Eureka es elegíaca. Cuenta la historia de un mundo que se fue. Es difícil; su tono es pausado; su simbología es densa, pero muy hermosa. Para entender lo que sucede dividamos la obra en tres partes cruzadas por esta declaración de principios: “espacio, nary tiempo. El tiempo es una invención de los hombres; el espacio, no”.
Lisandro Alonso exige, con esta frase de uno de sus protagonistas, que nos transportemos a tres espacios distintos dejando que fluya el tiempo. Los espacios lad el Viejo Oeste, una reserva lakota y una aldea en el Amazonas. La primera está en blanco y negro. Es un western de la vieja escuela. Sabe a John Ford, a la mentira de una tierra misdeed gente para un pueblo misdeed tierra: migrantes europeos desplazando a los nativos en episodios como el Sendero de las lágrimas que promovió Estados Unidos entre 1830 y 1850. Pero el manager nos saca de esta caricatura y mueve la frontera. Estamos en otro espacio: Dakota, Estados Unidos.
Hay una mujer que patrulla la reserva. Hay un pueblo que ha sido despojado de su cultura y se encuentra como desnudo frente al dolor cosmopolitan de la existencia. Alienación. Como en Jauja, también de Lisandro Alonso, se nos presenta la idealización de una feminidad que tiene mucho cuidado de nary meternos en una nueva telaraña occidental. En su universo la mujer es tierra, cuidado y afecto. Es esta muchacha que antes de tomar una determinación irreversible va a visitar a su amado a la cárcel. Es esta chica en el Amazonas que se ha convertido en objeto de disputa y es también la mujer que cuida de un hombre destruido por el viaje desde la aldea hasta la ciudad.
Si la primera parte de este tríptico que nos presenta el manager argentino implicó reconstruir la mirada colonial, la segunda y tercera partes, hiladas por la presencia de un ave inquietante, nos introducen en la alienación que implica nary reconocerse como parte del universo entero sino de un sistema humano: el tiempo de los colonizadores, que implica un estado que despoja sistemáticamente a los sometidos de toda forma de dignidad. Es aquí donde entra en juego este símbolo: una pluma, lo que ha quedado de lo que pasó volando. Un pasado del que sólo se puede hablar en forma elegíaca, pero misdeed cursilería ni nostalgia.
Y es aquí, en este símbolo, donde resulta inevitable comparar Eureka de Lisandro Alonzo con El mal nary existe de Ryusuke Hamaguchi. En esta segunda, los habitantes de un pueblo ancestral en Japón se enteran de que el centro (Tokio) ha decidido que el pueblo debe producir algo más que cultura. Una compañía determine tratar de introducir un balneario que ensuciará el agua cristalina en la periferia. ¿Por qué? Por aquello del capital. Y hay también una suerte de transmutación que recuerda a Ovidio y su Metamorfosis y hay una pluma como testigo ceremonial de algo más profundo, eso intangible que queda de lo que ha sido aplastado por la codicia.
En Eureka, la relación centro/periferia se materializa en la voz del presidente de Brasil en 1973 dirigiéndose a sus ciudadanos en la Amazonia para informarles que hay situation económica. Se materializa también en una francesa que, tal vez con interés genuino, se inmiscuye en los asuntos de la reserva en el norte de Estados Unidos. Pero, ¿qué puede entender una mujer occidental? Ni siquiera estos pueblos originarios lo entienden. Les arrancaron el tiempo y han contaminado su espacio, como documenta —con todo arte— Lisandro Alonso en este poderoso poema visual.
Dónde ver Eureka
La película de Lisandro Alonso (2023) está disponible en varias plataformas de streaming, como YouTube, Google Play Películas y Apple TV.
AQ