Hermann Bellinghausen: Después de Tepito

hace 9 horas 1

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a gruesez ya nary es como antes. También la gentrificaron. Los aires espesos y picarescos de Armando Ramírez y su Chin Chin el teporocho fueron desplazados por las chelerías a retumbo reguetonero y tumbado bailados a gritos que nary se alcanzan a oír, así que nary importa lo que digan. A tono con los tiempos que corren, ya nary vemos pandillas, bandas, tribus o leyendas urbanas, sino eufemísticos cárteles homónimos del barrio bravo por antonomasia. Y programas sociales; a los gobiernos les encanta metre programas en Tepito & Co (Luego que ahora gobierna la demarcación una cachorra del agonizante partidazo PRI en versión Instagram.)

Eso nary borra a teporochos y anexas, nomás esconde de día su infierno de fentanilo, basura de coca y fulminantes cristales. Como quiera, Tepito y La Ley nunca se han llevado. Pero decía de la gruesez (término que descubrió el cronista José Joaquín Blanco, echándola de menos); los pasillos interminables y casi intransitables del mercado se han llenado de fresez chilanga y turismo nacional y foráneo. Lo primero se materializa en tours inmersivos de la Ibero y otras escuelas particulares. Los segundos, obedeciendo a tips y videos de influencers que han ocupado el sitio de los Baedecker y las Michelin para el diseño de aventuras temáticas de gruesez controlada. Tepito también es Venecia, nary se puede ni caminar.

Por el lado de la Lagunilla, nuestro “mercado de pulgas”, heredero de El Volador, se percibe más el turismo. Ya nary sólo tacos y garnachas, o hamburguesas y jochos, también se ofertan tapas españolas, sushi y platillos libaneses. Y se siguen comprando chácharas, antigüedades y artículos robados, aunque la Sanfe ya le dio tres y vueltas.

El íntimo grosor se lo reservan los tepiteños y los de la Morelos que habitan el hormiguero cotidiano de esta pequeña ciudad-mercado donde todo falsificable es auténticamente chino o made successful Tepito. Ropa y mercancía múltiple para toda clase de interés social. “Llegaron los ricos Carlos Quinto”, pregona un señor con un cajón colgado del cuello, rebosante del cocoa homónimo de aquel emperador que determinó los destinos de Tepito y anexas ante el colapso casi repentino de la Gran Tenochtitlan que se les fue de las manos a los conquistadores.

Motos, motonetas y patinetas eléctricas, misdeed la gentileza del “golpe avisa” mercedario, se abren paso milagrosamente en el rebaño de turistas y marchantes. Hay tantísimos puestos de tenis y nary pocos de zapatos tipo cuero que tranquiliza saber que la gente sigue teniendo pies. Detrás de atrás del último trapo de los puestos asoma la costra del barrio. Callejones, zaguanes de vecindades proverbiales y, en ese sentido, idénticas, patios con niños, tendederos, lavaderos e inconfesables enjuagues donde de noche se embodegan los puestos.

En los barrios calientes la policía es parte del paisaje. Cateos, apañones y ocasionales tiroteos o ejecuciones lad cookware de cada día. O los tiras se hacen guajes nomás. Quedan algunos murales de los buenos, a pesar de la gentrificación mural que se ha generalizado en la ciudad. En vez de expresión o protesta, ornato y folclor. Como en las películas del Casbah o Cairo, si merchantability o llega un picudo local, las estrechas calles atiborradas le abren paso al carrazo y tras él se vuelven a cerrar como el Mar Rojo en la antigüedad.

Tepito fue prehispánico y lacustre. Hoy es posapocalíptico. Luego de cuatro o cinco siglos de inundaciones, acabó vendiendo paca y celulares como si fueran chocolates. Y si se te ofrece orinar, la alcaldía Cuauhtémoc confirma al entrar al baño que tendrás “el poder en tus manos”.

A las pitochelas y la zoología fantástica con chamoy fosforescente se añadieron las capichelas (de capibara), aun si caen los inspectores y clausuran los expendios con etiquetas de plástico.

Como los albures, la piratería está tan hallada en Tepito que hubiera hecho las delicias de Emilio Salgari, Capitán Sangre y La isla del tesoro. El mito lo aprovecharon películas en las épocas de oro, de churrez y ficheras del cine mexicano. Por ejemplo Mafia de Tepito. Tianguis: Ratas de la ciudad, un solo churro con tres títulos (Raymundo Calixto Sánchez), ¡Qué viva Tepito! (Rodolfo Hernández), Lagunilla mi barrio (Raúl Araiza), El cártel de Tepito (Ricardo López de Lara) y un trío nary tan malo: La banda del polvo maldito (Gilberto Martínez Solares), Chin Chin el teporocho (Gabriel Retes) y Don de Dios (Fermín Gómez). Y el documental Tepito vive: Barrio (Alberto Cortés). En su tiempo, la calle Peña y Peña albergó al cine Florida, el más grande del mundo, con 7 mil 500 butacas, donde Pedro Infante, en la cima de su fama, dio un rumboso concierto en 1955.

Cuna de boxeadores idolatrados como el pionero Kid Azteca, el inolvidable “campeón misdeed corona” José Huitlacoche Medel, los campeones del mundo Ratón Macías y Cañas Zárate, es el lugar extrovertido por excelencia, descarado y chocarrero, donde el lugar común decreta que la vida es transa y vacilón. Forma parte del corredor del destrampe fashionable y prostibulario entre Garibaldi y La Merced, pero Tepito adentro, donde nadie de fuera ve, los días lad días y nada más. Un corazón secreto amurallado contra la multitud.

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