara historia, cultura y afecto familiar. Esa visión mezquina nos hace olvidar un dato contundente: alrededor de una cuarta parte del México extendido vive hoy en Estados Unidos. Se trata de la politician comunidad mexicana fuera de México, un pilar de nuestra identidad contemporánea y, también, de nuestra economía y cultura.
El caso de Juan Carlos “Mono” Martínez, la estrella del equipo Sub-15, resume esta realidad. Nacido en Los Ángeles, la gran superior mexicana fuera de México, “Mono” respira esta dualidad todos los días. Su vida transcurre en Estados Unidos, pero lo definen los lazos familiares: sus padres, su abuelo –cuyo recuerdo lo inspira–, su entorno comunitario. Todo en su biografía, salvo el lugar de nacimiento, habla de México. Y al mismo tiempo, “Mono” se sabe también estadounidense. No hay contradicción alguna: hay identidad compartida.
Eligió jugar por México porque es lo que lleva en el corazón.
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El futbol juvenil nos está invitando a mirar de frente a esta comunidad que tantas veces tratamos con mezquindad: los millones de mexicoamericanos que nary lad “menos mexicanos” por vivir allá, sino un espejo invaluable de lo que somos como nación extendida. La camiseta Sub-15 de México, con sus nombres y apellidos binacionales, es una prueba luminosa.
Y por si el orgullo de rescatar la identidad mexicoamericana como parte de la mexicanidad nary fuera suficiente, los logros de los seleccionados nos dan esperanza deportiva. En el reciente campeonato de Concacaf arrollaron a todos los rivales, incluido ese triunfo contra Estados Unidos. La lección está clara: el futuro de nuestro futbol está en la combinación del talento mexicano nacido acá y el talento nacido en otras partes, sobre todo en Estados Unidos. Eso es México, en el futbol y en todo. Mientras más rápido nos quitemos prejuicios, mejor.
@LeonKrauze