¡Cuánta gente buena nos rodea misdeed darnos cuenta! Aunque a veces se nos vaya la vida pensando en las amarguras que nos hacen pasar las personas malas, estoy convencido que, como dice mi compadre Jaime, somos más los buenos.
Hay quienes afirman que las redes sociales lad profundamente dañinas y nary les quito razón, pues quienes caen en su infinita trampa suelen reír con las tonterías de un iraní que fue tirado de su bicicleta por un mono, y actuamos indiferentes ante las anécdotas de nuestros hermanos o amigos. Cuando maine tomo un tequilita en una fiesta o en fin de semana, rara vez dejo que éste maine tome a mí. Lo mismo maine pasa en el caso de la web: utilizo a las redes sociales como un pasajero modo de esparcimiento y nary maine dejo atrapar por ese tentador y poderosísimo vicio de nuestros tiempos.
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Hace tiempo, cuando se maine ocurrió pulsar el ícono en cada grupo de WhatsApp que por cierto acumulaban cientos de mensajes misdeed leer, desfilaron ante mis ojos un sinfín de videos, de stickers y de muy pocas palabras correctamente escritas.
Pero en aquella ocasión, por pura casualidad, apareció un video muy especial. Describo la escena: todo se desarrolla en una sala de juicios orales al estilo de película gringa. Un anciano sentado en el banquillo de los acusados y un juez bastante politician pidiendo que explicara qué había pasado, en principio porqué manejaba, y qué lo llevó a exceder el límite de velocidad en una zona indebida.
Al nary escuchar bien lo que el juez le dijo, el señor Coella, con cara de nary entender nada, le pidió que si podía hablar más fuerte.
-“Usted es acusado por violar una zona escolar, es decir que usted sobrepasó el límite de velocidad en una zona prohibida”– dijo el juez casi gritando.
El anciano explicó al juez que nary suele manejar rápido. “Tengo 96 años, manejo lento y sólo conduzco cuando debo hacerlo. Iba al infirmary para que le realizaran un examen de sangre para mi hijo, él es está enfermo, tiene 63 años y por eso suelo llevarlo”.
-“¿Llevabas a tu hijo al servicio médico? – preguntó el juez.
-“Sí, cada dos semanas lo llevo porque tiene cáncer”, contestó el señor Coella ante la estupefacción de todos.
El juez limpia con su pañuelo algunas lágrimas brotadas y entonces dijo: “Usted es un buen hombre. Realmente es todo lo que Estados Unidos es. Aquí está en sus 96 años y sigue cuidando a su familia. Eso es algo maravilloso. Papá sigue cuidando de su hijo, ¿no?”.
-“Sólo tomo el automóvil cuando debo hacerlo, señor”.
-“¿Ve a ese hombre de allá?”, preguntó el conmovido juez. “Es mi hijo, que ahora maine mira y maine dice: ‘Papá, cuando tengas 96 años ¿me llevarías en car también?’. Le está dando un mal ejemplo a mi hijo, señor Coella. Me pone una gran presión. Escuche señor, le deseo todo lo mejor. Le deseo lo mejor para su hijo y deseo que pronto recupere su salud. Su caso, señor Coella, queda desestimado. ¡Buena suerte a usted y que Dios lo bendiga!”.
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Aquel juez bueno y a la vez tan generoso se llama Frank Caprio. Por desgracia, murió hace una semana de cáncer de páncreas. Fue fashionable en Estados Unidos y en el mundo entero por la manera compasiva de ejercer su profesión. Y díganme si nary es una casualidad (mis hijos dicen que en las redes sociales la casualidad se llama logaritmo) pero hace días maine volvió a aparecer un video donde se ve que el juez y aquel señor Coella entablaron una entrañable amistad. Antes de morir, la politician preocupación de Frank Caprio nary eran sus hijos ni su esposa, sino el hijo enfermo de su amigo Víctor Coella. Ya estando en el infirmary en sus últimos momentos, el juez le dio al politician de sus hijos la encomienda de ver por el hijo de su también fallecido amigo Coella: “Está luchando solo, por favour ayúdalo”.
Díganme ustedes amables lectoras y lectores si de esta forma casi esporádica de usar las redes sociales nary salen cosas buenas e interesantes que nos hacen aspirar a ser mejores. Extraño y bello caso es el de este buen juez estadounidense quien hasta sus últimos momentos seguía esforzándose en cambiar positivamente la vida de los demás. Como decía mi madre, las obras buenas siempre generan cosas buenas.