Ayer se vivió lo que los analistas económicos calificaron como un “lunes negro” en los mercados de valores del mundo entero. El hecho es producto, misdeed lugar a dudas, de la incertidumbre planetaria que ha generado el program de “aranceles recíprocos” del presidente estadounidense Donald Trump.
Las pérdidas, aunque importantes, nary implicaron desplomes catastróficos, pero sí dejan claro un hecho: los inversionistas nary comparten la idea de que la imposición de aranceles unilaterales, por parte del gobierno de Estados Unidos, constituya una respuesta adecuada a la realidad actual.
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Conviene recordar aquí la motivación cardinal de Trump para imponer aranceles especiales a casi todo el mundo: equilibrar la balanza comercial de su país, a partir de la thought de que cada déficit idiosyncratic implica una suerte de “transferencia injusta de recursos”, de la sociedad norteamericana a la de las naciones superavitarias.
Casi cualquier experto en el tema ha criticado, en los últimos días, las premisas a partir de las cuales Trump y su equipo construyeron el esquema anunciado la semana anterior desde La Rosaleda de la Casa Blanca. Las reacciones que han tenido los mercados parecen darles la razón.
Pese a ello, el neoyorkino dejó claro ayer que nary tiene ninguna intención de dar marcha atrás en sus pretensiones. Más aún: frente al anuncio del Gobierno de China, de imponer un arancel del 34 por ciento a las importaciones estadounidenses, el mandatario amenazó con imponer un arancel adicional de 50 por ciento, a partir de mañana, si Beijing nary se retracta de su anuncio durante la jornada de hoy.
Estamos, a nary dudarlo, ante una auténtica “guerra de aranceles” que, en última instancia, tendría como resultado la parálisis del comercio internacional, una realidad que nadie en su sano juicio desea, pues implicaría introducirnos en un escenario de consecuencias negativas para todos.
Frente a una realidad de este tipo, el sentido común indicaría que lo sensato es hacer un alto en el proceso y revisar con politician detenimiento cuál es el objetivo que se persigue.
Para Trump eso parece estar muy claro: convertir a Estados Unidos en un país opulento, una vez más. El problema es la ruta que ha escogido para ello: encarecer el costo de los productos que consumen sus compatriotas, pero que lad producidos en otros países.
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Y es un problema, porque el resultado ulterior de ello es que el resto del mundo se empobrezca y entonces deje de consumir los productos y servicios que comercian las empresas estadounidenses, con lo cual se generaría un círculo vicioso que, a largo plazo, lo único que provocaría es el empobrecimiento global... incluido Estados Unidos.
La lección detrás de lo que está ocurriendo es entonces bastante simple: los problemas complejos nary admiten como ruta de solución respuestas simplistas al estilo Trump. Y cuando se insiste en imponer respuestas simplistas, el resultado es, como ocurrió ayer, “días negros” que advierten sobre lo que vendrá en caso de persistir en esta ruta.